Entonces abrió la
boca, luego de un silencio de varios lustros. Dijo que le parecía bien el
espacio, que igual, habitaba su corazón y que no haría mayor diferencia vivir
en un lugar o en otro. Acá los árboles le parecían más sueltos, como de una
espontaneidad vegetal que anticipaba resignación. Los árboles allá eran tiesos,
como muros, como bloques reutilizados para armar contenedores de basura.
El cambio de vida
en este punto necesario, no le sorprendía. Le abrumaba un poco, sí. Porque hasta
entonces había aprendido a amar la paciencia de los ojos de la gente. Las
expresiones faciales que hacían prescindible cualquier conversación, porque se
entendían mejor mirando. Y eso pasa cuando se pertenece a un lugar, las
palabras sobran, las bocas se cierran, las almas conversan en un lenguaje
propio.
Le embargó una
ternura profunda, de buscar tesoros escondidos en el fondo de algún recipiente
que se puso para apagar la inundación de una gotera. Y se dijo que estaría todo
bien. Que la lluvia vendría pronto y esa casa se parecería a su casa. A su
universo de frío, de balcón compañero, de vivir de repente en ese estado
irreal, intermedio entre la vigilia y el sueño, cuando las sienes se sentían
temblar de tan rapidísimo urgente, cuando comenzaba su alma a elevarse, a poder
mirar su cuerpo en la cama, a recorrer primero el cuarto y fijarse en su
desorden juvenil, a ascender hasta sentir que el techo no estorbaba, que las
cortinas y las paredes no eran límites.
Como no eran límites, las traspasó cual
si fueran transparencias de nube lluviosa. Veía desde una conveniente altura,
la casa. El árbol de tocte, el de higos, el de durazno, el de aguacate que
jamás dio frutos, las manzanas injertadas, los rosales ancianos, el quicuyo
crecido, las tejas de la casita del lado, las láminas de zinc verde que cubrían
los sueños de la familia en la casa. Y luego las calles, el parque de enfrente,
el vecindario, la avenida. Comenzaba a sobrevolar la Solano, cuando de repente,
despertó de una emoción profunda. Y se vio en la cama, con el alma ya dentro
del cuerpo. Feliz por el viaje pero triste por el regreso abrupto.
Mañana seguiré el
viaje, se dijo. Y pasaron quince años. Y nada.
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