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martes, 29 de marzo de 2016

Hablemos del dolor: “Violencia no” y los cautiverios de las mujeres


En la obra “hablemos del dolor” de la artista Sara Roitman, con la curaduría de Hernán Pacurucu, se aborda en el mes de marzo la violencia de género, como una forma de dolor. “Violencia no”, es el contundente título, de una composición gráfica original, inquietante y conmovedora.

Me parece, al verla, que se inspira en la idea de Marcela Lagarde sobre los cautiverios de las mujeres, que se concretan en la relación de las mujeres con el poder y, en sus palabras, “se caracterizan por la privación de la libertad, por la opresión. Las mujeres están cautivas porque han sido privadas de autonomía vital, de independencia para vivir, del gobierno sobre sí mismas, de la capacidad de decidir sobre los hechos fundamentales de sus vidas y del mundo”.

Así, a pesar de las enormes diferencias que hay entre nosotras, dadas por nuestro origen, edad, etnia, identidad sexual, posibilidades económicas, pertenencia social, geográfica, (dis)capacidad, experimentamos formas compartidas y particulares de opresión y de dolor, que no todo el tiempo son vividas con pesar, porque se han suavizado con el discurso del amor, en un juego ambivalente.

Luigi Ferrajoli, jurista italiano, afirma que el dolor y el sufrimiento son el fundamento y el origen de los derechos humanos: “ninguno ha caído desde arriba, como graciosa concesión. (…) Todos –desde la libertad de conciencia hasta la libertad personal, desde los derechos sociales hasta los derechos de las y los trabajadores, han sido el fruto de luchas y revoluciones alimentadas por el dolor, es decir, por opresiones, discriminaciones y privaciones precedentemente concebidas como ‘normales’ o ‘naturales’ que en un cierto punto se vuelven intolerables. Todos se han impuesto como leyes del más débil contra la ley del más fuerte, que regía y regiría en su ausencia. Los derechos garantizan a todos, a todas, contra la violencia del más fuerte”.

La lucha por los derechos de las mujeres es una de esas revoluciones alimentadas por dolores, históricos y actuales. La violencia de género, amenaza la vida, la salud, el bienestar y el ejercicio de derechos de las mujeres. Es perpetrada en la mayoría de casos por quienes dicen amarnos y protegernos: nuestras parejas, esposos, padres, novios, familiares, amigos. En otros casos, es sufrida en el espacio público. El único factor de riesgo es ser mujer. Cuando nos agreden desconocidos, la opinión pública y hasta hace poco, el discurso jurídico dominante, en lugar de aceptarla como responsabilidad del agresor y de una violencia estructural silenciada por la complicidad de estados de impunidad, trasladan la culpa a la víctima. Nos mataron por andar “solas”, por andar de noche, por vestir minifalda, por andar en tanga, por ser putas, en una palabra. El imaginario patriarcal ha dividido simbólicamente a las mujeres en dos grupos antagónicos: las santas (las Marías) quienes se ajustan a los estereotipos de abnegación, de obediencia, de entrega. Las putas, (las Evas), quienes desafían los destinos impuestos a las mujeres, quienes salen, viajan, dicen que sí o que no, cuando quieren, las que desobedecen. Si las Marías o las Evas somos violentadas, es nuestra culpa. Si nos violenta quien es de nuestro círculo íntimo, es nuestra culpa “por dejarnos”. Si nos violentan fuera, en la calle, en un viaje, en un espacio público, es nuestra culpa “por exponernos”. En ambos casos, se piensa que nosotras “provocamos”.

Confío en el arte como un transmisor estético y político de denuncias sociales. El arte libre siempre va más allá de la corrección política de los discursos oficiales. Hay veces en las que las mujeres tenemos que actuar estratégicamente, con “sutileza”. No ser crudas, “porque la sociedad es sensible”. No pelear, porque quedamos como histéricas o causamos rechazo. No decir que nos están matando, porque es una exageración, sólo algunas son asesinadas. No culpar a los hombres, porque no todos los hombres matan. Sólo algunos. No sentirnos potenciales víctimas, porque estamos paranoicas: solo matan a las mujeres que “algo hicieron” para que les pase.

El doble feminicidio ocurrido en Montañita, ha sido motivo de una gran movilización social. Por primera vez muchas mujeres –y muchos hombres- que no se sentían tocados, tocadas por los discursos feministas de denuncia de la violencia de género, han sido interpelados. Porque si les pasó a ellas, me puede pasar a mí, o le puede pasar a mi hija, a mi hermana, a mi compañera. Porque no quiero ser cómplice con mi silencio o con mis acciones de la violencia a las mujeres. La obra de Sara Roitman ubica en el centro del debate, en una avenida concurrida, frente a la mirada de todos/as, lo que se quiere que ocultemos. Lo que hasta hace poco era “doméstico”, “privado” o “pasional”.

Por eso es emocionante y conmovedora. Esperamos que esa emoción desborde y que la conmoción nos llame a actuar, para liberarnos individual y colectivamente, de los cautiverios de las mujeres, de todas.

María José Machado Arévalo
29 de marzo de 2016




lunes, 28 de marzo de 2016

Cajita


Tomé una vieja caja y le puse cositas adentro. La carita de la izquierda compré hace años en un lugar donde venden extremidades de caucho para muñecas, payasos y títeres. Fue toda una hazaña porque la dueña de dicho local, una viejita, parece que tuviera rabia de vender. Entonces, para obtener las caritas, a veces pedía a terceras personas que compren por mí. El peinado le hice yo misma.

La del centro era la figura original que se me hizo triste que esté encerrada sin otras amiguitas.

La de la derecha, es una intervención mal lograda, que hice sobre una foto mía de hace un par de años. Parece, con toda claridad, una restauración al estilo "Ecce homo", por su baja calidad realista. No fue mi intención, pero siempre digo, no pinto lo que quiero ni como me gustaría, sino lo que sale. El proceso fue doloroso porque noto que con las otras caritas no me demoro mucho y se resuelven sin mayor problema. A la mía, le estudié varias horas y le repinté unas tres veces, con gruesas capas de acrílico y cambios sucesivos de peinado que le dejaron muy distinta de la foto original. De alguna manera, sentí como si me hubiera sometido a sesiones de maquillaje y peinado sin éxito y luego, inclusive a cirugías plásticas de rostro. Fue una suerte de transformación de femenina a hiperfemenina, con un resultado desastroso, tipo catface.

Con el vestuario no tuve problema, en cambio.

El fondo es un hermoso papel artesanal que compré en Buenos Aires, en Papelería Palermo. Muy lindo.

El marco es un viejo adorno que me regaló mi mejor amigo al haberle encontrado botadito en una casa de campo -albergaba alguna estampa religiosa-. Yo le pinté de azul con spray porque creo que queda bastante "cool" jaja. 

Bueno, una experiencia esta cajita, les comparto.