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jueves, 20 de febrero de 2020

¿Por qué la Pepita es abogada?

En cumplimiento del último mandamiento del famoso texto "Decálogo del Abogado" mi papá con tanto cariño me sugería que estudiara derecho, para heredarme su biblioteca e irme enseñando el oficio. Mi mami, abogada también, en cambio, decía que no me recomendaba tanto la profesión, que para las mujeres era muy dura, difícil. Y es cierto, el derecho es un campo masculino todavía y está como rodeado de unas formalidades atadas a la concepción rígida del cumplimiento de la ley, aun con sacrificio de la justicia. El prestigio y el éxito profesional, por ejemplo, se asocian mucho con ser hombre y ser adulto o viejo -aunque cada vez se valoran menos las canas- y con usar terno y corbata. Tantas veces cuando ejercí fui a la corte y me preguntaban "qué quiere niñita" y entraba un enternado -a veces solo estudiante- y a él le decían "en qué le podemos servir doctor".
Yo estudié derecho porque me atraían las humanidades: artes, historia, literatura, filosofía; pero en ese entonces pensaba que no tenían un campo laboral específico. Admiro mucho a la gente que se arriesga a estudiar lo que le apasiona realmente, con la conciencia de que no es fácil abrirse campo, en un país como este, en las áreas sociales y en las artes. Entonces decidí estudiar derecho, también porque me pareció (y me sigue pareciendo) la ¿ciencia? social con mayor aplicación práctica. O sea, de adolescente, con todo el fervor de querer cambiar algo del mundo, me dí cuenta de que el derecho daba herramientas para cambiar situa
ciones concretas y situaciones generales, a través de sentencias y de leyes, y suponía, entonces, una forma de ayuda concreta a la gente y ahí me metí.
Por el momento no estoy tan vinculada con el ejercicio de la profesión, creo que estoy en otra etapa, puedo volver en cualquier momento. Pero siempre he pensado que aunque hay muchas formas de mirar al derecho y de trabajar desde él, lxs abogadxs por excelencia, son aquellxs que se juegan todos los días en el ejercicio profesional, quienes hacen filas, presentan escritos, defienden causas y sudan -literalmente- para ganarse cada centavo, gastando la suela o el taco de sus zapatos, en la gestión de trámites interminables, para llevarse una funda de pan y de leche a la casa y vivir del día, persiguiendo la justicia y la reivindicación de los derechos de sus clientes.
El nuestro es un gremio satanizado, no sin razón. Comparto la indignación colectiva y la sospecha generalizada de lxs abogadxs como profesionales que complican la vida, en lugar de arreglarla, porque pasan cosas. En eso estoy de acuerdo, pero también conozco abogadxs que con honestidad han ido forjando su carrera en la perseverancia, la incorruptibilidad, la vocación de servicio y la persecución, más allá de una sentencia a favor en un caso concreto, de ideales más nobles y altos, ahí donde está la justicia en la que creemos en este mundo terrenal, si es que existe.
Aunque me vaya alejando un poco del campo del derecho y lo vea desde otros lados, tengo siempre el orgullo de ser abogada, de tener una especie de armadura por la cual sé que no me pueden engañar tan fácilmente, de conocer mis derechos, de creer que los derechos humanos no se negocian ni se renuncian: se ejercen, se reivindican, se reconocen, se cumplen, se garantizan.
El día de hoy hago un brindis por todxs mis colegas, en sus diversísimas formas: quienes tienen el consultorio a la calle -que aún utilizan máquina de escribir para hacer sus alegatos-; quienes recogen sus propias boletas de la corte y ejercen múltiples funciones en la soledad de la crisis económica; lxs de chulla juicio y de chulla terno; quienes comparten oficinas y sueños y casos y gastos y peleas; quienes quieren estudiar al derecho desde afuera para criticarlo y ponerlo en crisis; quienes se quedaron en la burocracia o en aburridas carreras judiciales; las mujeres que se dedican a causas sensibles e incobrables como juicios de alimentos y de paternidad; lxs que se dedicaron a los derechos humanos y a la defensa de causas difusas, ambientales y de grupos poblacionales desaventajados; aquellxs que se dedicaron a la política -aunque me gustan(o) menos-; hasta quienes son parte del bufete jurídico de papi o mami.
Admiro sobre todo a quienes forjan su carrera desde abajo, con espera, deudas y sudor (sin poder dormir por la fatalidad de plazos términos, y por la amenaza de los efectos de la preclusión).
A veces no entiendo qué mismo me llevó a estudiar derecho y siempre que aparece un test vocacional por ahí, el resultado es el mismo. Es coincidencia, o destino, pero nací para ser abogada.Y el día en que descubrí que el derecho puede ser un mecanismo de liberación, no solo de opresión, y que desde el feminismo se puede criticar para denunciar las desigualdades e injusticias que consagra y revertirlas, tomó un significado nuevo para mí.
Por eso quiero desear un feliz día del abogado/a. Sobre todo a mi mamá y a mi papá, que representan para mí dos ejemplos de ejercicio digno, sensible y honesto de la profesión, que es el legado mayor que puedo tener en la vida.

Publicado originalmente un 20 de febrero de 2016, en mi muro de Facebook.