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sábado, 31 de diciembre de 2016

Cuadros 2016

La historia de este cuadro es así. Me gustan mucho los cuadros redondos y como no sabía cómo podría lograrse esa forma, hace varios años le pedí a un viejito carpintero que me presentó mi abuelito, don José Lojano, que cortara tablas redondas para mí. Hice dos cuadros redondos, dos óleos sobre madera, cuya característica común era que jamás les tomé fotografías. El uno se llamaba "Burbuja Verde" y el otro "Cinco colibríes". 

Pasaron los años y un día descubrí que vendían en un almacén bastidores redondos listos para pintar. Me emocioné mucho y compré dos, uno más pequeño y este. Pintar sobre este lienzo era una deuda, era algo que me debía. Tal vez no sabía exactamente qué hacer con él. Un día  de honda emoción me dediqué a dibujar en ese círculo y le hice muchos corazones. Esa es la idea principal, es probablemente el cuadro más emotivo y cursi que he hecho. 

Tiene veinticuatro corazones, uno por cada hora del día. Comencé este cuadro a finales de agosto de este año y lo terminé hace una semana. Me falta a veces el tiempo y otras veces no encuentro motivación mayor para pintar. Pero no podía dejar esa obra inconclusa, entonces lo terminé finalmente, con el regalo de algunos colores. 

En mi trabajo me dedico a cosas muy serias. Trabajo en la promoción de los derechos humanos de las mujeres y en la prevención de la violencia de género. Por eso, en este año he iniciado una lucha ferviente contra el amor romántico-patriarcal, que es uno de los factores en los que se origina la violencia de género. El amor no es malo en sí mismo, en el fondo a mí me gusta mucho y me sigue pareciendo el motor de la vida. Sólo que creo que debe ser igualitario, libre, correspondido, no culpable. 

Entonces, sigo siendo una amorosa, pero trato de aprender a amar mejor. A amarme a mí misma y desde ahí todo fluye. 

Azul extremo



Esta obra comenzó siendo un rostro cualquiera y terminó pareciéndose a mí. Era muy seria, pero terminó teniendo una sonrisa. La sonrisa significa que a veces la vida sorprende. Y ante la sorpresa, hay que sonreír. 


Estampado floral

miércoles, 21 de diciembre de 2016

Sin ternura estamos condenadas


Estudié en la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad de Cuenca y desde el primer año, tuve de alguna manera una situación de privilegio. Como tal invisible. No estaba consciente de que el sitio que ocupaba en la Facultad no era el de la mayoría. Porque era hija de un profesor. Siempre sentí mucho respeto de parte de mis maestros. Sin embargo, todos los días nos enterábamos de los atropellos a que sometían ciertos profesores a estudiantes. Entonces el movimiento estudiantil era muy crítico. Yo no me quería meter en política, me apasionaba el estudio. El entorno no me molestaba, era cómodo para mí.
Cuando llegué a quinto año, asumí con una compañera la representación estudiantil al Consejo Directivo. Desde esa experiencia, mi primera en política de alguna manera formal, comencé a ver, en blanco y negro, las asimetrías del sistema. Que una era “respetada” y hasta “querida” como estudiante, en la medida en que fuera absolutamente funcional al orden establecido. Que estuviera callada, más bien dicho. Yo hacía por entonces desde cierta ingenuidad política, desde ese corazón fervoroso que se tiene en la primera juventud, algunas observaciones a situaciones que parecían reñidas con el buen rendimiento académico. Sobre todo, me inquietaba la intocabilidad de los profesores. Atreverse a decir algo sobre un profesor, equivalía a una herejía. Mis dudas y reclamos en el Consejo Directivo, fueron reprimidos en esa época. Con violencia, psicológica y verbal. Desde ahí pude sentir, en mi experiencia, el peso de estructuras patriarcales de poder.
Años después, por cosas del trabajo, he regresado a la Facultad con frecuencia. Ya no con el miedo de cuando era estudiante, cuando pensaba que me iban a levantar el grado por haber osado cuestionar a profesores o autoridades. Le digo “la Facultad”, porque aún así la siento mía, y porque sé que existe más allá de las personas que por ella pasan, porque el poder es transitorio. Pero algo muy rancio hay en ella. Basta ir al Aula Magna y ver los retratos de tantos varones en el poder desde 1867. Yo no era feminista. No entendía de feminismo y ciertos discursos reivindicativos sobre las mujeres me molestaban. Discursos que por entonces eran minoritarios. Provenían de las compañeras que militaban en movimientos de izquierda, que trabajaban en la AFU. Algunos de esos discursos no me gustaban, no me convencían, porque decían de manera recurrente “nosotras somos personas también”, “nosotras también valemos”, “podemos en igualdad con los hombres”. Para mí eso era evidente y me parecía, de alguna manera, insultante afirmar que podemos. Porque yo decía, “eso es obvio, ¡claro que podemos! ¡claro que podemos y mejor!”… Esto, seguramente desde mi posición cómoda, desde un hogar probablemente mucho más igualitario que el del resto de mis compañeras, desde la ceguera de a quien jamás le dijeron: no hagas esto, no puedes esto, no vales, no sirves. De a quien no le negaban todavía su valía como humana. Como sí se hace contra miles de mujeres, todavía.
Me acuerdo de la Dra. Ximena Medina Zea, a quien por cierto, la Facultad debería, cuando menos, hacerle un justo homenaje colocando su nombre en alguno de los espacios relevantes del campus. La primera profesora mujer que tuvo la carrera de Derecho. Una valiente. Su vida fue tempranamente segada, (casi a la edad que tengo hoy) por violencia machista. El suyo fue un femicidio. Y tristemente, por su condición de mujer, los días posteriores a su muerte se reflejaron en una profusión de rumores sobre su vida privada. Sobre qué habría hecho ella para que le pase. El suyo, fue tachado en voces bajas como “crimen pasional”. Y como tal, no debía interpelarnos, era un problema privado. Por más “privilegiadas” que seamos en ciertos contextos, la condena está en nuestro sexo. En el hecho de ser mujeres. Como en el caso de la Dra. Ximena Medina, una persona estudiosa, autónoma, profesional, que pudo llegar muy alto por sus méritos indudables y por la lucha de las ancestras que nos abrieron camino. Aunque socialmente, de acuerdo con nuestra posición podamos tener algunas ventajas, al final somos mujeres, el segundo sexo.
A mí me tocó vivir momentos de violencia política, que de seguro no los hubiera vivido si era varón. Ciertamente, no puedo compararlos con las violencias inenarrables que viven miles de mujeres. Pero sentir el miedo en mi propia carne, la indignación, el peso de la institución sobre mis hombros, hizo que despierte mi conciencia feminista.
Hemos andado mucho en estos años, desde el movimiento de mujeres, en el que me metí de cabeza, de corazón, gracias a la indignación. A la rabia de comprobar que podemos tener los mejores rendimientos académicos, ser las más trabajadoras y aún no somos iguales. Seguimos en posiciones secundarias. A la desazón de sentir que las mujeres abogadas somos “queridas” en la medida en que cedamos a cierta condescendencia galante de algunos hombres. Que somos “bien tratadas” si somos las mhijas, las mireinas, las micorazón. No las compañeras, no las colegas, no las estudiantes. Esa categoría de colegas está reservada a la fratría. Y pasaban cosas que me da vergüenza escribir, pero eran secretos a voces: que ciertos profesores nos ponían buena nota en el examen si íbamos con escote o con mini falda. O diez en la lección si en lugar de recitar la materia nos dábamos “una vueltita” frente a la clase. O a las que fuimos hijas de profesores nos respetaban también por el respeto a los hombres bajo cuya tutela estábamos. Y así, en términos jurídicos, lo accesorio seguía la suerte de lo principal. Las bonitas, pobres. Pobres de las que tenían/tienen un hermoso rostro, una hermosa figura. Sus opciones: pasar bravísimas para que no les coqueteen o para que no duden de su inteligencia, o soportar la galantería y reírse de los chistes sexistas. Algo así como repartir en reuniones sociales whisky a los varones y zhumir pink a las mujeres. La caballerosidad, el machismo galante, que es la versión edulcorada del patriarcado.
En estos años últimos, también la Facultad de Jurisprudencia ha sido un escenario de discusiones social, académica y políticamente relevantes, sobre feminismo, ambiente, diversidad sexual, despenalización del aborto, femicidio, que son los temas que más molestan al poder. En estos años, gracias a la lucha persistente del movimiento de mujeres local, a procesos de formación sostenidos, a la sororidad internacional traducida en una pedagogía de la ternura y la igualdad a través de redes sociales; se han ido sumando voces críticas. Las jóvenes de hoy, las estudiantes, tienen mayores herramientas. Están más conscientes de sus derechos. No se ríen tan fácilmente de la broma sexista del “profe” para pasar el año.
Yo pensaba que la Facultad había cambiado. Incluso en los renovados discursos de varios profesores y profesoras que ya incluyen la perspectiva de género en sus clases. Pensé entonces que ya pasó ese largo tiempo de oscuridad, de invisibilidad de las mujeres, de galantería académica. Hasta hace poco.
La aprobación, por parte de un tribunal masculino, de la tesis titulada “El femicidio como homicidio agravado”, me ha conmovido profundamente. Me ha indignado profundamente. Cuando supe por redes sociales que un estudiante quería abordar el tipo penal desde una perspectiva crítica, defendí la idea de que, a priori, no hay tema que deba ser censurado en el marco de un debate académico. Que la Universidad está precisamente para eso: para debatir. Incluso lo que consideramos absolutamente irrefutable. Sin embargo, con la fragilidad que tiene todavía el discurso y la vivencia de los derechos de las mujeres, no podemos decir, de ninguna manera, que es un terreno sólido. Es un terreno en disputa, donde todavía debemos pelear por lo obvio.
Leí la tesis y de verdad no podía creer que se hubiera aprobado este trabajo “académico” con varias falacias, pero sobre todo, con indolencia hacia la realidad de las mujeres que son asesinadas. Cuando 1 de cada 2 mujeres asesinadas en el mundo, mueren a manos de su pareja o un familiar y solo 1 de cada 20 hombres es asesinado en esta circunstancia. Cuando cada 10 minutos una mujer es asesinada por su pareja o ex pareja en el mundo. Cuando 2.100 mujeres son asesinadas al año en América Latina y El Caribe, 12 por día. Cuando en los últimos años, se han incrementado de 5 a 16 los países en la región, que tipifican el femicidio como infracción penal autónoma.
Entre otras afirmaciones, en la tesis se sostiene, como hallazgo investigativo, que “los insultos si bien son más frecuentes por parte del hombre a la mujer, son más humillantes los proferidos de la mujer al hombre, especialmente en casos de infidelidad, que es en la mayoría de casos el factor desencadenante del femicidio”.Esta gravísima afirmación se realiza sin ningún sustento. No se remite a la multicausalidad del femicidio/feminicidio, que en última instancia está determinada por las relaciones estructurales de poder y la desigualdad histórica entre mujeres y hombres, en el marco de climas de impunidad generalizados, donde el estado, así, en minúscula para mí, incumple su deber primario de prevención. O cuando ocurren los crímenes, en la ausencia o deficiencia de procesos imparciales y expeditos de investigación, sanción y reparación integrales.
Dice la tesis “Pero también hay que reconocer que en la actualidad se vive una suerte de femachismo no solo de mujeres que son o buscan ser los machos de la casa, sino de las feministas radicales y lesbianas con odio masculino”. Utiliza categorías no científicas como “feminazi” para descalificar a las personas feministas, haciéndolas ver como totalitarias y antiderechos, cuando la vocación del movimiento feminista es todo lo contrario: una lucha sí, política, sí, radical, sí, ideológica, también, académica, claro, pero que parte de la idea revolucionaria, en ciertos contextos, de que las mujeres y los hombres somos iguales y merecemos los mismos derechos. Afirmar algo así de simple, en varios lugares del mundo, nos puede costar hasta la vida.
Por un lado está, por supuesto, la libertad de expresión del autor de la tesis. Sin embargo, esa libertad de expresión no es ilimitada. No puede atentar contra los derechos. Por otro lado, está la responsabilidad de los profesores, como guías académicos de la investigación y está, el hecho aún más preocupante de la aprobación de la tesis, que debía ser reformulada, pues no tenía que haber pasado el filtro del tribunal.
No niego la posibilidad de cuestionar la constitucionalidad de cualquier figura jurídica, para eso está la academia, precisamente. Hay juristas feministas, incluso, que ponen en tensión el uso del derecho penal por parte de poblaciones históricamente discriminadas, al ser un instrumento selectivo social, racial y económicamente; patriarcal, violento y jerárquico por excelencia. Porque de alguna manera “privatiza” la violencia al identificar una víctima y un perpetrador. Porque la cárcel no soluciona el problema de la violencia. Es una postura que no comparto, personalmente, en su totalidad, pues creo que sin sanciones claras y con impunidad, crece la violencia hacia las mujeres. Sin embargo, la crítica al tipo penal desde la tesis parte de otras razones menos reflexivas, llenas de prejuicios y justificativas de la violencia.
Preocupa que en nuestra U, espacio en el que deberíamos formamos críticos y críticas, en el que podríamos incubar nuestros sueños de cambio y justicia social, donde aprendimos en las actividades de extensión universitaria la realidad de pobreza, violencia y desigualdad en que está inmersa gran parte de la población, en cuyo consultorio jurídico veíamos llegar a mujeres golpeadas por sus parejas, a mujeres con bebés en los brazos clamando por un juicio de paternidad y alimentos, para pelear por una pensión mísera, a mujeres que buscaban el divorcio por el abandono, la violencia económica, física, sexual y psicológica a la que fueron sometidas durante años; se cocinen y aprueben estos trabajos. Esa querida Facultad que ha sido a veces también escenario de luchas, de debates académicos, de resistencia popular y social.
Sorprende que en la Facultad, donde también hay una carrera y maestrías de Género, este trabajo haya tenido acogida, pase a formar parte de un repositorio y se constituya en precedente que puede alentar una serie de otros trabajos “académicos” que, sobre la base de generalizaciones, falacias y subjetividades; sigan desinformando sobre la realidad de la violencia hacia las mujeres, trasladando la culpa a las víctimas y asumiendo que “el totalitario tipo penal del femicidio es la máxima expresión de una ideología que se ha instalado en la sociedad e instituciones del siglo XXI, una ideología feminazi, que niega derechos y garantías a la población por el solo hecho de haber nacido con cromosomas XY”, cuando la realidad es que el tipo penal del femicidio responde a la necesidad de nombrar y abordar de manera autónoma y especializada, la máxima expresión de violencia contra las mujeres, por el solo hecho de serlo, para erradicarla.
Las mujeres nos queremos libres. Nos queremos vivas. No merecemos que un espacio en el que hoy somos mayoría, se hable de nosotras como ciudadanas de segunda clase. No nos merecemos que se justifiquen nuestras muertes. No nos merecemos estudiar, trabajar para un espacio que no acoge como válidas nuestras reivindicaciones. Peor aún que se dude de nuestra valía y profesionalismo por ser mujeres. O que se admita que no pueden existir varones que compartan nuestras luchas. Los hay, pocos, pero los hay.
Como dijo la brillante Adrienne Rich: “Sin ternura, estamos condenados”. Recuperemos la rabia, pero también la ternura, para reivindicar la necesidad de espacios universitarios libres de todo tipo de violencias. Recuperemos la capacidad de asombrarnos y de solidarizarnos con las estudiantes que tienen que escuchar discursos sexistas en las aulas, con las profesoras de cuya capacidad se duda o que se dice que han entrado a la Facultad porque les regalaron puntos por ser mujeres, con los varones antipatriarcales que se suman a la causa y sufren con nosotras las consecuencias de actuar de manera académica y rigurosa, pero también desde el compromiso de una vida libre de violencias hacia las mujeres.
Decir ni una menos, también significa que nos queremos vivas, vigilantes, altivas, críticas. Y que no nos maten simbólicamente.

jueves, 8 de diciembre de 2016

Sobre el bebé y su estancia en una caja de cristal


Yo quiero ver las diminutas zanjas de sus huellas
en una piel delgada como pétalo, transparente,
de venas donde palpitan corrientes de corazón.
 
El bebé no está. Su camita lista. Sus ropitas y el bebé no está. Duerme un sueño profundo, allá en la caja de cristal que la ciencia le procura, como en el vientre de su madre. Duerme tranquilo, no necesita oxígeno, se alimenta de la luz y del plancton del aire, aún no abre los ojos, o los abre hacia adentro, donde se comunica con el interior que debe ser hermoso en un bebé. Llegó la leche y el bebé no está. Habita un entorno lácteo de vitrina, aislado del universo bellísimo y ácido que nos cobija al resto de mortales que abrimos los ojos y que quisiéramos cerrarlos a veces. Está seguro, abrigado, en espera de salir y abrazarse de su madre, de agarrar con sus dedos delicados y finísimos, el pulgar de su papá. 

La madre llora, llegó la leche y no llega el bebé. La cunita lista. La camita. Las paraditas de ropa. La abuelita pendiente. Las tetitas esterilizadas. Su madre le piensa. No hay lugar para más en su mente, en su mundo absolutamente transformado por el advenimiento del ángel, del diminuto presagio que goza de viabilidad. Que hace poco iba con ella, dentro, para todos lados. De esa persona pequeña que abrirá los ojos, que reclamará con la boca, que tendrá los dedos que habrá que contarle a ver si son diez, con huellas desde ya únicas y marcadas como zanjas de profundidad microscópica, en una piel delgada como pétalo, como cáscara de durazno, como lámina transparente de venas delicadas por donde palpita el rojo del corazón. 

El bebé duerme en su caja, como metáfora del descanso feliz, ingenuo, de quien aún no conoce el exterior. De a quien el mundo le hace un mundo otro para que duerma. Y cuál es el apuro de salir. Si dentro de la madre se está mejor que en ningún lado. Si la caja de cristal puede ser esa barriga de madre, donde no existe la maldad de la gente, ni los ojos de las tías locas amorosas, ni las visitas de las abuelas, ni las lanas de las gatas, ni la mano de tabaco del abuelo. 

Si la vida de afuera no es un lugar confiable. Hay que resguardarse de ella. Como quien se envuelve en una media. Como la hermosa flor de poliéster que resiste al paso del tiempo dentro de una película plástica. Como el peluche que se niega a envejecer dentro de la vitrina. Como el maravilloso conjunto de muebles que, cubiertos de mica, nunca conocieron el polvo ni su maldad.
 Como el pollito que bien está dentro del cascarón. Un pollito húmedo, tibio, de ojos cerrados por la transparencia de párpado en introspección. 

La mamá llora, piensa en el bebé. La bañera, el sonajero, las cobijitas. Los ajuares de crochet hechos por las manos amorosas de las abuelas. Los pañalitos. 

-Duerme mi pequeño, no vale la pena despertar-


Duerme en tu cajita. Crece mucho. Crece tanto que la caja sea ñuta para tu grandeza. Crece hasta que puedas respirar afuera y acurrucarte en los brazos de tu madre. En los ojos de tu padre. En el ambiente de leche y abrigo que espera en la casa. Crece bebé. Deja la caja. Como los peces que sueñan que alguien los libere de la pecera, porque solos en la pecera entristecen y sueñan con el río, o con el mar.

domingo, 4 de diciembre de 2016

Vivas nos queremos


En 2012, 1 de cada 2 mujeres fue asesinada por su pareja o por un familiar, Solamente 1 de cada 20 hombres fue asesinado en esas circunstancias.
Cada 10 minutos una mujer es asesinada por pareja o ex pareja en el mundo. 2.100 mujeres son asesinadas al año en América Latina y el Caribe, 12 por día.


El femicidio/feminicidio, es una pandemia mundial. Para las mujeres, el lugar más peligroso puede ser nuestra propia casa. Las personas más peligrosas, nuestros propios compañeros. Nuestros enemigos, los hombres a quienes amamos.



Por una vida libre de violencias, por una calle segura, por una casa segura, por amores igualitarios, por nuestros derechos, por la memoria de nuestras ancestras, por el legado de nuestras abuelas, por las que fuimos y por las que somos y por las que vendrán.



¡Ni una menos!



¡VIVAS NOS QUEREMOS!

miércoles, 21 de septiembre de 2016

Carta de amor, a ninguna parte, a ningún buzón.

No he estudiado absolutamente nada, así que no te sientas mal, más bien me he dedicado a la costura, al bordado, motivada por la idea revolucionaria de que todos somos unos artesanos en potencia. Estaba como una Penélope, no he leído la obligatoria y mítica historia, pero sé que estos dos días no son los diez años. Y en dos días los hilos de las alas, las antenas y los ojos de la mariposa te han tenido entre ellos. He bordado más que un simple dibujo, un poco de mi espera, mi esperanza y mi deseo de verte regresar alegre y cargado de vivencias intiraymiescas.
La mariposa quedó bastante bonita, se irá a visita donde la costurera para luego convertirse en un útil y decorativo almohadón. Me duelen mucho el pulgar e índice derechos, es por lo de mi bordado, la mariposa dolió, lo bueno es que los hilos, que te llevan todos ellos, hacen el trabajo de retener a la mariposita que se quiere ir volando hacia la vecina provincia del norte. Ya ves, nada especial.
Ahora es domingo en la tarde, otro domingo sin sol, otra tarde de domingo con lluvia, día del padre, yo sin padre, nostálgica al máximo, con sueño, como es costumbre. El abuelito hizo una libélula y un murciélago. Yo me quedé con la rata voladora y mi hermana con el insecto peluquero; son muy bonitos y siniestros, quiero que me ayudes en las vacaciones a pintar mi cuarto y a colgar arañas, murciélagos, cangrejos y libélulas en el techo que cubre mis sueños y mis sufrimientos de todas las noches.
Hoy, como siempre cuando venimos a la casa de la abuelita, todos gritan, se arman debates increíbles, nadie está de acuerdo con nadie, el que alza más la voz es escuchado y es hermoso oír cuánto se dice y cómo piensan las mentes de la experiencia. Les conté a mis tíos que siento nostalgia porque me gusta el derecho pero también quisiera estudiar historia y literatura y periodismo y arte, me dijeron que ese sentimiento es normal y que habrá tiempo suficiente para estudiar lo que yo quiera, que primero termine derecho, que estudie una sola cosa a la vez, que cuando ya tenga mi título puedo hacer de mi vida lo que desee. Entonces vos tampoco tengas pena de las cosas que no acabaste de estudiar o de lo que quisieras estudiar, hay tiempo y vida para todo, el universo de posibilidades es infinito y el amor también como fuerza motora, está a disposición de todos los que tengamos las ganas de recibirlo.
Tenemos las alas cortadas, necesitamos ponerle a nuestro deseo de volar más plumas, más cera y más viento. Volemos algún día, intentemos que no muera dentro de nuestras ganas la utopía de ser ícaros contemporáneos. Soy incoherente, doy asco, sólo necesito evadir las conversaciones sobre Osho, el budismo, los monjes shaolines y las concepciones de unos y otros sobre el sexo y la dicotomía éxtasis-sublimación. Yo no les entiendo porque todavía no he sentido esas cosas.
Te extrañé mucho y espero verte mañana y conversar con vos y seguir de la mano por los tortuosos senderos de esta puerca y hermosa vida.


Ma. José
Junio de 2006

lunes, 8 de agosto de 2016

Carta de mi madre cuando cumplí treinta años



Con inmenso amor planeamos con tu padre tu llegada y te esperábamos con ansias como presintiendo que vendrías a alegrarnos la existencia.
Pero el destino es imprevisible, la vida en instantes da la vuelta y de pronto me encontré con el desconcierto.
Cuando tu cuerpito se iba haciendo en mi vientre, y se iba modelando la figura con la que te presentarías en esta vida, arreciaban mis tribulaciones, mis temores y mis dudas y era doloroso saber que compartías conmigo, desde adentro, ese alimento amargo del desasosiego.
Tu llegada a este mundo fue difícil, mi cuerpo se descompensó por la experiencia y lo único que me mantenía en pie era la inmensa dicha de tenerte, de contemplar tu rostro primoroso, de entregarme a tu cuidado con abnegación y ver cómo ibas creciendo y cómo tu energía llenaba la casa de luz.
Tus exigencias avasalladoras, tus cuestionamientos y tus rabietas eran el pan del día; mi madre decía que debía controlar a tiempo tus exageraciones y me daba recetas para intentarlo. Pero yo seguía los dictados de mi corazón y te calmaba con dulzura, haciéndote saber que eras mi querida, mi pequeña, mi santa; en una suerte de compensación, pretendiendo conocer la razón de tus extravagancias.
Transcurrieron tus años en nuestra casa y te revelaste sosegada, tierna, afable; con un cuerpecito de andar pausado que contrastaba con tu mente que volaba como un pájaro recién puesto en libertad y con tu corazón que rebosaba bondad.
Fueron años benditos, preñados de tus ocurrencias, de tus proyectos, de tus inquietudes. Tu espíritu misericordioso nos mantuvo firmes en el hogar que un día, con el corazón henchido de amor, proyectamos para los hijos que nos diera la vida.
Y un día volaste.
Gracias por esta hermosa travesía, gracias por tu presencia que es amor en nuestras vidas, gracias por existir.
Eres toda una mujer libre y valerosa, ahora soy yo quien necesita más bien de tus consejos, pero te guardo en mi corazón como una flor, a la que desearía seguir protegiendo sólo por el inmenso gozo de compartirte en mi vida.

martes, 5 de julio de 2016

Palabras que nunca leí en la inauguración de mi exposición (abierta hasta el fin de este julio).

Detalle de la exposición de pinturas de Pepita Machado, en el Hotel de las Culturas, julio 2016.



(Escritas con motivo de la inauguración de mi exposición de pintura, el 1 de julio de 2016. No me animé a leerlas, pero las comparto ahora con todas y todos).


Comencé a pintar de niña, cuando mi papá nos regalaba hojas de papel bond y nos daba esferos, pinturas y lápices para que trabajáramos en ellos. Sin ningún tema en particular. Él siempre sonreía con aprobación ante nuestros garabatos y les guardaba en una carpeta de cartulina, con nuestros nombres. En el colegio, me gustaba dibujar mientras atendía clases. Hacía dibujos en cuadernos y en hojas, siempre de seres  imaginarios. Vendí el primero por algo así como veinticinco centavos. En la universidad, mezclé mis clases formales de derecho, muy alejadas del arte, con visitas tres veces por   semana al taller de mi abuelito don Víctor Arévalo, con quien aprendí sobre luces, sombras, colores, técnicas varias y también a hacer muñecos de papel maché y calidoscopios. 

Crecí en un medio con artistas como mi abuelito y mi papá, gran dibujante y caricaturista y por esta razón, no pensaba que el arte sería también parte de mi vida. Ya en la universidad, seguía robando tiempo de mis clases de derecho (o al revés, mis clases me robaban tiempo) para dibujar y pintar espontáneamente y me tomaba el espacio del estudio de la casa de mis padres para centro de operaciones. Desde el año 2008 comencé a pintar con más asiduidad, acrílicos y óleos en madera y lienzo, brea sobre cartulina y dibujos a tres lápices. Hice algunas exposiciones en espacios cálidos y pequeños, donde comencé a compartir con el público mis creaciones. 

Cuando una vida comienza, parece que infinitas serán las creaciones. En un momento pensé que pintar sería infinito. Me sentía prolífica  y sentía que los seres brotaban de mis dedos como respiraciones, o suspiros. Que era tan fácil darles vida y que serían tantos que no era importante fotografiarlos, o conservarlos siquiera.  Ahora pienso más bien, en la finitud de los actos humanos y sobre la individualidad y la irrepetibilidad de cada uno. Dibujar, como sacar una línea de paseo, también deja las obras que tiene que dejar.

Posiblemente una de las mayores virtudes del arte visual, es proveer de materialidad y de relativa permanencia de expresión a los momentos creativos que siempre tienen algo de emoción y un contexto particular, y que, en el acto de darlos a luz, son temporales y terminan.

En esta muestra se recogen algunas obras recientes, pero también otras de años pasados. Últimamente he estado trabajando sobre soportes de cartón y armando collages con materiales reciclados. El último que hice, ya no tiene ni una gota de pintura. Me gustan mucho estos trabajos porque me ahorran tiempo y puedo reutilizar dibujos, objetos y papelitos que estaban botados. Es un proceso de recoger pasos, incesantemente*. Y también de guardar en cajas de cristal cosas importantes, para que el tiempo no haga de las suyas. Este encierro de vitrina no está exento de un dilema ético sobre su conveniencia (desde el punto de vista de los objetos encerrados) por supuesto.

Me gusta escribir y describir las cosas con detalle. Pero cuando se trata de hablar de mi arte, me extravío. Me cuesta muchísimo cada palabra. Porque creo que es mejor dibujar y pintar que explicarlo. Cuando me preguntan qué significa cada obra, me quedo en blanco, generalmente.  Alguna vez pensé que nada en particular y llegué a decirlo en una entrevista televisiva que nunca, por eso mismo, salió al aire. Tenía como veinte años, pensé que era la juventud, pero aún ahora, casi diez años después, tampoco podría explicarlo con precisión. Más allá de eso, de la incapacidad para explicar y explicarme ciertas cosas, la pintura y el dibujo ocupan siempre un lugar central en mi vida. El lugar de decir las cosas de otra forma.

*Este texto, de hecho, es un collage, a su modo. Tomo pasajes de escritos previos, copiándome a mí misma, en un ejercicio no moral de la autorreferencia.

miércoles, 15 de junio de 2016

Dibujos de taller

Encandilamiento. Cuando te veo, me pasa algo así. 

Mucho que decir.

Apuntes de taller: sobre la Misericordia

martes, 26 de abril de 2016

¿Qué es el Ecuador?

Una línea imaginaria. Un país indefinible por diverso. Un tejido de colores, de razas, de culturas.
El Ecuador es el país que no sé explicar de qué se trata. No es el Caribe. No es sólo la selva. Es un puñado de corazones tricolores. El rojo por la sangre, el azul por el cielo y por el mar. El amarillo por el oro que nos robaron, y que nos siguen robando, dicen. El país del Boletín y la Elegía de las Mitas. De gente india, chola, montubia, chaza, longa, mitaya, negra, zamba, blanca y mulata. El país del presidente loco que subastó su bigote por un millón de dólares recaudados en una teletón, luego de grabar su propio CD. En la época de Emprovit y Abdalac. El país del presidente que huyó en helicóptero. El país colonial del rezago huasipunguero. El país clasista, sexista, heteronormativo. El país polarizado por la política. El país que desconcertó a Humboldt por la alegría de sus habitantes con música triste. El país que condenó al suicidio a Dolores Veintimilla de Galindo. El país que no le dejó ser presidenta a Rosalía. El país que botó siete presidentes que había votado (bueno, no todos) en menos de diez años.
El país del feriado bancario. De la Santa Marianita de Jesús, del Santo Hermano Miguel y de la Beata Narcisa de Nobol. De hacer de Lenín Moreno y de Jefferson Pérez ídolos populares, cuasi santos, equiparables a Gandhis criollos. Pero también el país de Matilde Hidalgo, Jorge Enrique Adoum, Jorge Icaza, Juan Montalvo, Alicia Yánez, Nela Martínez, Dolores Cacuango y Tránsito Amaguaña. El país que desde el centro de la tierra está más cercano al sol.
El país que se levanta, todos los días, con café con leche y pan. El país de lagunas, lagos, páramos de esponjas de agua frías como las cúspides de sus volcanes inquietos. El país del cóndor y del colibrí. Aves tan disímiles, tan opuestas, como la Costa y la Sierra. Como el Oriente y Galápagos. Como los ricos y los pobres. Como los indios y los blancos.
El país de mares serenos, de azules y verdes ligeramente turbios -que los alejan de la postal del cristal celeste idílico-, y que se enojan a veces. El país de montañas andinas, como colchas hechas a puro retazo de siembra de verdores en degradé, por mujeres vestidas de lana. El país de selva y lluvia y mañana la playa.
El país que sonríe a visitantes. El país que no ama a las mujeres. El país de mujeres que aman demasiado. El país de anocheceres a las seis y media. Y de amaneceres a las seis y media. Doce horas de claridad en todo el año. Y doce horas de oscuridad en todo el año. Y un clima cuasi primaveral que solo se comprende cuando se está fuera.
El país del collar de lágrimas, de las hermanitas Mendoza Suasti y de los hermanos Miño-Naranjo. De Hilda Murillo y de Héctor Jaramillo. De Julio Jaramillo y Carlota Jaramillo. De Silvana Ibarra y Aladino. De Máximo Escaleras y Piedacita Laso. De Gerardo Mejía y Sharon. De la Bomba y Dupleint. De Guayasamín y de Delfín. De los cinco como un puño y la generación decapitada. Y de Tábara. Y de Endara. Y de la Guga Ayala. El país de las constituciones que duran diez años en promedio. Y del congreso de los cenicerazos y la asamblea de las sumisas. De los polos de desarrollo y de los bordes no desarrollados.
El país de las casas de caña y de los techos de zinc. Pero el país de edificios que no llegan a rascacielos. Y al mismo tiempo, el país de las ciudades coloniales y republicanas de adobe, donde las rojas, cómplices, tejas, unas a otras se cubren secretos. El país de las tiendas del barrio. De las sastrerías y de las picanterías. De los chifas y los chaulafanes. De las peluquerías y de los spas. De las ventanas decoradas con cualquier adorno, para regalar primor a quien pasa por la calle. De la decoración forjada en la acumulación de recuerdos de bautizos, apilados en estantes con forma de casa. De las lentejuelas, la espuma flex, los peluches en funda y las flores plásticas con rocío falso. De los discos piratas vendidos impunemente y los buses donde se va a matar o a morir.
De los amores de paseo y carretera. De los payasos de bus y los galanes de balneario. De quienes quieren ser aniñados negando su origen cholo. Y de aniñados que quieren representar lo andino, desde sus azules miradas. De los altares, las iglesias, los divinosniños, las procesiones, las paradas, las marchas y los pases. Las rockolas y los perritos runas en la calle. Los negocios imposibles de explicar con las leyes del mercado, que tienen la capacidad de plegarse sobre sí mismos y continuar mañana. -Yo reinaré, ruega por nosotros, en vos confío-. El país de primero Dios y después vos.
El país del pan de oro y del spray dorado. De los camiones de carga con volutas y leyendas en la parte de atrás, que aparecen en el camino como consuelos o presagios. De los taxis adornados con CD, zapato de guagua y churonas. Del ceviche, el seco de pollo, la guatita, el ayampaco, el tomate de árbol y la naranjilla. El país de maíz y de trago de punta y de otros objetos que se juntan caóticos, en un escudo kitsch, que en cada edición de las láminas educativas -que aún venden- tienen una explicación distinta.

El país donde la euforia dura una semana, donde la unión dura lo que un partido de fútbol y mañana, sin la camiseta, somos tantas almas disímiles. Pero el país que el abandono y la tragedia unen, en un solo corazón, que talvez sólo Damiano pudiera explicar, en una canción.



domingo, 17 de abril de 2016

Miedo


Y tengo ese miedo triste que parece correr por las venas como huyendo de algo. Ese presagio oscuro de alguna incertidumbre, esa certeza, más bien, de que todo deviene oscuro. Tengo también, en iguales dosis, una esperanza que conmueve, que mueve.  

viernes, 8 de abril de 2016

en paz déjame

si siempre he sido así.
si no he de cambiar.
si me da la gana de ser así.
si la vida me pone en esto
y si no quiero salir.
y quién sois vos
para decirme
qué debo hacer.
vos no ves las cosas
como veo yo.
vos vienes de otra nota.
no es lo mismo parecer
que ser.
y yo soy. o no soy.
no es mi culpa.
y si lo fuera ¿qué?
me acepto.
no espero
que hagas lo mismo.
me vale
y ya.
pero mañana,
talvez estés pendiente
de lo que haga.
y otra vez te diré
que no me importa.
quién sois vos
para decirme
qué pensar,
qué hacer.
no respiras mi aire
no te dan mis zapatos.
estás en otro lado.
y no me alcanzas. 

martes, 5 de abril de 2016

Te abrazo (Collage)


Llevo algún tiempo transitando por la imbecilidad... Del collage. Me gustan mucho estos trabajos porque me ahorran tiempo y puedo reutilizar dibujos y papelitos que estaban botados. Es un proceso de recoger pasos, incesantemente.

Este collage se llama, acabo de bautizarle, "Te abrazo". Todo fue de muy casualidad. Comienzo por los créditos y descripciones. El marco es muy bonito, compré en una tienda de antigüedades en cinco dólar. El papel del fondo-fondo, es quizás de los últimos pedazos que me quedan de mi papel florentino, que ha engalanado muchas creaciones mías, con sus destellos dorados y sus flores, hojas y volutas.

Sobre el papel florentino, está un marco dorado, de metal, que me regaló mi amiga Gracielita, para hacer decoraciones. En el centro de dicho aro, está un trozo de otro papel decorativo, sacado de una funda de una tienda de bisutería femenina. Sobre dicho papel, posa en color verde-menta, el último bebé de plástico que conservo. Compré, hace unos siete años, una funda de bebés plásticos en Valverde. Llené varias botellitas con los bebés, hice un cuadro con bebés cuando nació mi sobrina Manuela y me sobró una única bebita. Es una metáfora de la maternidad en mi vida. No sé si seré madre algún día, pero me hace ilusión que si lo soy, tendré un o una bebita única, como la Manuela.

El papel del fondo, es de Papelería Palermo, así como la hermosa perrita tipo Lazy. Las tres figuras de la composición, son mini retratos precarios que hice sobre unas cajitas de joyas de Yanbal que me regaló mi mami. Yo dije, como con tantas cosas, "algún día me han de servir" y les tuve como cuadritos de colocación itinerante, por mucho tiempo. Les recorté, no sin cierta nostalgia, y les procuré cuerpos que no se habían preparado para tener. El de la izquierda tiene un tórax celeste, de un papel de pared que en rollos me encontré en la casa que habito ahora. De quién también sería el papel, pero el color es una maravilla.

En el centro de la composición, hay dos cosas muy importantes para mí: una lupa (donde está la bebé) que era de mi papá. Tengo siempre una sensación de ternura inexplicable y de cierta nostalgia cuando pienso en mi papá. Él tenía lupas porque hacía pericias documentológicas desde que yo era o tenía uso de razón. Entonces nos había enseñado cómo hacer nacer chispas y fuegos colocando papel de caja de cigarrillo (sus eternos tabacos) debajo de la lupa, en un buen día de sol. Para mí la lupa es mi papá en su escritorio, fumando sus tabacos, mi papá con su lupa trabajando hasta la noche, mi papá encendiendo, creando llamas de puro sol y lupa. (Voy a llorar).

Debajo, está un espejo redondo, que fue parte de algún coroto que ahora no recuerdo bien. La idea del espejo es que quien vea "la obra" pueda ser parte de ella. Y redondo es el abrazo que va a acoger a quien mira.

Bueno, esta es la explicación, no encuentro otra. Por ahora.

martes, 29 de marzo de 2016

Hablemos del dolor: “Violencia no” y los cautiverios de las mujeres


En la obra “hablemos del dolor” de la artista Sara Roitman, con la curaduría de Hernán Pacurucu, se aborda en el mes de marzo la violencia de género, como una forma de dolor. “Violencia no”, es el contundente título, de una composición gráfica original, inquietante y conmovedora.

Me parece, al verla, que se inspira en la idea de Marcela Lagarde sobre los cautiverios de las mujeres, que se concretan en la relación de las mujeres con el poder y, en sus palabras, “se caracterizan por la privación de la libertad, por la opresión. Las mujeres están cautivas porque han sido privadas de autonomía vital, de independencia para vivir, del gobierno sobre sí mismas, de la capacidad de decidir sobre los hechos fundamentales de sus vidas y del mundo”.

Así, a pesar de las enormes diferencias que hay entre nosotras, dadas por nuestro origen, edad, etnia, identidad sexual, posibilidades económicas, pertenencia social, geográfica, (dis)capacidad, experimentamos formas compartidas y particulares de opresión y de dolor, que no todo el tiempo son vividas con pesar, porque se han suavizado con el discurso del amor, en un juego ambivalente.

Luigi Ferrajoli, jurista italiano, afirma que el dolor y el sufrimiento son el fundamento y el origen de los derechos humanos: “ninguno ha caído desde arriba, como graciosa concesión. (…) Todos –desde la libertad de conciencia hasta la libertad personal, desde los derechos sociales hasta los derechos de las y los trabajadores, han sido el fruto de luchas y revoluciones alimentadas por el dolor, es decir, por opresiones, discriminaciones y privaciones precedentemente concebidas como ‘normales’ o ‘naturales’ que en un cierto punto se vuelven intolerables. Todos se han impuesto como leyes del más débil contra la ley del más fuerte, que regía y regiría en su ausencia. Los derechos garantizan a todos, a todas, contra la violencia del más fuerte”.

La lucha por los derechos de las mujeres es una de esas revoluciones alimentadas por dolores, históricos y actuales. La violencia de género, amenaza la vida, la salud, el bienestar y el ejercicio de derechos de las mujeres. Es perpetrada en la mayoría de casos por quienes dicen amarnos y protegernos: nuestras parejas, esposos, padres, novios, familiares, amigos. En otros casos, es sufrida en el espacio público. El único factor de riesgo es ser mujer. Cuando nos agreden desconocidos, la opinión pública y hasta hace poco, el discurso jurídico dominante, en lugar de aceptarla como responsabilidad del agresor y de una violencia estructural silenciada por la complicidad de estados de impunidad, trasladan la culpa a la víctima. Nos mataron por andar “solas”, por andar de noche, por vestir minifalda, por andar en tanga, por ser putas, en una palabra. El imaginario patriarcal ha dividido simbólicamente a las mujeres en dos grupos antagónicos: las santas (las Marías) quienes se ajustan a los estereotipos de abnegación, de obediencia, de entrega. Las putas, (las Evas), quienes desafían los destinos impuestos a las mujeres, quienes salen, viajan, dicen que sí o que no, cuando quieren, las que desobedecen. Si las Marías o las Evas somos violentadas, es nuestra culpa. Si nos violenta quien es de nuestro círculo íntimo, es nuestra culpa “por dejarnos”. Si nos violentan fuera, en la calle, en un viaje, en un espacio público, es nuestra culpa “por exponernos”. En ambos casos, se piensa que nosotras “provocamos”.

Confío en el arte como un transmisor estético y político de denuncias sociales. El arte libre siempre va más allá de la corrección política de los discursos oficiales. Hay veces en las que las mujeres tenemos que actuar estratégicamente, con “sutileza”. No ser crudas, “porque la sociedad es sensible”. No pelear, porque quedamos como histéricas o causamos rechazo. No decir que nos están matando, porque es una exageración, sólo algunas son asesinadas. No culpar a los hombres, porque no todos los hombres matan. Sólo algunos. No sentirnos potenciales víctimas, porque estamos paranoicas: solo matan a las mujeres que “algo hicieron” para que les pase.

El doble feminicidio ocurrido en Montañita, ha sido motivo de una gran movilización social. Por primera vez muchas mujeres –y muchos hombres- que no se sentían tocados, tocadas por los discursos feministas de denuncia de la violencia de género, han sido interpelados. Porque si les pasó a ellas, me puede pasar a mí, o le puede pasar a mi hija, a mi hermana, a mi compañera. Porque no quiero ser cómplice con mi silencio o con mis acciones de la violencia a las mujeres. La obra de Sara Roitman ubica en el centro del debate, en una avenida concurrida, frente a la mirada de todos/as, lo que se quiere que ocultemos. Lo que hasta hace poco era “doméstico”, “privado” o “pasional”.

Por eso es emocionante y conmovedora. Esperamos que esa emoción desborde y que la conmoción nos llame a actuar, para liberarnos individual y colectivamente, de los cautiverios de las mujeres, de todas.

María José Machado Arévalo
29 de marzo de 2016