Vistas de página en total

domingo, 24 de noviembre de 2013

domingo, 20 de octubre de 2013

El Centro Histórico desde los ojos de Pepita


Desde hace seis meses, tengo la dicha de vivir en el Centro Histórico. Siempre ha sido el espacio referente de mi vida, pero lo había caminado solo en el corazón y no en sus calles más periféricas. Esta experiencia de caminar y caminar, de ver por las vitrinas y las ventanas, me ha brindado la maravilla del descubrimiento de escenas, personajes y lugares pintorescos y sensibles, que trataré de describir, brevemente, a continuación. En este ensayo de recoger pasos, no se agotan los posibles lugares y personas donde el primor, la belleza, la nostalgia y, a ratos la tristeza, se unen. Quisiera guardar para siempre en mi mente estas imágenes, que temo podrían perderse por el paso del tiempo. Muchos/as protagonistas de estas historias son personas ancianas que ejercen valiosos oficios, todos los días, con el amor, el esfuerzo y la experiencia de décadas. Algunos lugares son:

Los talleres de costura, donde hábiles modistas confeccionan trajes y uniformes a medida.

Los misteriosos zaguanes que albergan enigmáticas y solitarias vitrinas, que exhiben mercadería peculiar, de la que, aparentemente, nadie se hace responsable.

Las pequeñas farmacias familiares, que han sobrevivido a la profusión de cadenas como “Fybeca”, “Pharmacy’s”, “Cruz Azul”, o “Sana Sana”, que aparte de medicamentos venden productos “Maja”, maquillaje utilizado por muchas mujeres y colonias “Jockey Club” o “Pino Silvestre”, antiguos perfumes de caballero.

Los locales de venta de periódicos, libros y revistas usados, que exhiben la mercadería entre el polvo y la nostalgia.

Las clásicas peluquerías, que con su mobiliario beige y rojo ofrecen cortes de caballero a un dólar y cortes de dama a tres y en cuyas vetustas paredes figuran posters de modelos de los años ochenta y principios de los noventa, luciendo cortes que han perdido actualidad.

Las peluquerías ya más modernas, que ofrecen en vistosos carteles colocados afuera, cortes, peinados, rayitos, manicures, pedicures, depilaciones, rizados de pestañas permanentes o colocaciones efímeras de pestañas y que por lo general tienen nombres de mujer que terminan en un apóstrofe y una ese, como “Anny’s”, “Loly’s”, o “Pachi’s”.

Los paradigmáticos estudios jurídicos que atienden a la calle, con máquinas de escribir y antiguos archivos de juicios interminables, donde los/as preocupados clientes esperan a ser atendidos por el abogado sentados/as en una silla.

Los tradicionales locales de venta de polleras bordadas y de vestiditos para Niñitos Dios y para santos, donde las lentejuelas, los mullos, el terciopelo y los coloridos hilos, son la sensación.

Las pocas tiendas de discos que sobreviven a la profusión de la piratería y la música computarizada. 

Los antiguos estudios fotográficos, en cuyas ventanas y puertas aparecen viejas fotos de matrimonios, grados, quince años, o fotos tamaño carnet de alguna figura pública que para hacer un trámite burocrático se tomó la foto “al paso” y posa imperturbable sobre un fondo marmoleado que imita a los jeans nevaditos que tan de moda estuvieron en los años ochenta. De vez en cuando, estos estudios, tienen fotografías antiguas y bellas de personajes de la ciudad, en gran tamaño, que nos hacen pensar que la experiencia será trascendental. Pasamos al estudio y vemos, con tristeza, que una improvisada cámara digital nos invita a sonreír para imprimir en serie el aspecto de ese día.  

Los paradigmáticos viejitos que se sientan en las bancas del Parque Calderón, ataviados con sus mejores galas, y que en grupo ven pasar las palomas y la vida desde el corazón de la ciudad con sus sombreros, sus bastones, sus lentes y sus interminables conversaciones. Que sean hombres y no mujeres dice mucho de cómo el espacio público por décadas ha sido territorio masculino.

Los alféizares de las ventanas, que revelan, si uno se acerca, diversos y encantadores objetos, cuya finalidad es ser inútiles, pero bellos. Ya una figura de un perrito pequinés encapsulada por el tiempo y por el brillo arcoíris de la manufactura china. Un jarroncito con flores de plástico, engalanadas de falso rocío. De vez en cuando un peluche, de esos de grandes ojos azules de plástico, pegados sobre una nariz negra y una lengüita fabricada con un trocito de imitación de terciopelo rojo y, con suerte, con un corazón acrílico que brinda una frase de amor a la lectura de los paseantes. Un cenicero, una muñequita de porcelana que nos ve pasar, a través de la ventana.

Las antiguas floristerías, que, en afán de remozamiento, presentan nuevos diseños de arreglos florales al exigente público. Ositos y perros, fundamentalmente, de esponjosos cuerpos de claveles y oasis, son la novedad. Con frecuencia, estos mismos establecimientos, tienen unos interesantes soportes donde giran tarjetas del tamaño de una de crédito, ya holográficas, ya normales, con hermosas y hechas frases de amor, acompañadas en su dulzura por dos caras: una, la que presenta el inicio de la frase y que, rematada con puntos suspensivos siembra la zozobra, la espera y la ansiedad de saber qué dice del otro lado de la tarjeta y, la otra, donde está la conclusión de la frase, con un espacio en blanco donde poner el nombre de quien se responsabiliza de declarar su amor. La decoración de la tarjeta está hecha con base en dibujitos de perritos tristes y cursis de largas orejas y grandes ojos de asombro y de melancolía, (algo parecido al amor) o, también ocurre, con imágenes de parejas disfrutando de atardeceres en lejanas playas, al compás de un congelado viento que ondea sus cabellos (escenas similares a las insertas en vídeos de karaoke) y que, emplasticadas, nos brindan el recuerdo de suspiros de tarjetas recibidas o la frustración de tarjetas jamás entregadas.

Las sastrerías, que cuando un@ se asoma nos brindan la escena del sastre viejito, con la cinta métrica rodeándole la espalda, mientras corta, cose o plancha, con un antiguo maniquí de ojos estáticos, que luce la mejor creación, mirando desde el fondo.

Las señoras que sacan a pasear perritos pequineses y frenchs.

Las viejitas de las tiendas, que atienden sentadas y se sirven de un palo para acercar la mercadería a la clientela y generalmente están acompañadas de un gato.

Los talleres de carpintería que animan su jornada diaria con emisoras de radio festivas.

Las antiguas zapaterías que sobreviven a la profusión del calzado chino, en tanto confectoras de zapatos y, a la Rápida y a la Precisa, en tanto reparadoras de lo mismo. Muchas veces, estos establecimientos están regidos por algún zapatero muy viejito, que, acompañado por las noticias de una radio de transistores, espera con paciencia la venta de su valiosa mercadería.

Las palomas que aguardan en los techos algún llamado de sincronización misteriosa y que, por momentos, parecen caer del cielo en masa para bajar a comer o para pasarse al techo del otro lado de la calle.

Las pequeñas fondas que ofrecen comida costeña, con un carrito a la puerta para invitar a los transeúntes a pasar.

Los zaguanes coronados por una paila de fritada hirviendo o de papas con cuero rebosantes de arroz con fideo trigo y huevos duros.

Los carritos de helados que por un extraño mecanismo se mantienen congelados, vienen en conos “Campeón” y se decoran con una mermelada de mora que sale de un envase en el que alguna vez hubo salsa de tomate.

Los carritos de hielo que gracias al raspado se convierte en escarcha, que se decora y endulza con agüitas de varios colores y que, en un vaso plástico y con sorbete, se sirve con una cima de leche condensada y parece la gloria cuando el carrito aparece en una mañana sofocante o en el sol del mediodía.

Los olorosos y cenicientos carritos de chuzos.

Los fragantes carritos de plátanos con queso.

Los gloriosos carritos de fritada, mote choclo, huevo duro, papas chauchas, tostado, plátano y mayonesa que se sirven en una fundita amarilla a la que, humeante, acompaña una cuchara plástica.

Los carritos que venden “cevichochos”, una alternativa económica para quien está “chuchaqui” y no pudo comprar un encebollado o ceviche.

Los contados y olorosísimos carritos de hot dogs donde, en la noche, l@s comensales se congregan para matar el frío y el hambre, cuando los hay, o, de lo contrario, se acompañan de su dueño que, habiendo llegado en bicicleta, espera paciente frente al cálido potaje la venta de aquellos deliciosos sánduches.
Las señoras de cuarenta años para arriba que tienen peinados traídos directamente de finales de los años ochenta y principios de los noventa, cuando estaban de moda las permanentes, los ventarrones y los coquetos cerquillos abombados.

Los señores que lustran zapatos en antiguas sillas de madera rojas o azules y que brindan a su distinguida clientela la prensa del día para su lectura.

Las viejitas que, de vez en cuando, se ve asomar por las ventanas nostálgicas de algún conventillo y que miran la vida pasar desde un segundo o tercer piso.

A veces, una puerta abierta que, si nos atrevemos a mirar más detenidamente, revela la existencia de un patio y, con suerte, hasta de una huerta.

Los talleres de reparaciones eléctricas donde aparece el técnico entre varias columnas de televisiones, refrigeradoras, hornos, licuadoras, batidoras, microondas, radios, teléfonos, etc.

Los bazares que venden todo para el hogar y regalos especiales, entre los que cuentan ollas de fierro enlozado, lámparas con imitaciones de gotas de vidrio, peluches, tarjetas, figuras decorativas, diarios íntimos, cajitas musicales de secretos, etc.

Los hermosos y fantásticos almacenes que ofrecen todo para fiestas y que nos reciben con algún muñeco de peluche gigante (generalmente “Barney”, “Mickey Mouse” o “Winnieh the Pooh”) que tiene vida propia y en cuyas vitrinas no faltan los vestidos de novia y de quince años para alquiler, además de los letreros de espuma flex, encaje y escarcha con mensajes como “En mi grado”, “En mis quince años”, “En nuestro matrimonio”, que también venden tarjetas, bolsitas de arroz, ligas, copas, champán Grand Duval (el de las grandes ocasiones) manteles, disfraces y en los que, si entramos, nos ofrecen un delicioso pedazo de torta ya como cortesía, ya como invitación a contratar el paquete completo de nuestra celebración, con el fin de hacerla inolvidable.

De repente una viejita con una canasta en la que guarda lo que teje a crochet, muñequitas, vestidos de muñecas, tapetitos y diminutos escarpines.

Las abacerías con frascos gigantes de vidrio, en los que hay nueces, pasas, almendras, pistachos, aceitunas y otros lujos gastronómicos para su venta al por mayor (y menor).

Las antiguas panaderías que exhiben en sus vitrinas pastas rebosantes de una crema blanca que decora un cake  relleno de mermelada de frutilla o mora y que terminan en un churito de crema, bañado por coco rallado y coronado por una cereza marrasquino.

Las pequeñas vitrinas donde se reparan relojes y en cuya publicidad se constituyen los relojes jamás reclamados por antiguos clientes.

Los puestos de revistas y periódicos, donde autores locales, con el fin de probar la suerte que no tendrán en las grandes librerías, ofertan sus libros, y donde siempre se puede encontrar el almanaque Bristol.

Los charolitos de cigarrillos, caramelos, papas, chifles, aguas, chupetes, chicles, fósforos, etc.
El puestito que cubre de mica documentos importantes.

Los locales de alquiler de computadoras con internet que ofertan la elaboración de trabajos y la hechura de tesis enteras.

Algún taller de un valiente pintor que hace su arte frente al público.

Una tienda de barrio con una vitrina por delante, donde se exhibe, en un plato de fierro enlozado, dulce de leche hecho en casa para meterlo en un pan. 


jueves, 12 de septiembre de 2013

Pajaritos

Y me miento, y pienso que mañana, esos colores que la vida pinta, no serán más los del cartón, sino los del rayo, los del páramo o el sol, los del pavimento seco del calor que quema y da vida, la música de los pitos de las calles y de los susurros de las vecinas, no más la música preferida que se toca cómodamente, sino el ruido de la vida que pasa y transcurre fuera de las esteras tejidas de paja y fuera de las flores compradas en la plaza de las flores y fuera, también, de los jardines de las villas que nos recuerdan cuán mal repartida está la plata, y por qué un@s tienen jardín y otr@s arrendamos, y por qué el sol calienta mejor un jardín que un departamento, y por qué el frío parece que se ensañara más cuando no tenemos cortinas que nos abriguen del mediodía de posibilidades infinitas de texturas de caramelos alados, con los que acompañamos el café o las galletas de las conversaciones sin fin, que nos llevan a abrir paréntesis en interminables digresiones que poco o nada aportan al tema central, que nos recuerdan que la memoria y que las sensatez, además de conceptos frágiles, son realidades finitas, que como una chispa que se enciende, la lucidez también puede irse en cualquier momento.

Y entonces, al final, que más somos sino lo que nos rodea, pero quedan las miradas, los recuerdos, los sueños y las ilusiones, que estando bien son individuales, que estando mal trastocan las prioridades y convierten lo individual en colectivo. Y salir a las calles, y apropiarnos del espacio público, que tiene de escenario y de testigo, que nos pertenece aunque no seamos propietari@s de ningún pedazo de tierra por el que entrar en procesos judiciales, que nos pertenece como nos pertenecen las flores frágiles y simples que crecen hasta junto a las alcantarillas, y esos pajaritos sencillos, de panza color de asfalto y pintas entre negras, blancas y cafés, en una cabeza que nos recuerda que no solo la compra, la venta y el sueldo son formas de vida, que siguen ahí, alimentándose de las migas de pan, de las flores, de los gusanos que todavía da la tierra, que tienen esas barriguitas grises llenas del plancton de la urbe, que viven más allá de nosotr@s, que son libres porque pueden volar. Que nos pertenecen, precisamente, porque no pertenecen a nadie, porque no nos pertenecen, porque el concepto perverso de la propiedad y la pertenencia, pierde sentido frente a esos seres que pueblan los paisajes de tod@s, y sobre los que nadie, afortunadamente, tiene la exclusividad. 

Y el quicuyo, ese verdor proletario, que llaman algun@s mala hierba, que no necesita más que de los rigores y los prodigios del clima para ser. Y  las gotas de rocío que generosamente bañan las hojitas más sencillas, esas que viven y hablan, esas que muriendo todos los días, viven, que son colectivamente, que no necesitan de su individualidad para ser una alfombra cómoda sobre la que posar las suelas de nuestros zapatos, que no nos hieren los pies. Porque pensar colectivamente es un asunto que viene de la necesidad, de la reivindicación, de los sufrimientos compartidos. No viene de los espejos, ni de los tapices, ni de los libros, siquiera. Viene de adentro, de donde tod@s venimos. Y que sea contagioso, si se pide, si se necesita. Si somos más quienes sufrimos el miedo, la represión, la falsa perfección que nos venden por montones con nuestro propio dinero, más seremos en las calles, en los adoquines del espacio público, versión urbana, pero no menos importante, no menos poética, y no menos simbólica, del quicuyo que se pertenece a sí mismo y que procura una alfombra verde sobre la que seguir peleando el camino. 

Y ser como los pajaritos grises y sencillos, como el quicuyo que no pide para crecer, pero crece de nuevo si se corta, como los dientes de león que de amarillos se convierten en transparencia que el viento se lleva de un soplo prodigioso. Como los niños y las niñas que parecen ya venir con la sabiduría necesaria para enfrentar el mundo que les dejamos mal y que les toca. 

Como las panzas de los pajaritos cuyo nombre, al menos yo, no sé. 

Como el pan enrollado que venden caliente en las tiendas y que al siguiente día sabe mal, pero alimenta igual. 

Como los inexplicables soles cuencanos que preceden a los torrenciales aguaceros para los que, a veces, no tenemos paraguas. 

Como las mentiras que nos decimos, como las verdades que se multiplican hasta vaciar de contenido las mentiras que queremos que sean verdades. 

Como los pajaritos aquellos, que llegan sin que un@ les llame. Como el diente de león y el quicuyo, regalos urbanos de la naturaleza que le gana al concreto. 

En fin. 


sábado, 7 de septiembre de 2013

ESPEJOS


“Un pez solo en su pecera se entristece
y entonces basta ponerle un espejo
y el pez vuelve a estar contento.”
Julio Cortázar, Rayuela.

Los espejos, paradigma de la vanidad y el autoconocimiento, al menos superficial, reafirman y repiten nuestra frágil existencia. Nos miramos en el espejo, en un ejercicio de narcisismo o mortificación, y de apropiación de nosotros/as mismos/as, para saber que estamos aquí. La sociedad actual, “mundo de plástico y de ruido”[1], es algo parecido al espejo testigo, que hoy reemplaza a los ojos del resto, antaño los espejos en los que teníamos que mirar para vernos.

Hace más de quinientos años, según cuenta la leyenda, los españoles cambiaron por oro a los indígenas, espejos. Aunque se pensaba que aquel era un intercambio completamente injusto, (desde el paradigma occidental, que da mucho valor al oro), los/as indígenas, en cambio, lo tenían en abundancia y no suponía ninguna novedad. Pero no conocían ese cristal maravilloso, como un pedazo de agua o de luna, que entonces les presentaría, por vez primera talvez, la maravilla de su propio reflejo. Este hecho sería la anticipación de la irrupción del individualismo occidental en la cultura milenaria de los pueblos indígenas de vida en comunidad, en la que el espejo único, hasta entonces, había sido el agua: otro ser vivo, a través del que comprobar la existencia.

La conquista nos regaló la falsa idea de compañía que los espejos ofrecen. Porque un espejo siempre nos muestra a nosotros/as mismos/as, pero al revés. Basta que alguien nos mire para saber cómo somos en realidad. ¿Y quién es ese/esa que nos mira desde el espejo? ¿Podremos tener de él/ella alguna respuesta nueva? Narciso, según la mitología, murió por no haber obtenido ninguna respuesta de su venerada imagen reflejada en el lago. Porque en la auto contemplación, sin más, nos falta algo. Nos faltan las otras personas. Necesitamos de los/as demás para existir y confirmar la existencia que un espejo nos muestra incompleta.  Porque nuestras vidas no están en los espejos vacíos y deshabitados, sino en cómo las brindamos a los/as otros/as.

Dejar la propia imagen   y reconocernos en el resto (en un retorno al cristal transparente, que también tienen los espejos) es necesario para retomar el sentido comunitario de la vida, el sentido de relación y dependencia, tan elemental, pero reducido, cada vez más, en contextos urbanos, a nuevos espejos: los de las pantallas de los ordenadores y de los celulares. Se supone que nos facilitan mirar al resto, en menor tiempo, con mayor cobertura. Pero lo único que vemos a través de ellos, en, por ejemplo, las redes sociales, es la imagen del espejo que cada uno/a quiere mostrarnos, no la realidad, ni la imagen, ni los sentimientos, producto del contacto directo. Eso es otra cosa. Las computadoras y los celulares, sofisticados espejos de los siglos XX y XXI, son el actual paradigma del ensimismamiento que el consumismo nos regala. Estamos cambiando tiempo y contacto real (y el tiempo es oro, dicen los gringos, nuevos conquistadores globales) por esos espejos de la era digital, que importamos por millones y desechamos cuando quedan obsoletos.

El retorno a los espejos reales, a los espejos de las miradas humanas, que, aparte de duplicarnos actúan simbióticamente, pues devuelven también la posibilidad de que el otro/a se refleje (cosa que no podemos hacer con un espejo), será, talvez, el mayor cambio histórico que nos traiga el futuro. De lo contrario, como Narcisos y Narcisas modernos/as, estaremos condenados/as al vértigo de un “caer en mí mismo inacabable”[2], sin respuestas que complementen nuestra existencia. Solo con ecos de imagen vacíos, que cuando nos vendieron el discurso de la autonomía y la autosuficiencia, no nos contaron que llevan, tarde o temprano, a la soledad.



[1] Eduardo Galeano, “Elogio del Silencio”.
[2] Octavio Paz, “La caída”. 

martes, 20 de agosto de 2013

¿Para quién canto yo entonces?

Si los humildes nunca me entienden.


Si los hermanos se cansan, de oír las palabras que oyeron siempre. 


Si los que saben no necesitan que les enseñe. 


Si el que yo quiero todavía está dentro de tu vientre. 


Yo canto para usted. El que atrasa los relojes. El que ya, jamás podrá cambiar. Y no se dio cuenta nunca, que su casa se derrumba. 

viernes, 17 de mayo de 2013

A propósito del 17 de mayo, Día Internacional contra la Homofobia y Transfobia


Al final, la mejor manera de viajar es sentir.
Sentirlo todo de todas las maneras.
Sentirlo todo excesivamente,
(…) Cuanto más yo sienta, cuanto más sienta como varias personas,
cuantas más personalidades tenga,
cuanto más intensamente, estridentemente las tenga,
cuanto más intensamente sienta con todas ellas,
cuanto más unificadamente diverso, dispersamente atento,
esté, sienta, viva, sea,
más poseeré la existencia total del universo (…).

Fernando Pessoa, Poemas de Álvaro de Campos[1]


A propósito del 17 de mayo, Día Internacional contra la Homofobia y Transfobia

El estado ecuatoriano, definido como laico, prohíbe la discriminación por categorías como la identidad de género y la orientación sexual. La Constitución de la República protege y garantiza el derecho de las personas a tomar decisiones libres, voluntarias, informadas y responsables sobre su vida y su orientación sexual. Reconoce el derecho a la integridad personal que incluye la integridad física, psíquica, moral y sexual, además de una vida libre de violencia en el ámbito público y privado. Prohíbe, especialmente en el ejercicio de un cargo público, las expresiones y acciones discriminatorias de todo tipo.  Establece como deberes y responsabilidades de las ecuatorianas y ecuatorianos, respetar y reconocer las diferencias de género y la orientación e identidad sexual. Garantiza la seguridad humana a través de políticas y acciones integradas, para asegurar la convivencia pacífica de las personas, promover una cultura de paz y prevenir las formas de violencia y discriminación contra todos y todas.  

La actitud extendida de homofobia y transfobia en nuestra sociedad, vigente generalmente por desconocimiento y por ideas religiosas, médicas y jurídicas que no se compadecen con la realidad y se fundan en prejuicios, es un grave mal que impide a un colectivo significativo de seres humanos –que no importa, en mi criterio “cuántos son” sino cómo sufren y cómo viven- que ejerza sus derechos en igualdad de condiciones. En el marco de una sociedad heterosexista y patriarcal que expulsa al ámbito de “no sujetos” a quienes no calzan en las definiciones tradicionales y mal concebidas de “naturalidad”, “normalidad”, “sanidad” y cuyos arreglos afectivos y familiares son parcialmente reconocidos y frecuentemente satanizados, la lucha por el reconocimiento y el respeto de sus derechos y la plena inclusión social son necesarias y dignas de apoyo y promoción.

En nuestro país, esta lucha del movimiento LGBTI por la igualdad de derechos y de condiciones materiales de vida, tiene varios hitos. Uno importante es la despenalización de la homosexualidad en 1997. En estos años, el país ha recorrido un importante camino, hasta llegar a la penalización, en cambio, de la homofobia, cuando esta se manifiesta en expresiones y actos que promueven el odio. Los cambios en la concepción de qué bienes jurídicos protege el Estado, son radicales.

Vivimos una interesante época de contrastes: por un lado, está la profusión internacional de normas que van, paulatinamente, reconociendo derechos a las personas LGBTI. Catorce países han legalizado ya, luego de procesos no poco polémicos y de amplios debates públicos y opiniones divididas, el matrimonio igualitario. En nuestro país, en los últimos meses, hitos importantes en la lucha por el reconocimiento de las personas sexo-género diversas, apoyados por el Estado, marcan una nueva historia para los movimientos en favor de los derechos para todas y todos. El público reproche por parte del Consejo Nacional Electoral al candidato Nelson Zavala, quien durante toda la campaña presidencial emitió comentarios homofóbicos, con base en anacrónicos fundamentalismos, fue un precedente válido de la acción estatal contra expresiones y acciones que promueven el odio contra colectivos humanos históricamente discriminados. Otro hito es, sin duda, el pronunciamiento público de la Ministra Carina Vance a favor de la despatologización de la transexualidad. A propósito de esto, la fecha que conmemoramos hoy, en contra de las distintas fobias en razón de orientación sexual e identidad de género, no estará completa hasta que se logre la eliminación de la transexualidad del catálogo de trastornos mentales y su aceptación como una manera natural de vivir la identidad de género y como una de las infinitas posibilidades de expresión humana.

Por otro lado, está la amplia discriminación. Las personas LGBTI, a lo largo de sus vidas, se enfrentan a una serie de riesgos y de complicaciones, por el solo hecho de tener una orientación sexual o una identidad de género distintas a las concebidas como “normales” dentro de la sociedad heterosexista. Estos riesgos son numerosos y muchas veces quedan en el silencio y en la impunidad. Ser rechazad@s por la familia y l@s amig@s, no poder acceder a un trabajo o ser despedid@s del empleo por su condición, ser titulares de apodos, víctimas de burlas y de agresiones físicas y verbales por l@s compañer@s de la escuela, tener dificultades extraordinarias para conseguir un lugar en el que vivir, no ser tomad@s en cuenta, ser apartad@s de sus iglesias, no poder expresar su identidad de género o su orientación sexual públicamente, vivir sus relaciones afectivas en la clandestinidad, entre otras complicaciones, son hechos que todos los días ocurren en nuestro medio y que, a través del silencio, se legitiman y perpetúan. También existen casos extremos de intentos de “curar” la homosexualidad a través de cuestionables tratamientos que atentan los más elementales derechos humanos y crímenes de odio contra la vida de los y las LGBTI. Para muchas personas, el efecto de tener una orientación sexual o identidad de género disidentes de la norma, puede causar el dolor del propio rechazo y la sensación de vergüenza ante la posibilidad de ser identificad@s como gays, lesbianas, bisexuales, trans o intersex. De esta manera, muchas y muchos tienen la necesidad de ocultar su condición por el miedo al rechazo familiar y social. Vivir dobles vidas, esconder lo que un@ es, son ciertamente problemas que desde determinados puntos de vista pueden parecer personales, de la esfera íntima de los individuos, pero responden en verdad a un problema colectivo de falta de apertura y a una sociedad excluyente que privilegia a unas personas y aparta a otras y que es poco comprensiva con las diversas posibilidades humanas de ser, sentir, expresarse y vivir.

En este escenario de contrastes (y precisamente por él) existe también afortunadamente una mayor visibilización de los colectivos humanos que luchan por sus derechos. Esta es una época más abierta, con un marco constitucional protector de derechos humanos que contribuye a la lucha por la igualdad plena. Los prejuicios, estigmas y estereotipos relacionados con la condición de homosexual, lesbiana, bisexual, travesti, transgénero o intersexual están ampliamente extendidos. La naturalización del amor como una institución exclusivamente heterosexual obliga a la lucha desde la especificidad. Precisamente por esto, es una necesidad urgente que desde el Estado y los movimientos sociales, se continúe progresivamente en el trabajo por la protección de los derechos de todas las personas, sin distinción por motivos de género, sexo, canon corporal, orientación sexual e identidad de género.

El cantón Cuenca no es ajeno a esta realidad que defino como de contrastes. Se debaten distintas opiniones, desde todos los frentes. En este escenario, se pensó desde hace varios meses en la necesidad de contar con una norma cantonal, con el fin de tener un insumo más que contribuya a la protección de los derechos de las personas sexo-género diversas. Así, se ha iniciado un proceso de construcción colectiva y de socialización del proyecto de Ordenanza para la inclusión y promoción del respeto y el reconocimiento a las diversidades sexo-genéricas en el cantón Cuenca. Este proyecto de ordenanza pretende, en el orden simbólico y jurídico, declarar a Cuenca como un territorio de derechos y condenar todas las expresiones de fobia contra las personas LGBTI. Pretende también crear un espacio de diálogo y acción entre distintos actores para unir esfuerzos a favor de la promoción y protección de los derechos de las personas sexo-género diversas. Además, permitirá, entre otras posibilidades, institucionalizar un día como del Orgullo de las Diversidades Sexo-Genéricas, con el fin de dar visibilización a los colectivos de lesbianas, gays, bisexuales, transexuales e intersexuales. Todos estos pasos, que se construyen desde las demandas y las necesidades de varios colectivos de personas LGBTI, y de sugerencias de instituciones públicas y organizaciones sociales y de derechos humanos, tienen el objetivo de incidir positivamente en los cuencanos y cuencanas y de trabajar en la educación, la sensibilización y la concienciación de la sociedad sobre un tema que se ha soslayado históricamente, pero que no puede seguirse ocultando, pues son seres humanos quienes sufren todos los días las consecuencias del prejuicio y también las consecuencias del silencio.

La lucha por el derecho a la igualdad y no discriminación, a la libertad estética, al libre acceso al espacio público como ámbito de deliberación, intercambio cultural, cohesión social y promoción de la igualdad en la diversidad, a la libertad de expresión, al libre desarrollo de la personalidad, a la intimidad personal y familiar, a una educación libre de prejuicios, a servicios de salud eficientes, a una vivienda digna, al acceso a un empleo digno, bien remunerado, a la seguridad social, entre otros, es responsabilidad de todas y todos y debe profundizarse y continuar. Muchos de estos derechos son vulnerados todos los días para las personas LGBTI. Seguramente la lucha no acabará mientras haya personas que deban ocultarse o que sean rechazadas injustamente. La aceptación personal, familiar y social, son pasos fundamentales para la construcción de un sistema más justo, a tono con los derechos humanos. Debemos estimar la validez de las orientaciones e identidades distintas a la heterosexual, como fuentes legítimas de expresiones y de afectos y como motivo de alegría y de celebración de la diversidad humana. Debemos emprender esta profundización del proceso de identificación y hermandad entre iguales en derechos y humanamente divers@s hoy mismo.

Me celebro y me canto a mí mismo.
Y lo que yo asuma tú también habrás de asumir,
Pues cada átomo mío es también tuyo (…).

Walt Whitman

María José Machado Arévalo



[1] Cita tomada del libro ¿Qué es la diversidad sexual? de Guillermo Núñez Noriega. 

lunes, 6 de mayo de 2013

jueves, 21 de marzo de 2013

El proceso de pintar un gato, de quitarle sus destellos dorados, como si fueran motivo de vergüenza.


(No es un poema. Entre muchas otras cosas, porque ya no es el día de la poesía) 

Como si los bigotes plásticos, 
puestos ahí para semejar realidad,
tuvieran la culpa de la habilidad eterna 
para deshacerse de lo que nos recuerda permanentemente 
que no somos dioses,
que más allá de nuestra capacidad de crear,
tenemos las humanas limitaciones que producen que, 
no solo ese gato de ojos estáticos
y mentirosamente grandes y abiertos,
sino todo lo que creamos,
carezca por completo de la capacidad de autodeterminación, 
de la capacidad de respirar por sí mismo, 
de tener latente un alma,
o algo que se le parezca,
sin la ayuda de una pila. 

Este gato dorado, el paradigma de la falsedad,
la encarnación plástica del augurio de la suerte en los negocios,
este gato cuyo brillo quise ocultar
para que su presencia fuera menos vergonzosa, 
me recordaba a todos los objetos sencillos, incómodos,
reproducidos por millones, 
que nos echan en cara la materialización de la serie sin propósito,
del trabajo mal pagado del otro lado del mundo. 

Este gato que, en lugar de uñas retráctiles,
(como correspondería a un felino real)
tiene un brazo, siempre izquierdo, que saluda constantemente.

Que saluda a todo el que viene. 
Que se mueve cadenciosamente con el viento, 
con la falsa energía de una pila
marca Toceba o marca ShanDon.

Este gato escarchado, gigante como ningún otro, 
falso y exageradamente falso, 
este gato que fue dorado,
que un día decidí pintar, 
para ocultar la vergüenza de su brillo, 
me reclama todos los días
el retorno a su ostentoso origen

mientras rechaza el falso tapiz de colores
que ortopédicamente le impuse. 

Esos ojos me siguen mirando, 
cuando ya se han ido. 

Bajo la inexistente sombra de pintorescas pestañas
que algún día los cobijaron soberbias
esos ojos mentirosamente grandes,
me siguen mirando.

Y unos bigotes que permanecen.
Que resistieron la grotesca intervención.

No era yo nadie para teñir su piel sintética. 
No era nadie para matar el brillo.
No era nadie para cubrir de colores 
el fulminante brazo retráctil,
el que saluda a quien llega,
sin preguntarse por qué,
solo ocupado de fluir al ritmo
de una pila de mala calidad. 


Ahora, me arrepiento. 






domingo, 17 de marzo de 2013

Oliverio

 (una prosopopeya de miércoles de ceniza)

En un planeta lejano, cada dos jueves, se reunían a conversar Oliverio, el Gato, apodado así por sus ojos claros y su voz felina y porque, con frecuencia, se limpiaba el cuerpo con la lengua; Godofredo, el cocodrilo, llamado de esta forma seguramente porque en lugar de ser redondas sus pupilas las tenía lineales y sus dientes eran bastante afilados; Gabriel, el dromedario, a quien de tanto leer encorvado se le había formado una abultada joroba y Camilo, el pájaro, que silbaba de una forma dulce y tenía un olor ligero a plumas.
Estos personajes se conocían de bastante tiempo y siempre acordaban sus citas para las cuatro de la tarde en uno de los cafés más baratos del lejano planeta. Raramente consumían una cantidad de dinero que justificara su prolongada estancia en el lugar, diría que el dueño se había acostumbrado a tenerlos allí, riendo y hablando de sus experiencias y recuerdos. 

Esa tarde, Oliverio, quien tenía la costumbre de la puntualidad, no había llegado a la hora prevista. Godofredo y Camilo estaban extrañados por su ausencia. Llegó, tarde como siempre, Gabriel, el dromedario, junto con su joroba, que cada día estaba más pesada. Abrió mucho los ojos, que parecían aún más grandes a causa de unos gruesos lentes y preguntó:
-¿Dónde está Oliverio?
-No sabemos dónde está -dijo Godofredo, el cocodrilo, visiblemente enojado- aún no llega. ¡Pero deberías saludarnos primero!
-Disculpen, disculpen -contestó Gabriel- lo que pasa es que he soñado esta madrugada con nuestro Oliverio y venía precisamente apurado, con ganas de contárselo.
-¿Y qué soñaste? -preguntó Camilo, quien engullía con parsimonia una cantidad módica de alpiste.
-Bueno -dijo Gabriel sin más preámbulos, percibiendo la intriga que había sembrado en las almas de sus compañeros- soñé que el cadáver de Oliverio era arrojado a la carretera desde las ventanas de un taxi.
-¡No me digas! -gritó en tono sarcástico Godofredo, siempre escéptico- ¿y puedes darnos más detalles de la escena del crimen?
-Es algo muy serio. Ya van algunos días en los que sueño cosas que se cumplen. Además, no es mi ánimo inventar historias siniestras. Pero puedo decirte que el taxi tenía color amarillo, como es usual, y hasta retuve en mi mente las placas: AAF-836.
-Bueno, no sufras -agregó con una palmada en la joroba de Gabriel el pájaro Camilo, siempre tranquilo y amable-. Mejor sírvete un poco de alpiste, porque posiblemente Oliverio tuvo otra cosa que hacer y por eso no vino.
-No gracias -dijo Gabriel- hoy no tengo hambre.
Las tres criaturas se sentaron a la mesa y Camilo pidió al dueño que pusiera música.
-Una de Daniel Santos, por favor- musitó con su voz dulce, seguida de una tos aviar (casi trinaba).
Mientras Daniel Santos cantaba Dos Gardenias, el silencio se había apoderado del café. Nadie hablaba. Camilo silbaba muy bajito la melodía de la canción y tan imperceptible era su silbido que parecía que el pájaro dormía. Godofredo tenía las cejas fruncidas y una expresión amarga en la boca, posiblemente le hacía falta la presencia alegre de Olivierio y le irritaba el nerviosismo exagerado de Gabriel. A su vez Gabriel, acongojado, había hundido la cara en los brazos y meditaba sobre su terrible sueño, mientras seguía el compás de la música con la punta de su pequeño pie. 

Gabriel recordó segundo a segundo lo que había soñado. Era una mañana de tormenta. La lluvia había sido anunciada por rayos y truenos. Luego reventó furiosamente, acompañada de potentes chorros de granizo. El ruido era tan fuerte, que Gabriel hubiera despertado con seguridad de aquella pesadilla, de no ser porque sentía que algo más iba a suceder. En ese momento apareció el taxi. Venía rápido y, casi sin detenerse, de la ventana derecha salía entero, pero sin movimiento y sin vida, el cuerpo de una criatura de estructura felina.
-¡Oliverio! gritó enseguida, al levantarse, Gabriel.

La última vez que había visto a Oliverio, este vestía una camisa de franela a cuadros, zapatos negros de charol y un blue jean roto, pero limpio. Lucía bastante pulcro y en el prolijo peinado posiblemente habría empleado medio frasco de gel. Olía a menta fresca y tenía las uñas cortas y afiladas. "¿Adónde vas tan elegante?", le dijo Gabriel con su acostumbrada dulzura y con los grandes ojos azules sonrientes, a lo que el félido respondió, sin una expresión determinada, "voy a hacer algunos negocios". 
Dicho esto, los dos amigos que se habían encontrado mientras caminaban por la calle, como es común en las ciudades pequeñas, se despidieron con un apretón de manos y una breve palmada en el omóplato (lomo-joroba). Gabriel recordaba que era miércoles de ceniza y de las cien frentes que había visto, al menos ochenta tenían marcada en el centro una gran cruz negra y entre ellas, la de Oliverio. 

Mientras recordaba los colores de esa mañana -había pasado una semana ya- Gabriel hacía un esfuerzo para imaginariamente recoger sus pasos. Vino a su mente, en ese momento, la idea de que a Oliverio nunca le había gustado ir a misa. Entonces, ¿por qué tendría esa cruz en la frente? Pensaba Gabriel que seguramente esa mañana, al ser la última, el corazón de su amigo el Gato se había retorcido del remordimiento por los pecados cometidos y necesitaría un último refugio espiritual. En su mente comenzaba a desfilar un montón de imágenes confusas y de posibles explicaciones del crimen. 

-Era miércoles de ceniza, lo recuerdo bien -dijo Gabriel con la voz temblorosa de quien arroja a la opinión pública una idea fantástica, recién tejida. 
-¿Cuándo era miércoles de ceniza?- preguntó Camilo, mientras que, con el movimiento delicado del ala derecha, pedía al dueño del café que pusiera otro disco.
-Fue miércoles de ceniza la última vez que vi a Oliverio. Tenía puestos unos zapatos de charol negros y una camisa de franela nueva. 
-¿En serio? -preguntó el ave sin inmutarse- no sabía que a Oliverio le gustaran los zapatos de charol.
Visiblemente irritado por la conversación, Godofredo tomó su gorra de piel de culebra y se la calzó en la diminuta cabeza. 
-Me voy -dijo, al tiempo que movía el rostro con desaprobación- ustedes especulan demasiado. Gabriel siempre se inventa historias siniestras. Es bastante tarde ya. 
-Yo no me iría a esta hora -respondió tranquilo Gabriel, que no parecía afectado por el comentario de su compañero-. A esta misma hora sucedió lo de mi sueño: tocaba el reloj las cinco en punto cuando Oliverio absolutamente tieso era despedido por la ventana de un taxi.
-Bueno, no soy supersticioso. Y si Oliverio ha muerto en realidad, avísenme por favor. 
Godofredo salió del café con paso rápido y decidido. El dromedario siguió con sus ojos la escena y miró al cocodrilo hasta que su minúsculo cuerpo llegó a ser un punto verde que pasaba desapercibido entre la multitud que transitaba por la calle. 
-Es muy extraño. Parece que Godofredo tiene algo que ver con este incidente. Imagínate Camilo, huye así. 
-Estoy de acuerdo -dijo Camilo, que no había prestado atención al último comentario de Gabriel-. Ahora que recuerdo bien, yo también vi esa mañana a Oliverio. Vestía jean y zapatos negros de charol. Pero eso sí, no tenía en su frente cruz alguna ni su camisa era nueva. 

Gabriel echó un suspiro largo, tomó sus cosas y sin despedirse salió a la calle en la dirección opuesta a la que había tomado Godofredo. Otra vez, nadie le había creído. 

viernes, 8 de marzo de 2013

RESPLANDOR PERDIDO (Tríptico)

Una vida libre de violencia es una vida feliz. Una vida en la que yo puedo hacer y decir lo que pienso, donde soy dueña de mis decisiones, de mi cuerpo, de mi destino. Una vida sin culpas impuestas.
La violencia nos consume y nos quita alegría. El silencio gris que acompaña a la violencia, nos desaparece lentamente. Llega un punto en el que nos olvidamos de nosotras y pensamos que es normal estar así.
 
 He visto a muchas mujeres que fueron felices, poquito a poco, apagarse.
















María José Machado A., marzo de 2013. 
Tríptico de témpera sobre cartón, creado para la exposición colectiva de mujeres "Mujeres de marzo", en el marco de la lucha feminista por una sociedad libre de violencia de género. 

martes, 26 de febrero de 2013

INVITACIÓN A LA EXPOSICIÓN COLECTIVA "MUJERES DE MARZO"

Como un esfuerzo colectivo de varias instituciones y compañeras artistas de Cuenca, se ha preparado para el mes de marzo la exposición artística "Mujeres de Marzo". Formo parte de este colectivo de mujeres que, a través del arte, denuncian la violencia y esperan romperla y desafiar, además de los cánones patriarcales y heteronormativos establecidos, todo tipo de discriminaciones. Les comparto la información del evento:

"Del 7 al 24 de Marzo de 2013 Museo Pumapungo-Ministerio de Cultura
En el año 2010 un grupo de mujeres relacionadas con el ámbito del arte y la cultura en Cuenca se dieron cita en el primer encuentro “ Mujeres y Valores emergentes” que tuvo como objetivo identificar los aportes que desde diversas áreas estaban creando las mujeres y que pocas veces tenían ocasión de ser visibles para el público.

... A partir de esta experiencia quedó flotando en el ambiente la idea de generar espacios propios para el debate, la generación de políticas públicas, el análisis de la situación de las mujeres en el arte, por supuesto nada ajena de la situación de discriminación y exclusión de las mujeres en la sociedad; en septiembre de 2012 a partir de un taller sobre género y derechos humanos surge la primera acción colectiva práctica, enmarcada en la conmemoración del 25 de noviembre “día de la no violencia contra las mujeres”: Hasta que Grita la Santa, primera exposición colectiva en el contexto de este proceso, fomentado desde el Plan de Igualdad de Oportunidades entre mujeres y hombres y el Departamento de Equidad de la Municipalidad de Cuenca.

La Exposición “Mujeres de Marzo” a realizarse desde el 7 al 24 de Marzo, con ocasión del mes internacional por los derechos de las mujeres, cuya fecha central es el 8 de marzo, es un nuevo espacio de reivindicación del arte desde las mujeres. Cada obra plasma una visión del mundo, la artista en su proceso de creación individual es parte de un vínculo con la vida, con la sociedad, y su obra expresa este vínculo.
“Mujeres de Marzo” es un nuevo fruto del trabajo colectivo producto de un proceso de creación alimentada con espacios grupales de reflexión y de debate, siempre en el marco de los derechos de las mujeres, y siempre como espacio de reivindicación de la presencia de las mujeres y su aporte en el arte contemporáneo."

domingo, 27 de enero de 2013

Ciertos garabatos nacidos en servilletas

En blanco y negro.


Así es el amor no correspondido


Lo que puede hacer un esfero BIC sumado a la imaginación.

lunes, 21 de enero de 2013

Mi amor por la Manuela



Antes de nacer la Manuela, se me ocurrió que era necesario hacerle un homenaje a mi querida hermana Oliverio, sobre el hecho de su maternidad. Tenía unos cartones por tanto tiempo y sabía que las cosas que a veces no se ocupan y cuyo abandono produce remordimiento de conciencia, tienen finalmente un destino inesperado, que en el momento menos pensado se manifiesta. Esos huevos de cartón y esos tubos pesados que estaban en mi taller, darían forma a las figuras de Manuela y Oliverio. La figura de la Manuela está forrada por dentro con un lindo papel y, a través de un cristal cóncavo, se puede ver en su interior hermosos colores, y pienso yo, así mismo han de ser los mundos interiores los/as niños/as.








Manuela, única. Tenía la Manuela, mi sobrina,  pocos días de nacida y se me ocurrió que era la bebé de la familia y que no habría jamás ninguna como ella. Que de entre un montón de bebés en el mundo, ella venía a nuestra casa como un sol, para alegrarnos las rutinarias vidas de gente adulta que estábamos llevando. Y por eso le pinté de verde menta, color que me gusta como me gusta verle llegar a la Manuela a la hora del almuerzo.



Detalle de la figura de cartón de la Manuela.


Detalle de la figura de cartón de Oliverio.