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lunes, 13 de marzo de 2017

Sobrevolando la Solano, una madrugada




Entonces abrió la boca, luego de un silencio de varios lustros. Dijo que le parecía bien el espacio, que igual, habitaba su corazón y que no haría mayor diferencia vivir en un lugar o en otro. Acá los árboles le parecían más sueltos, como de una espontaneidad vegetal que anticipaba resignación. Los árboles allá eran tiesos, como muros, como bloques reutilizados para armar contenedores de basura.
El cambio de vida en este punto necesario, no le sorprendía. Le abrumaba un poco, sí. Porque hasta entonces había aprendido a amar la paciencia de los ojos de la gente. Las expresiones faciales que hacían prescindible cualquier conversación, porque se entendían mejor mirando. Y eso pasa cuando se pertenece a un lugar, las palabras sobran, las bocas se cierran, las almas conversan en un lenguaje propio.

Le embargó una ternura profunda, de buscar tesoros escondidos en el fondo de algún recipiente que se puso para apagar la inundación de una gotera. Y se dijo que estaría todo bien. Que la lluvia vendría pronto y esa casa se parecería a su casa. A su universo de frío, de balcón compañero, de vivir de repente en ese estado irreal, intermedio entre la vigilia y el sueño, cuando las sienes se sentían temblar de tan rapidísimo urgente, cuando comenzaba su alma a elevarse, a poder mirar su cuerpo en la cama, a recorrer primero el cuarto y fijarse en su desorden juvenil, a ascender hasta sentir que el techo no estorbaba, que las cortinas y las paredes no eran límites. 

Como no eran límites, las traspasó cual si fueran transparencias de nube lluviosa. Veía desde una conveniente altura, la casa. El árbol de tocte, el de higos, el de durazno, el de aguacate que jamás dio frutos, las manzanas injertadas, los rosales ancianos, el quicuyo crecido, las tejas de la casita del lado, las láminas de zinc verde que cubrían los sueños de la familia en la casa. Y luego las calles, el parque de enfrente, el vecindario, la avenida. Comenzaba a sobrevolar la Solano, cuando de repente, despertó de una emoción profunda. Y se vio en la cama, con el alma ya dentro del cuerpo. Feliz por el viaje pero triste por el regreso abrupto.


Mañana seguiré el viaje, se dijo. Y pasaron quince años. Y nada.

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