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sábado, 18 de marzo de 2017

Gritan las paredes "Correa, minero, el agua primero"



Aunque en una etapa de mi vida fui chica scout y me debatía entre las obligaciones parroquiales de militar en la iglesia y recoger las limosnas de los y las feligreses los días domingos en misa y la intensa actividad de encuentro con la naturaleza en los campamentos, de escuchar por las noches los grillos junto al río, a un fuego armado con técnicas aprendidas, con el helado y puro aire del campo azuayo y la vida simple y casi de supervivencia en las verdes montañas; ese contacto cercano con la madre tierra no lo volví a sentir nunca más. Hoy la vida es más urbana que nunca.
 En lugares que hace pocos años fueron verdes, (en los que probablemente acampé con mi patrulla scout), se quiere desesperadamente cambiar el uso del suelo de agrícola o forestal a uso de vivienda ya por grandes intereses inmobiliarios o también por naturales necesidades de herederos/as que ya no encuentran espacio en la ciudad y necesitan construir sus casas. La urbanización se va comiendo, poco a poco y a veces demasiado rápido,  ese mundo poblado de árboles, de casitas de adobe con techos de paja, la lógica de vida comunitaria, agrícola y campesina. Donde hubo planicies verdes, con tranquilas vaquitas haciendo lo suyo, hoy se quieren construir naves industriales. Las presiones son grandes, si el municipio no autoriza tales cambios, suceden dos cosas: las empresas amenazan con irse de la ciudad a otra que sí de condiciones para el “desarrollo”; las personas amenazan con construir de todas maneras, pero sin orden y sin control municipal. 
La nostalgia del campo es en nuestro medio frecuente. Las personas ricas también advierten esa nostalgia y por lo tanto, se procuran su propia burbuja forestal, poblando en una dinámica urbana, pero en territorio rural, los sitios que antes eran de los campesinos y campesinas. Cuenca es la ciudad del agua. Del agua en Cuenca sabemos que, en muchos años más, no será un problema, pues a diferencia de otras ciudades tenemos el privilegio de vivir rodeados/as de cuatro ríos. Del agua sabemos que fluye a chorros por los grifos y que conseguirla es tan fácil como “abrir la llave”. En Cuenca está el Cajas, un hermoso Parque Nacional repleto de lagunas y de bolsas musgosas que están, como esponjitas vegetales, repletas de agua. 
Del páramo sabemos que viene el agua para Cuenca. El gobierno tiene grandes proyectos mineros en esta zona y uno de ellos está en Quimsacocha. Los movimientos indígenas y ambientalistas insisten en que la explotación minera sería una locura en este territorio, porque inevitablemente se contaminarían las fuentes de agua para Cuenca. Pero no nos han enseñado o no hemos querido saber, porque el agua viene a chorros por el grifo, fría o caliente a un precio cómodo por el gas subsidiado, que el agua es donde se generó la vida, que nosotros/as, como dice la filosofía shamánica, “pasamos nueve meses en un microcosmos de agua, en el océano de amor que se agita en el vientre de nuestra madre”. 
La población indígena, con su infinita sabiduría, lo sabe. Los/a políticos/as y tecnócratas que dirigen este país parecen no saber la importancia de respetar los ciclos vitales del agua, porque dicen, hay un montón de oro en el lugar que sacará de la pobreza a las mismas poblaciones que darían la vida por defender su territorio de humedales y páramo. Para seres urbanos como yo, asumir ese respeto por el agua, nos tomará más tiempo. Necesitamos pasar por el doloroso y maravilloso proceso de cambiar de piel, de deshacernos de la racionalidad que carcome, que perfora, que acaba, de las ansias de oro que sacrifican el agua y la vida en nombre del progreso material, para reencontrarnos en la sabiduría infinita del páramo y de sus habitantes, que ven el agua, no como el recurso inagotable que sale de un grifo, sino como la señal de la continuidad infinita, de la fuente de todas las vidas y de todas las convivencias. Si viéramos con el corazón, dejaríamos el oro bajo tierra pero eso implicaría el paso doloroso del cambio de piel, de la piel del consumo a la piel de la sencillez de la naturaleza y sus misterios.      

Escrito en 2013

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