Vistas de página en total

domingo, 7 de octubre de 2012

Varias situaciones vividas por seres






Sentado en la banca de un parque, duermo para no ser perturbado por el vuelo de los pájaros y su insoportable olor a plumas. 



Mientras espero que toque mi turno en la larga fila del banco, escucho con deleite las conversaciones de los otros.




Destino vegetal. Vida corta, y el rocío, lágrimas mías. 




He decidido visitarte. No porque me caigas bien, no porque quiera hacerlo, sino por una extraña necesidad de esos diálogos tontos, que no llevan a nada.




 El regreso a la casa siempre es dulce, pero llega un punto en el que no se pertenece a ningún lugar. 



 Sé lo que vas a decir. 




 Nos reunimos para conversar, ahora estamos al tanto de todo. Necesitamos cuidarnos.




"No me sirven estos ojos porque parpadean y a ti hay que mirarte sin tregua ni respiro" Benedetti. 

Y me basta abrir los ojos y comenzarlo todo de nuevo.
 Tu cabellera tiene más años que mi pena
¡pero sus ondas negras aún no han hecho espuma!
(Humberto Fierro)




Eso de ser un@ solo, pasó de moda.



Nos hemos subido a la camioneta. Hay quienes nos miran con desconfianza.


sábado, 6 de octubre de 2012

Zapato olvidado, una antigua reflexión urbana


 Charco sucio, el agua va pudriendo,
un zapato olvidado...
(Manal)


La calle tiene en su centro un zapato olvidado. Es un venus de lona de color negro, salpicado de cemento que el viento ya se encargó de endurecer. El zapato es viejo, yace petrificado recordando al albañil que fue su dueño y recordando, por supuesto, a su desaparecido par, "¿dónde estará?", posiblemente se pregunte. A lo mejor calza a algún pie (lo que es poco probable) o se encuentra abandonado en otra calle de nuestra ciudad.
¿Cómo se sentirán los zapatos chullas? Cual si les hubieran separado de un hermano gemelo, eso imagino yo.
En las aceras se encuentran cosas extrañas y es inevitable preguntarse a quién pertenecieron, ¿por qué estarán allí? ¿Qué camino recorrieron, qué vida vivieron antes de aparecer ante mis ojos?
Me gusta caminar sola, porque de ese modo mi encuentro con los objetos de la calle, con la basura y las vitrinas, es más profundo. Si tengo alguna compañía, mi atención se desvía hacia la voz o los zapatos de quien camina conmigo. 
De vez en cuando hay tirada una moneda, regularmente de un centavo, casi nunca de diez centavos. Encontrar una cantidad mayor, es una circunstancia feliz y excepcional.Si la moneda es de un centavo, existe un instante de reflexión y dilema, no sé si recogerla o no. No recogerla, parece una actitud soberbia, como si la plata fuera tanta para despreciarla. Recogerla, parece una actitud miserable y antihigiénica, pues los centavos no valen nada. A veces hago lo uno, otras veces lo otro. Y cuando no la he recogido y para el bus tengo veinticuatro centavos, vienen los reproches.
A veces en la calle hay caca, por eso, ando cabizbaja para prevenir, para evitar que mis zapatos la rocen. Me gusta ver los adoquines, la tierra, los zapatos de la otra gente y las chispas que produce el sol del mediodía cuando choca contra las veredas. 
Pero sé que también es necesario mirar al cielo, para adivinar las figuras de las nubes.
La calle tiene además otras cosas, como lazos y pasadores de pelo; cajitas de cartón y de madera y otros materiales, que recojo si pienso que me pueden servir;  papeles cuyas letras están contra el suelo y que siempre me doy el trabajo de virar para descubrir lo que dicen (soy curiosa). A veces tienen "tinta desteñida de una carta de amor", rara y emocionante posibilidad. Otras veces solo se trata de la propaganda del instituto Bill Gates.
La calle tiene gargajos, trozos de comida, charquitos de líquidos de dudosa procedencia (tanto puede ser agüita de una planta que se muestra al sol desde el balcón, como orina), las huellas nerviosas de ratas desorientadas, a veces una paloma, a ratos un perrito flaco y olvidado que nos mira con ojos de perrito de la calle y no sé si habrá mirada más decidora que esa. 
La calle es de todxs, es también mía, es el lugar en el que me siento más protegida y también más violentada, a donde voy para poder pensar y para ver gente y adivinar sus historias. 
A veces llueve. En el centro, el piso de las veredas se vuelve resbaloso y hay que ir con cuidado. También puede pasar que el agua forma charquitos de lluvia, que al mezclarse con el polvo de la calle, se convierte en lodo y enfría las bastas de mi pantalón y que siempre va a parar a mi pie porque tengo los zapatos rotos en el talón. 
De este modo, llegan las enfermedades. Llegamos a contraer las más variadas afecciones respiratorias. Es el clima, dicen. Lo peor de todo es no tener paraguas (no comparto la idea de que la lluvia sin paraguas es romántica, es molestosa y hay que admitirlo) y soportar las gotas gruesas y pesadas que caen de los techos de zinc y las mal intencionadas tormentas que producen los carros cuando pasan a toda velocidad, aparentemente sin advertir nuestra presencia. 
Se encuentran con frecuencia, bajo estas circunstancias, vendedores ambulantes que ofrecen paraguas a dos dólares. Generalmente, si tienes cuidado, esos resisten unas siete lluvias. Despúes comienzan a ser una mala copia de sí mismos, con los alambres salidos, y ya da vergüenza abrirlos en público. Yo en mi vida he perdido tantos paraguas que ya no tengo la cuenta, siempre los olvido. Ahora he optado por meter una funda en mi mochila que me ha salvado de apuros. 
Es hermoso caminar las calles de Cuenca, oír cómo zumban las abejas de Corpus, cuando es junio. En agosto, es hermoso el viento de cometa. 
 Antes encontrar un zapato chulla era cosa de todos los días. De guaguas decíamos, para ofendernos entre similares, "ve, ahí está tu zapato, te has olvidado". Esa ofensa infantil dolía, hasta sacaba lágrimas. Y si no dolía terminaba en una discusión y al final quien vencía tenía el orgullo de decir que el zapato no era suyo.
Ahora, me doy cuenta de que aparecen zapatos olvidados con menos frecuencia.
Han llegado otros tiempos.

2007