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lunes, 30 de diciembre de 2019

Acerca de una tormenta de bullying

 Post de Facebook publicado en la cuenta de Pepita Machado, el 4 de diciembre de 2019.



“Esos gringos que están blanqueando las paredes en Cuenca, no conformes con haber neocolonizado y gentrificado parte de la ciudad quieren enrostrarnos lo que seguramente ven como barbarie. Pues por mí que sigan haciéndolo gratis, aunque me caiga mal. Igual lo volveremos a ensuciar”.

Pepita Machado, publicado en Twitter el 3 de diciembre de 2019


Escribí este tuit impopular y he sufrido una ola de insultos, más que aquellos que recibí cuando peleé con la Mofle. Que no tengo cerebro, que mi mamá debió haberme abortado, que cómo pude haber sido el espermatozoide más listo, que fumo crack, que soy una acomplejada, resentida social, que cómo puede escribir alguien esto, si parecía inteligente, que soy una atrasapueblos mal agradecida, feminazi, vándala, dañina, desaseada, fea, entre otras cosas. La verdad he tenido cuestiones vitales mucho más importantes que atender hoy y me reduje en el día a hacer scroll para ver que la avalancha de insultos no terminaba y no termina. 

Desde el otro día me debo a mí misma un post explicando por qué me molesta tanto esta tendencia de los “guardianes del patrimonio” a evadir los profundos problemas sociales y la desigualdad, la violencia de estado y el derecho a la resistencia, con la división entre buenos y malos ciudadanos. Los buenos, aquellos que cuando los vándalos ensucian, limpian. Los que aman a la ciudad, los que quieren verla bonita, los que acogen al extranjero y tienen espíritu cívico. 

Del otro lado están, por supuesto, con la etiqueta de “vándalos” los jóvenes marginalizados que utilizan el grafiti para expresarse. El grafiti es, por definición, ilegal. Los intentos de encauzarlo, borrarlo, desaparecerlo, solo lo empeoran. Quienes creen que con una minga de blanqueamiento contribuyen a la ciudad, aunque tengan las mejores intenciones, deben comprender que el amor a la ciudad va mucho más allá de querer verla “bonita”. Y la ciudad es parte de un país y está afectada por unas políticas de estado. No es una burbuja que se pueda aislar del latido de la conmoción generalizada.

En el Paro de octubre, por ejemplo, el alcalde en lugar de dirigir políticamente la crisis usó él mismo una escoba para limpiar y ponerse del lado de los buenos. Las feministas que grafitean contra el patriarcado son abyectas. No lo es la violencia. Yo misma sería incapaz de “vandalizar” la ciudad. No me da la valentía para eso. Pero tampoco soy tan corta de miras como para hacer un análisis “estético” que obvie el aspecto ético detrás de los ataques a la ciudad y de la facilidad que tienen sus habitantes más privilegiados para ocultar el vandalismo organizado, de estado, tapar el sol con un dedo, ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, en sus cristianos términos. 

Yo sé que nada tengo que aclarar. Quienes me conocen saben que a ratos tengo menos filtro para escribir pero si doy una opinión lo hago con argumentos. Acá es un espacio más amable y quienes están entre mis contactos son mis amigos o me conocen. Pero sí debo decir que amo la ciudad como nadie, amo el patrimonio. No es mi especialidad el mundo de la cultura pero entiendo que el patrimonio es vivo e inescindible de las vidas que le dan sentido. Que además hay un fenómeno no sé si global pero sí latinoamericano, en que el descontento con la política, la economía y la desigualdad social se han podido expresar en las calles y que los actos leídos como vandálicos del movimiento feminista y de las resistencias populares e indígenas –que habrá algunos orquestados por la misma policía para boicotear la lucha, también puede ser- crean más rechazo que la desigualdad, la injusticia y la violencia.

En México las mujeres mancharon los monumentos emblemáticos porque saben que con un adecuado procedimiento vuelven a la normalidad, pero que las muertas no regresan. Pidieron que no se restauren hasta erradicar la violencia. Las autoridades prefirieron “limpiar” sin técnica restaurativa en perjuicio de los propios monumentos para acallar las voces indignadas. En Chile los pacos se creen con permiso para matar para mantener el orden. Cientos de globos oculares perdidos y un poco de gente blanqueando las paredes para salvar a la ciudad. Las prioridades de la derecha conservadora están claras. Hay que esconder la basura bajo la alfombra porque el turismo, porque el ornato, porque los buenos somos más.

No tengo nada personal contra los extranjeros norteamericanos que han sido, creo yo, bien acogidos en nuestra ciudad. De hecho siempre he creído que la especulación con los precios de salud y vivienda que se han disparado tiene más que ver con la falta de escrúpulos de los cuencanos y cuencanas y su aprovechamiento de la percibida economía fuerte de estas personas en desmedro de la realidad del costo de vida local. Pero no es menos cierto que quienes dicen “fuera venezolanos” son los mismos que me piden agradecer al gringo que pinta la pared.

Es ese coloniaje del pensamiento que no superamos, pero es un problema más nuestro que el de ellos. En cuanto a ellos, en ese gesto de pintar quizás hay todo de bondad y altruismo, quizás una comprensión nula o reducida del contexto político y mucho tiempo libre. Pero también es cierto que puede existir una necesidad de blanquear, enrostrar la barbarie y mostrarnos la civilidad de la que carecemos como pueblo, a su juicio. Lo chistoso es que si se van a cualquier ciudad del mundo, sobre todo si es grande –Berlín, Nueva York, París- van a encontrar arte mural y bastante grafiti "vandálico". Solo que allá, como dice un amigo, se tomarán la selfie con el street art y acá agarrarán sus cubetas para pintar las paredes y ocultar los mensajes de hartazgo de los jóvenes. Vándalos. 

Por otra parte, hoy bajé la Benigno Malo. Llegando al Centenario vi las maravillosas “intervenciones” de los extranjeros. Me parece una falta de respeto total. No cuida la cromática ni la técnica de un trabajo de esa naturaleza. Es literalmente, esconder la basura ¿de quiénes? Me recuerda a una anécdota de mi papá que trabajaba en una casona vieja del centro, contaba que un amigo de su trabajo se reía cada vez que la pintaban las paredes porque veía a las cucarachas y moscos con las pestañas doradas. Más o menos así son estas manos de gato, llenas de buenas intenciones pero bastante pobres. Si ustedes tienen una propiedad en el centro histórico, vayan a ver si el mismo Municipio les da fácilmente permiso si la quieren pintar. Hay unas exigencias bien estrictas y unas paletas de colores para respetar el tramo y los valores ambiental o patrimonial de cada inmueble. Yo misma he participado en infinidad de mingas de siembra de plantas, limpieza de orillas de ríos y cuando fui scout, de adecentamiento de la ciudad. Lo hacíamos, por supuesto, con un sentido solidario. En ese momento en que yo desconocía la política y creía más en las acciones horizontales. 

Si me preguntan yo celebro las iniciativas ciudadanas siempre que sean respetuosas y entiendan el contexto. Yo les pediría a los extranjeros que vayan al Arenal alto, a la Jaime Roldós o algún sector deprimido de la ciudad que de veras necesite una mano amiga, ahí donde la política no llega.
En fin. Hoy bajaba la Benigno Malo y cuando llegué a las gradas del Centenario tuve mi momento Joker. Me sentí como en la película. Me deprimió pensar en el momento escandaloso que vivimos en el mundo. En este estadío infame del capitalismo que ha logrado hartarnos, comprometer la inversión social de los estados y reemplazar la política por las acciones individuales que privatizan el bienestar en desmedro de grandes mayorías despojadas de todo. Eres pobre porque quieres. Vas a ser un emprendedor. Limpiemos la ciudad de vándalos. Los buenos somos más. Si te quedas desempleado, es tu culpa por reclamar. No tenemos para pagar tu salud mental. Si vandalizas vas preso. Atrasapueblos. 

Pero del otro lado, siempre se tejen resistencias. Afortunadamente sí.

martes, 24 de diciembre de 2019

Navidad

Me acuerdo de una visita con mi mami a la calle Condamine, en El Vado, cuando buscábamos musgos, salvaje, orejitas de burro y otros montes para hacer el nacimiento. Iniciaban los noventa. Todo cambió hace unos veinte años cuando llegaron las gatitas, porque se orinaban en el nacimiento y luego, porque comenzaron las campañas ambientalistas, que recomendaban no comprar montes para salvar los páramos. Hacíamos el nacimiento con mucha ilusión y fuimos reemplazando, progresivamente, la recreación de un Belén orgánico por cartulinas, escarchas y materiales inertes que le dieran forma al establo, al pueblo y a la llegada de nuestro señor.

Recuerdo un año en el que el Tato armaba conmigo el nacimiento, dispersando bolitas de espuma flex para simular la nieve de la navidad gringa y colgando unas guirnaldas en la pared. Ya era Nochebuena y no habíamos arreglado el ambiente navideño. Para completar la decoración no teníamos todos los elementos: “hay que darse modos” decía. 

La Navidad es el olor de la comida de mi papi y la música de los Pibes Trujillo. La Nochebuena es la culminación de una Novena y dormir en el mueble junto a los regalos y al árbol encendido de luces que se reflejaban en las ventanas. 

 Cuenca es especialmente hermosa en Navidad. El Pase del Niño Viajero es un evento importantísimo al que nunca fuimos, acaso porque la abuelita Chocha tuvo toda la vida el negocio de los disfraces y mi mami quedó curada de participar en dicha procesión por el recuerdo de penosos trabajos ligados con ella. Pero la Navidad también significaba buscar en todos lados de la casa dónde habían escondido nuestros regalos o también adivinar, a través del papel de regalo, qué juguetes nos traería el Niñito Dios. 

Recuerdo un año en el que nos regaló mi mami las famosas mascotas electrónicas a las que había que mantener con vida y que serían el anuncio de la época de los celulares, aparatos con los que nos sentimos unidxs cuando estamos lejos pero que, estando cerca, a veces sirven de barrera para sumergirse cada unx en su mundo. Y recuerdo cuando me regalaron esa bici con la que andaba en círculos por el patio y a lo sumo por el parque y de los patines de una fila de la Antuca, un par de barbies, el peluche Plumín, la coqueta de la Oliverita, por cuya salud pido a Diositx hoy también.

Desde siempre el Tato y la Rubena nos hablaron del Niño Dios como aquel que trae regalos. Nunca creímos en Papá Noel. Hace poco mis amigos españoles me dijeron que el Niño Dios nunca podría dar regalos, sino eran los Reyes Magos quienes los daban al Niño Dios. Esa colonización de mi Navidad quedó zanjada el momento en el que descubrimos que Papá Noel les quitó a los Reyes y al Niño Dios el monopolio de los regalos de Navidad. Y que daba igual, los padres y las madres compran los juguetes a los niños y eso hay que reconocerlo. Ojalá la vida nos dé la oportunidad de, amorosamente, poder cuidar a nuestros padres cuando se van haciendo viejitos con el mismo amor incondicional que nos ha permitido mantenernos con vida a pesar de los avatares que la existencia plantea en el Ecuador, país neoliberal.

Este día es especial porque regreso brevemente a mi familia nuclear, con la que tuve que hacer un ejercicio de corte del cordón umbilical para asumir mi propia familia. Me gusta estar aquí. Aquí la vida transcurre sencilla, en calma, rodeada de sonidos de pajaritos y de la vitalidad de mi mami, quien tiene su rutina completamente organizada, atendiendo unos horarios, los de las comidas, limpieza, paseo y recogimiento de las gallinitas que con ella viven. Mi mami es el ser más amoroso y especial de la casa, aquel que le da sentido y centro. La casa son los cuidados amorosos que mi mami prodiga al Tato, a sus hijas, sus nietitos y a los animales. Luego de trabajar desde los cinco años, más o menos, es el primer año en que mi mami vive una Navidad dedicada a las labores domésticas y de cuidado. Mi mami y yo somos felices tomando café, paseando por el barrio, haciendo compras de cositas absurdas con dinero que no tenemos, sumergiéndonos en almacenes chinos, mirando vitrinas, haciéndonos de amiguitas en los buses y contándonos nuestras vidas, con lágrimas y risas, como dos viejas comadres. 

Hoy, mientras limpiábamos la sala para que ustedes vengan, ella recogía con un pañito a un pobre insecto que estaba prendido del mueble, para reubicarle en el jardín, sin hacerle daño. Esa es mi mami. Mi mami se sacaría, como San Francisco de Asís, las sandalias, para no perjudicar a ningún ser sintiente con pesos innecesarios. Los gatos nuevos, Timotea y Corazón, aún son para mí un poco extraños, pero creo que ya se dieron cuenta de que estoy viviendo aquí, porque no se esconden cuando me ven. 

Cada año mi papi nos pide que escribamos sobre la familia. El año anterior, luego de una reflexión política sobre el sentido conservador del término familia, ligado con los activismos provida, llevé la escritura hacia el lugar de veneración que tengo por este hogar. Nos hemos mantenido aquí, unidas por el cariño inmenso a nuestros padres Marco y María, quienes siempre nos dieron material para hacer de nuestras vidas lo que quisiéramos. El Tato, como ahora le dicen sus nietos, siempre dijo que buscaba que seamos autónomas económica y emocionalmente y que él solo esperaba que nuestra pareja fuese trabajadora e inteligente y que él no dormiría con él, así que nunca se metió en nuestras decisiones, solo las acompañó emocional y materialmente. 

Mi papi no es de muchas palabras. En Navidad se luce: cocina amorosamente, canta villancicos y también fuma y bebe mientras canta José Luis Perales Navidad es Navidad. Mi papi y mi mami son la Navidad de la casa que llenaron con la fantasía necesaria para ilusionarnos de niñas; que pasó por varios años como una reunión de personas adultas y que volvió en espiral hacia la ilusión nueva cuando llegaron las guaguas. La Manu y el Joaqui. Mis hermanas, Gaby y Tuca, instituciones, prodigan amor a sus bebés con cuidados exquisitos y yo siento muchísimo orgullo por la bondad y la corrección con la que forman buenos ciudadanxs, seres de luz que alegran la casa, caotizan el entorno y nos llenan de enseñanzas y amor. 

Cuquito y Estebitan, mis cuñados, se han adaptado con cariño a este hogar que siempre fue un espacio de referencia de familia acogiente, amorosa y reflexiva, en la que todos mis amigxs quisieron vivir por estar llena de comida rica, conversaciones profundas, un jardín caótico, animalitos entrañables, que murieron de ancianos, revistas, libros y cuadros del abuelito y dibujos del Marco y la Pepita. 

Esta familia es lo más hermoso e importante que tenemos. A pesar de ausencias que son muy dolorosas (la Panchita, el Diego, la Gabrielita) estamos juntxs aquí para celebrar una vez más no ya el nacimiento del Niño Diosx en nuestros corazones, ni el intercambio de regalos que fue perdiendo importancia con los años. La Nochebuena es un espacio para recordar que el amor más profundo e incondicional es el de las personas a quienes llamamos familia, luego de haber problematizado el término, y, que pueden o no ser de nuestra sangre. En nuestro caso, nos unen varios lazos y tenemos el privilegio de ser amadxs y cuidados en este entorno primoroso y sublime.

martes, 17 de diciembre de 2019

Las mujeres monstruosas de mi infancia

"¡Cualquier maldad, menos la de una mujer!"
Eclesiástico, 25





















En los años noventa, mi niñez, recuerdo la inquietante y aterrorizadora presencia de oscuros personajes en la portada de Vistazo: Juan Fernando Hermosa, el niño del terror, asesino en serie y Camargo, violador, pederasta y asesino en serie. Los monstruos masculinos –excepciones de una nutrida presencia de varones en la revista: políticos, artistas, deportistas e intelectuales- tenían su contrapunto en mujeres que aparecían en portada por ser hermosas: actrices, vedettes, modelos, novias y rara vez alguna periodista o política. Entre los monstruos masculinos y las bellezas femeninas estaba la vida poco retratada de los hombres y mujeres ecuatorianas comunes y corrientes. 

Ese imaginario de los noventa también me trajo íconos que recuerdo con nitidez y sentimientos encontrados: las mujeres monstruos. Las mujeres malas. Las que fueron noticia precisamente por salirse de los moldes. Al contrario de la mayoría de mujeres que aparecieron como chicas Vistazo en las portadas –Silvana Ibarra, Carla Salas, Cristina Morrison-  las mujeres malas no eran bellas. ¿Cómo una mujer fea podría salir en Vistazo? Fueron sus defectos, escándalos o delitos los que las llevaron a ser noticia: la una madre, la otra hermana y la tercera, esposa.


Mama Lucha

Luz María Endara pasó a la historia con la imagen de mujer malísima, que llegó a tener mucho poder en las mafias de los mercados quiteños y en su fase amable fue vista como una mujer aguerrida y pionera, con fuertes vínculos políticos. No es secreto en Ecuador que hay mujeres muy poderosas y airadas que ponen y sacan alcaldes, prefectos y presidentes. Son el poder de la movilización de las masas que comercian en y concurren a los mercados populares. Mama Lucha, sin embargo, también es evocada como una mujer maternal, que ayudaba a la gente más desfavorecida de su entorno; y una madre amante que, abnegada, lo hizo todo por sus hijos. Wikipedia dice respecto de “Doña Luchita”, mote cariñoso, lo siguiente:

En su juventud, por los años cincuenta, en la cantina de su madre, en Imbabura, comprendió que podía influir sutil o brutalmente en las personas, cuando usaba sus contactos con los policías que acudían a la cantina, para por medio de ellos intervenir en la liberación de la cárcel a los borrachos conflictivos que acudían a la cantina. Comenzó a incluir dentro de los juzgados bajo la tutela de abogados. Aprendiendo de leyes consiguió resultados a su favor, ya sea mediante el terror como por medio de regalos. Allí cobraba a los vendedores por ocupar sus puestos en los Mercados de Quito, con el argumento de protegerlos de la delincuencia, revendía puestos por los que el Municipio cobraba trescientos sucres a diez mil sucres, era contratada para cobrar deudas, y todo esto lo realizaba con familiares, conocidos como la banda de Los chicos malos.


Elsita

Elsa Bucaram, entonces alcaldesa, aparece en un vídeo de la navidad del año 1989 lanzando juguetes por el balcón de la Alcaldía de Guayaquil que dice lo siguiente: 

La alegría que reunió a las familias pobres de la ciudad de Guayaquil alrededor del Municipio no solo se empañó con las muertes que ocasionó este estilo de hacer política, sino que las propias fundas llenas de “juguetes” solo contenían como punto clave una leyenda con letras grandes que decía “Abdalá”. Esta frase iba pintada en uno de los juguetes que llenaba la funda, la pelota en color amarillo con letras rojas, los colores del PRE, sin lugar a dudas el cometido de entregar juguetes a cien mil niños se hizo realidad, cuatro cuadras al contorno del municipio se llenaron, una multitud asfixiante que causó las muertes y los destrozos ya mencionados: “Uno viene aquí porque necesita un juguete para sus hijos, si no uno no viniera a encontrar la muerte aquí. Quién le va a dar el voto así a ella. Nadie.”
Historia viva, disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=8ludwFQOEwU

Este es uno de los episodios más nefastos de la vida nacional. Es abrir la vena que abre la ventana del antiguo dolor de la masa en condiciones de miseria que a cambio de una pelota o una muñeca de plástico arriesga la vida para llevar un regalo de navidad para sus guaguas. Ese episodio dejó un saldo imperdonable. Varios muertos y heridos. Elsa Bucaram, como tantas otras mujeres en la historia, obedecía a los dictados de la dinastía patriarcal de su familia. Y no terminó su período como alcaldesa. 

Hay una imagen de Elsita, como cariñosamente le llamó Abdalá, de pie con la montaña de kits navideños detrás. Fundas plásticas llenas de carros, muñecas y pelotas de baja calidad. Juguetes que de seguro no llegarían siquiera al año nuevo. La feminización de la maldad en Elsa tiene esas estampas inquietantes. Era mujer y como tal, pensada para servir a la niñez desde el sillón del Olmedo. Un sillón rodeado de juguetes de plástico que ella, en un gesto que pensaría sensible y acaso maternal, arrojaría por la ventana con mortales resultados.

Elsa Bucaram y Mama Lucha fueron noticia y no eran guapas. Fueron noticia a pesar de no ser modelos, princesas, presentadoras de TV o reinas. Fueron noticia en los años 80-90, en que las mujeres no éramos noticia por ser malas o por ser corruptas, mafiosas y criminales. Algo que han sido los hombres toda la vida y que en ellos queda como viveza criolla y que, en ciertos contextos, se aprecia, se festeja, se envidia. En ellas es monstruosidad y se castiga con el olvido, la crónica roja o la vindicta pública. 

“La castradora de Virginia”

Lorena Bobbit también fue noticia en esa época de mi infancia. Era 1993. Parece que fue la primera vez que el nombre del Ecuador se escuchaba en el plano internacional y no en el de las glorias deportivas o artísticas de Rolando Vera o Guayasamín. Nuestro pequeño país resonó mundialmente por ser la cuna de un monstruo femenino: Lorena Bobbit, quien a su favor contaría que habría sido víctima de una vida de maltratos y un día cercenó el pene de su marido, un norteamericano, en legítima defensa, pues la violó una noche en que llegó borracho. Se convirtió en un ícono de perversidad femenina, de poder oscuro que encarnaba el terror universal a la vagina dentata, con el agravante de su nacionalidad subalterna, de migrante hispana en Estados Unidos. Años después sería reivindicada por el bucaramato, como mujer víctima y defensora de los derechos de las mujeres. Su marido, luego de una cirugía que duró nueve horas, se convirtió en actor porno. Nunca dejó de enviarle tarjetas de San Valentín y soportaría cargos muchas veces más por violencia de género y robos. 

En sendos juicios contra Lorena Bobbit y John Wayne, los cónyuges fueron absueltos. Él por abusos matrimoniales y ella por la castración. Los testimonios confirmaron las crueldades del gringo contra Lorena, quien fue absuelta por un tribunal norteamericano que alegó “enajenación mental transitoria” como eximente.

Lorena comparte su trabajo de agente inmobiliario con el de peluquera en un salón de belleza. Sin embargo, lo que la llena realmente es su trabajo como voluntaria en un refugio para mujeres maltratadas al norte de Virginia. «No soy psicóloga, y no les realizo sesiones de terapia. Simplemente, además de cortarles el cabello, les doy consejos y apoyo moral. Yo pasé por lo mismo que ellas y las puedo entender perfectamente». Como ellas, sufrió un trato brutal de quien menos lo esperaba: su príncipe azul. «Al principio, era como un sueño», recuerda, pero el cortejo de John Bobbit sólo duró 10 meses. «Cuando me empezó a maltratar, pensaba que no era la misma persona. Una vez estuvimos casados, sacó a relucir su cara oculta».
“La nueva vida de Lorena Bobbit, peluquera contra el maltrato” Ricard González, El Mundo

En los años noventa, de manera incipiente, las mujeres más que irrumpir, aparecieron paulatinamente en espacios públicos. Ya como políticas (Nina Pacari, Gloria Gallardo, Susana González, Alexandra Vela, Cecilia Calderón, Rosalía Arteaga) como artistas (Patricia González, Silvana Ibarra, Hilda Murillo, una pequeña Pamela Cortés) como presentadoras de programas populares (Sonnia Villar, Luzmila Nicolalde) como presentadoras de noticias (María Isabel Crespo, Teresa Arboleda, Tania Tinoco, Maricarmen Rodríguez) como empresarias (Isabel Noboa, Joyce de Ginatta) en la industria del chisme rosa y el espectáculo (Carla Salas, Marián Sabaté, Mariela Viteri). 

Las mujeres ecuatorianas, mientras tanto, sobrevivían en medio de la pobreza, la desigualdad y la violencia. Grupos feministas de clase media, urbanos, inspirados en las consignas de Beijing luchaban por poner en valor a las mujeres, denunciar las violencias y la desigualdad económica y sexual, a través de la incidencia internacional para marcar las agendas legislativas y de política pública de los estados, para el adelanto de las mujeres. En el ámbito político electoral fueron tiempos de escasa participación de “damas de hierro” quienes, aliadas a los grupos feministas, consiguieron la aprobación de las leyes de maternidad gratuita, de erradicación de la violencia y de cuotas. En 1996, además, cuando Rosalía Arteaga fue presidenta por horas e ilegalmente destituida, llegó la esmeraldeña Mónica Chalá a ser coronada como Miss Ecuador. Dos hechos sin precedentes que marcarían el ascenso, sin pausa, pero sin prisa, con traspiés, pero sin retorno, de las mujeres a la arena pública. 

En adelante, se diversificarían los personajes femeninos del teatro patrio, con avances y límites. Esta es una semblanza superficial y mínima sobre figuras de significaciones infinitas. Queda pendiente reinterpretar las maldades de Luz María, Elsita y Lorena a la luz de los postulados feministas y del derecho a ser malas, en palabras de Amelia Valcárcel, que significa que las mujeres no debemos ser juzgadas más duramente por esa maldad de lo que serían juzgados los hombres por sus maldades. 

Ojalá que las niñas que fuimos hubieran tenido referentes más amplios en los que proyectarse. No solo reinas o mujeres monstruosas. En el caso de las últimas, algo de conmovedor tienen ellas que mi corazón sabe, pero mi mente aún no.