Post de Facebook publicado en la cuenta de Pepita Machado, el 4 de diciembre de 2019.
“Esos
gringos que están blanqueando las paredes en Cuenca, no conformes con
haber neocolonizado y gentrificado parte de la ciudad quieren
enrostrarnos lo que seguramente ven como barbarie. Pues por mí que sigan
haciéndolo gratis, aunque me caiga mal. Igual lo volveremos a
ensuciar”.
Pepita Machado, publicado en Twitter el 3 de diciembre de 2019
Escribí este tuit impopular y he sufrido una ola de
insultos, más que aquellos que recibí cuando peleé con la Mofle. Que no
tengo cerebro, que mi mamá debió haberme abortado, que cómo pude haber
sido el espermatozoide más listo, que fumo crack, que soy una
acomplejada, resentida social, que cómo puede escribir alguien esto, si
parecía inteligente, que soy una atrasapueblos mal agradecida, feminazi,
vándala, dañina, desaseada, fea, entre otras cosas. La verdad he tenido
cuestiones vitales mucho más importantes que atender hoy y me reduje en
el día a hacer scroll para ver que la avalancha de insultos no
terminaba y no termina.
Desde el otro día me debo a mí misma un
post explicando por qué me molesta tanto esta tendencia de los
“guardianes del patrimonio” a evadir los profundos problemas sociales y
la desigualdad, la violencia de estado y el derecho a la resistencia,
con la división entre buenos y malos ciudadanos. Los buenos, aquellos
que cuando los vándalos ensucian, limpian. Los que aman a la ciudad, los
que quieren verla bonita, los que acogen al extranjero y tienen
espíritu cívico.
Del otro lado están, por supuesto, con la
etiqueta de “vándalos” los jóvenes marginalizados que utilizan el
grafiti para expresarse. El grafiti es, por definición, ilegal. Los
intentos de encauzarlo, borrarlo, desaparecerlo, solo lo empeoran.
Quienes creen que con una minga de blanqueamiento contribuyen a la
ciudad, aunque tengan las mejores intenciones, deben comprender que el
amor a la ciudad va mucho más allá de querer verla “bonita”. Y la ciudad
es parte de un país y está afectada por unas políticas de estado. No es
una burbuja que se pueda aislar del latido de la conmoción
generalizada.
En el Paro de octubre, por ejemplo, el alcalde en
lugar de dirigir políticamente la crisis usó él mismo una escoba para
limpiar y ponerse del lado de los buenos. Las feministas que grafitean
contra el patriarcado son abyectas. No lo es la violencia. Yo misma
sería incapaz de “vandalizar” la ciudad. No me da la valentía para eso.
Pero tampoco soy tan corta de miras como para hacer un análisis
“estético” que obvie el aspecto ético detrás de los ataques a la ciudad y
de la facilidad que tienen sus habitantes más privilegiados para
ocultar el vandalismo organizado, de estado, tapar el sol con un dedo,
ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, en sus cristianos
términos.
Yo sé que nada tengo que aclarar. Quienes me conocen
saben que a ratos tengo menos filtro para escribir pero si doy una
opinión lo hago con argumentos. Acá es un espacio más amable y quienes
están entre mis contactos son mis amigos o me conocen. Pero sí debo
decir que amo la ciudad como nadie, amo el patrimonio. No es mi
especialidad el mundo de la cultura pero entiendo que el patrimonio es
vivo e inescindible de las vidas que le dan sentido. Que además hay un
fenómeno no sé si global pero sí latinoamericano, en que el descontento
con la política, la economía y la desigualdad social se han podido
expresar en las calles y que los actos leídos como vandálicos del
movimiento feminista y de las resistencias populares e indígenas –que
habrá algunos orquestados por la misma policía para boicotear la lucha,
también puede ser- crean más rechazo que la desigualdad, la injusticia y
la violencia.
En México las mujeres mancharon los monumentos
emblemáticos porque saben que con un adecuado procedimiento vuelven a la
normalidad, pero que las muertas no regresan. Pidieron que no se
restauren hasta erradicar la violencia. Las autoridades prefirieron
“limpiar” sin técnica restaurativa en perjuicio de los propios
monumentos para acallar las voces indignadas. En Chile los pacos se
creen con permiso para matar para mantener el orden. Cientos de globos
oculares perdidos y un poco de gente blanqueando las paredes para salvar
a la ciudad. Las prioridades de la derecha conservadora están claras.
Hay que esconder la basura bajo la alfombra porque el turismo, porque el
ornato, porque los buenos somos más.
No tengo nada personal
contra los extranjeros norteamericanos que han sido, creo yo, bien
acogidos en nuestra ciudad. De hecho siempre he creído que la
especulación con los precios de salud y vivienda que se han disparado
tiene más que ver con la falta de escrúpulos de los cuencanos y
cuencanas y su aprovechamiento de la percibida economía fuerte de estas
personas en desmedro de la realidad del costo de vida local. Pero no es
menos cierto que quienes dicen “fuera venezolanos” son los mismos que me
piden agradecer al gringo que pinta la pared.
Es ese coloniaje
del pensamiento que no superamos, pero es un problema más nuestro que el
de ellos. En cuanto a ellos, en ese gesto de pintar quizás hay todo de
bondad y altruismo, quizás una comprensión nula o reducida del contexto
político y mucho tiempo libre. Pero también es cierto que puede existir
una necesidad de blanquear, enrostrar la barbarie y mostrarnos la
civilidad de la que carecemos como pueblo, a su juicio. Lo chistoso es
que si se van a cualquier ciudad del mundo, sobre todo si es grande
–Berlín, Nueva York, París- van a encontrar arte mural y bastante
grafiti "vandálico". Solo que allá, como dice un amigo, se tomarán la
selfie con el street art y acá agarrarán sus cubetas para pintar las
paredes y ocultar los mensajes de hartazgo de los jóvenes. Vándalos.
Por otra parte, hoy bajé la Benigno Malo. Llegando al Centenario vi las
maravillosas “intervenciones” de los extranjeros. Me parece una falta
de respeto total. No cuida la cromática ni la técnica de un trabajo de
esa naturaleza. Es literalmente, esconder la basura ¿de quiénes? Me recuerda a una anécdota de mi papá que
trabajaba en una casona vieja del centro, contaba que un amigo de su
trabajo se reía cada vez que la pintaban las paredes porque veía a las
cucarachas y moscos con las pestañas doradas. Más o menos así son estas
manos de gato, llenas de buenas intenciones pero bastante pobres. Si ustedes tienen una propiedad en el centro histórico, vayan a ver si el mismo Municipio les da fácilmente permiso si la quieren pintar. Hay unas exigencias bien estrictas y unas paletas de colores para respetar el tramo y los valores ambiental o patrimonial de cada inmueble. Yo
misma he participado en infinidad de mingas de siembra de plantas,
limpieza de orillas de ríos y cuando fui scout, de adecentamiento de la
ciudad. Lo hacíamos, por supuesto, con un sentido solidario. En ese
momento en que yo desconocía la política y creía más en las acciones
horizontales.
Si me preguntan yo celebro las iniciativas ciudadanas
siempre que sean respetuosas y entiendan el contexto. Yo les pediría a
los extranjeros que vayan al Arenal alto, a la Jaime Roldós o algún
sector deprimido de la ciudad que de veras necesite una mano amiga, ahí
donde la política no llega.
En fin. Hoy bajaba la Benigno Malo y
cuando llegué a las gradas del Centenario tuve mi momento Joker. Me
sentí como en la película. Me deprimió pensar en el momento escandaloso
que vivimos en el mundo. En este estadío infame del capitalismo que ha
logrado hartarnos, comprometer la inversión social de los estados y
reemplazar la política por las acciones individuales que privatizan el
bienestar en desmedro de grandes mayorías despojadas de todo. Eres pobre
porque quieres. Vas a ser un emprendedor. Limpiemos la ciudad de
vándalos. Los buenos somos más. Si te quedas desempleado, es tu culpa
por reclamar. No tenemos para pagar tu salud mental. Si vandalizas vas
preso. Atrasapueblos.