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martes, 5 de julio de 2016

Palabras que nunca leí en la inauguración de mi exposición (abierta hasta el fin de este julio).

Detalle de la exposición de pinturas de Pepita Machado, en el Hotel de las Culturas, julio 2016.



(Escritas con motivo de la inauguración de mi exposición de pintura, el 1 de julio de 2016. No me animé a leerlas, pero las comparto ahora con todas y todos).


Comencé a pintar de niña, cuando mi papá nos regalaba hojas de papel bond y nos daba esferos, pinturas y lápices para que trabajáramos en ellos. Sin ningún tema en particular. Él siempre sonreía con aprobación ante nuestros garabatos y les guardaba en una carpeta de cartulina, con nuestros nombres. En el colegio, me gustaba dibujar mientras atendía clases. Hacía dibujos en cuadernos y en hojas, siempre de seres  imaginarios. Vendí el primero por algo así como veinticinco centavos. En la universidad, mezclé mis clases formales de derecho, muy alejadas del arte, con visitas tres veces por   semana al taller de mi abuelito don Víctor Arévalo, con quien aprendí sobre luces, sombras, colores, técnicas varias y también a hacer muñecos de papel maché y calidoscopios. 

Crecí en un medio con artistas como mi abuelito y mi papá, gran dibujante y caricaturista y por esta razón, no pensaba que el arte sería también parte de mi vida. Ya en la universidad, seguía robando tiempo de mis clases de derecho (o al revés, mis clases me robaban tiempo) para dibujar y pintar espontáneamente y me tomaba el espacio del estudio de la casa de mis padres para centro de operaciones. Desde el año 2008 comencé a pintar con más asiduidad, acrílicos y óleos en madera y lienzo, brea sobre cartulina y dibujos a tres lápices. Hice algunas exposiciones en espacios cálidos y pequeños, donde comencé a compartir con el público mis creaciones. 

Cuando una vida comienza, parece que infinitas serán las creaciones. En un momento pensé que pintar sería infinito. Me sentía prolífica  y sentía que los seres brotaban de mis dedos como respiraciones, o suspiros. Que era tan fácil darles vida y que serían tantos que no era importante fotografiarlos, o conservarlos siquiera.  Ahora pienso más bien, en la finitud de los actos humanos y sobre la individualidad y la irrepetibilidad de cada uno. Dibujar, como sacar una línea de paseo, también deja las obras que tiene que dejar.

Posiblemente una de las mayores virtudes del arte visual, es proveer de materialidad y de relativa permanencia de expresión a los momentos creativos que siempre tienen algo de emoción y un contexto particular, y que, en el acto de darlos a luz, son temporales y terminan.

En esta muestra se recogen algunas obras recientes, pero también otras de años pasados. Últimamente he estado trabajando sobre soportes de cartón y armando collages con materiales reciclados. El último que hice, ya no tiene ni una gota de pintura. Me gustan mucho estos trabajos porque me ahorran tiempo y puedo reutilizar dibujos, objetos y papelitos que estaban botados. Es un proceso de recoger pasos, incesantemente*. Y también de guardar en cajas de cristal cosas importantes, para que el tiempo no haga de las suyas. Este encierro de vitrina no está exento de un dilema ético sobre su conveniencia (desde el punto de vista de los objetos encerrados) por supuesto.

Me gusta escribir y describir las cosas con detalle. Pero cuando se trata de hablar de mi arte, me extravío. Me cuesta muchísimo cada palabra. Porque creo que es mejor dibujar y pintar que explicarlo. Cuando me preguntan qué significa cada obra, me quedo en blanco, generalmente.  Alguna vez pensé que nada en particular y llegué a decirlo en una entrevista televisiva que nunca, por eso mismo, salió al aire. Tenía como veinte años, pensé que era la juventud, pero aún ahora, casi diez años después, tampoco podría explicarlo con precisión. Más allá de eso, de la incapacidad para explicar y explicarme ciertas cosas, la pintura y el dibujo ocupan siempre un lugar central en mi vida. El lugar de decir las cosas de otra forma.

*Este texto, de hecho, es un collage, a su modo. Tomo pasajes de escritos previos, copiándome a mí misma, en un ejercicio no moral de la autorreferencia.