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martes, 24 de marzo de 2015

Marcha de las Putas


Me pasa muchas veces que dejo de hacer cosas que me gustaría hacer, por imposibilidad física, de tiempos, o por, como diría mi papá, "falta de consejo".

La semana anterior tuve un dilema existencial que se sumó a un antiguo dilema ético. En mi mente, coincidían dos eventos importantísimos, a los cuales no he faltado en los últimos tres años: la "Marcha de las Putas" realizada en Quito, en consecuencia con el movimiento mundial que trata de reapropiarse de la palabra "PUTA" utilizada para minarnos emocionalmente a las mujeres (cuando no coincidimos con los papeles esperados, o para justificar las violencias ejercidas contra nosotras); y, en Cuenca, se llevaría a cabo la Elección de la Reina LGBTI, programa que, en los últimos años, se ha convertido en una no exenta de polémica estrategia de visibilización del activismo de la diversidad sexual local, con una poética combinación de los estereotipos de género reforzados que caracterizan a estas elecciones y un afán de posicionamiento y lucha por la diferencia, que en un contexto no institucional y sin los apoyos que acompañan a otras reinados, se ha ganado mi simpatía, acaso por ese profundo amor que siento por la complejidad humana y porque me niego a aceptar verdades absolutas y a cerrar los ojos ante el particular encanto de noches de luces, brillos y plumas, donde se cumplen sueños, en pasarelas que jamás serán las alfombras rojas oficiales.

Finalmente, situaciones económicas, de tiempo y de privilegio de mis particulares afectos y compromisos, me hicieron decidir que me quedaría, para acompañar a las candidatas al reinado. Lamentablemente y cuando ya fue demasiado tarde, supe que no sería esa noche la elección de la reina, sino únicamente, la presentación de las candidatas. Tal mi despiste, me enteré por la prensa que una equivocación absurda me separaba de la Marcha de las Putas.

(Tod@ feminista que se precie de contemporaneidad y de sintonía con las nuevas corrientes del activismo posporno y transfeminista irá a la Marcha de las Putas). Yo preferí un reinado, lo cual además de inexplicable desde la razón y el deber ser feminista, me dejó fuera de los dos espacios.

El arte en mi vida ocupa un lugar importante, pero la vida no siempre es sueño. Entonces, el trabajo y los compromisos domésticos, sumados a dosis de dispersión, me alejan de la maravilla del dibujo y la pintura. No soy académica y hace años renuncié a querer serlo, talvez por comodidad, o talvez porque me gustan las cosas hechas para criticarlas y me niego, nuevamente, a la perfección.

Así que las últimas veces que he dibujado, o pintado, ha sido en el contexto de la desesperación o de lo inesperado. Y tal fue la tristeza de haberme perdido la Marcha, que decidí componer mi insatisfacción a través de un dibujo, más bien de un collage, donde utilicé retazos de dibujos metidos en una caja, descartados de la posibilidad de merecer un marco -como otros que sí salieron "bonitos"- combinados con papeles de colores, guardados por su hermosura.

La composición se refiere algo así como a la maternidad, o más bien, para no sonar esencialista, a la transmisión intergeneracional de los postulados feministas, a la herencia que nos dejaron otras mujeres, a la que queremos dejar a las que vendrán. Los tacos rojos simbolizan de alguna manera esa feminidad discriminada, repudiada y deseada al mismo tiempo, en una resignificación de lo "femenino" por oposición a lo "feminista". Nuestras abuelas y nosotras, nosotras y nuestras hijas, compartimos esos zapatos rojos, o lo que, culturalmente, nos convierte en "las otras" del género humano.

Y con esos zapatos cargados de mitos, de estereotipos, nos toca caminar. Las mujeres somos diversas pero nos unen cosas tan fuertes como la posibilidad siempre latente de vivir violencias, únicamente por ser mujeres. En nuestras infinitas gamas, compartimos una historia común de exclusiones pero también de esperanzas.

La composición talvez no llega a reflejar eso, y como no aprendí a dibujar exactamente lo que pienso, o porque no dibujo lo que me gusta sino lo que me sale, debo explicar lo que quería decir. Que la pintura o las composiciones gráficas de las últimas veces, son tributos de colores para lo que no pudo ser y que cada vez se me complica más pintar, entonces, como un parásito de la vida, recojo papelitos previamente pintados, que me ahorran el trabajo y que me hacen sentir como la autora única de un cadáver exquisito que le arrebato a la vida, sin permiso de mis coautor@s.

Soy supersticiosa y no me gusta romper tradiciones, o pactos. Es como traicionarse, así de feo parece. Pero sé que estuve en la Marcha, o si no estuve, les regalo este dibujo, como expresión de mi apoyo a todas las luchas que se encaminen a la emancipación de las mujeres. Y no tenemos por qué estar de acuerdo todas en si esas son las estrategias adecuadas. El mundo es tan complejo que, como me dijo alguna vez un querido amigo, incluso las ilusiones y los gustos, que parecen algo tan emocional, están condicionados por superestructuras y por el sistema de dominación de unos seres sobre otros.

Por eso no niego que todo movimiento social tiene su riesgo y sus lados oscuros, pero es peor no animarse nunca a dejar la vida en algo en lo que se cree, o al menos, en algo que hace ilusión. Porque sin ilusión qué sería la existencia, talvez solo una colección de papeles o de cosas sin un espíritu, sin el calor de un alma que se mueve. Como esos dibujos que no llegaron a ser "bonitos" ni a merecer marcos, y se quedaron en el fondo de una caja, esperando a ser rescatados para, junto a otros, y a papelitos de colores, convertirse en algo enmarcable. Ese marco es la ilusión.

Con todo, va este dibujo.

 La próxima semana iré a la elección de la reina, espero esta vez no equivocarme.