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miércoles, 19 de abril de 2017

Arte y Activismo


(La ponencia que leí hoy en el foro de la exposición de Mujeres en el Arte, organizada por la Quinta Bolívar, el 18 de abril de 2017).
Guerrilla Girls


A mediados de los años ochenta, las Guerrilla Girls, colectivo de artistas feministas, se preguntaban si había que estar desnuda para entrar en el Museo Metropolitano de Nueva York. Hicieron evidente que era más probable entrar en un museo como una figura desnuda, que como una creadora. Denunciaron que el 85% de desnudos en la pintura y escultura eran femeninos y solamente el 5% de artistas que exponían eran mujeres.
Judy Chicago, pionera del arte feminista, decidió cambiar el apellido de su ex marido por otro independiente, que no estuviera vinculado a ningún hombre, ni siquiera a su padre. Para lograrlo, paradójicamente, tuvo que conseguir la autorización de su entonces pareja.
En Sudán hay quien piensa que las mujeres artistas no pueden tener ideas.
Camille Claudel, escultora francesa, sigue siendo conocida como la amante de Augusto Rodin. Aunque su obra técnicamente es equivalente, creció bajo su sombra.
Georgia O’Keefe pasó a la historia como una pintora de la sexualidad femenina, a pesar de que ella lo negó por seis décadas y no estuvo de acuerdo en que su arte fuera catalogado como femenino.
Precisamente, una de sus obras, es la más cara de una mujer artista en el mundo. Cuesta, sin embargo, siete veces menos que la obra más cara de un artista varón.
En un largo período histórico, únicamente las mujeres esposas o hijas de artistas pudieron formarse en el mundo del arte, siempre por mediación masculina.
En las colecciones del Museo del Prado hay 5.071 hombres artistas frente a 41 mujeres (del siglo XVI al XX). Hace poco este museo dedicó a la pintora flamenca Clara Peeters, la primera monográfica de una artista en sus casi 200 años de historia.
Clara Peeters escondía su retrato en pequeñísimos detalles de sus obras. Muchas mujeres firmaron como anónimas. A otras les fue arrebatada su obra en dos sentidos. El primero, porque no fue posible que su arte naciera o continuara, pues se dedicaron al trabajo de la casa y dejaron de pintar. El segundo, porque sus parejas masculinas se apropiaron de sus obras o la sociedad las confinó al olvido.
Hay pocas obras de mujeres artistas en los museos y muchas musas desnudas. No existen “musos”, porque ni siquiera existe la palabra “muso”, el castellano no la reconoce. Así como no existe la palabra “genia”. Por eso está plagada la historia de musas y genios.
Mientras Diego Rivera pintaba murales de proporciones monumentales, con temas históricos, Frida Kahlo hacía pequeñas obras de pintura de caballete, con referencias intimistas. Frida, luego de su muerte, va ganando más espacio que Rivera. En la época en que vivió, tuvo su importancia artística, siempre menor a la de su esposo.
En Europa y Estados Unidos, recién en los años 60 las artistas comenzaron a posicionarse y parecía el inicio de una nueva era. En los museos y escuelas de bellas artes, las mujeres protestaban y exigían igualdad en el trato en relación con los varones.
La Historia del Arte ha sido tachada, no sin falta de razón, de machista.
Hacer arte ya es una primera rebelión de las mujeres. En palabras de Siri Hustvert, “El arte hecho por mujeres es menospreciado por el sistema”. Las mujeres hemos ingresado en el mundo del arte desde la sospecha. ¿Existe el arte femenino? A mi juicio, el arte femenino no existe, porque asumiríamos que hay una esencia femenina ligada con la naturaleza, inmutable. De hecho, no todo el arte producido por mujeres debe ser catalogado como “femenino” o “feminista”. El arte feminista tiene la intención política de denunciar la desigualdad. No todo el arte tiene esa misión ni hemos de imponerla. Por este motivo, me ha parecido muy interesante que esta exposición se llame “Mujeres en el Arte”. Porque somos diversas y porque lo único que tenemos en común, es ser mujeres.
El arte de las mujeres es tan variado como mujeres artistas hay, aunque, como denunciaban irónicamente las Guerrilla Girls, una de las “ventajas” de ser mujer en el arte es “estar convencida de que cualquier arte que hagas será catalogado como femenino”.
Durante toda mi vida estuve rodeada de arte. Mi abuelito es pintor y mi padre un gran dibujante. Yo comencé a pintar por la necesidad de expresarme pero no tenía habilidad para el dibujo realista. Creía firmemente, desde mi adolescencia, en el lema del “arte por el arte”, sin intenciones pedagógicas o compromisos políticos. No he estudiado artes como muchas de las compañeras que exponen aquí, pero hace años tuve la oportunidad de presentar algunas obras mías en la ciudad de Azogues, con la Dirección de Cultura de su Municipalidad. Me acuerdo de que una cantante se presentó en el acto inaugural y me dijo que se había sentido identificada con mi obra, porque ella también era mujer y había sido víctima de violencias y discriminaciones y encontraba la denuncia de esas situaciones en mis dibujos y pinturas.
Yo me quedé perpleja, porque nunca había pensado en encontrarle una explicación política a mis cuadros, menos aún feminista. Me molestó un poco que la cantante haya etiquetado mi arte como “femenino” y que tuviera la sensación de que yo escribía desde la vivencia de exclusiones. Claro, con unos veintiún años yo no tenía conciencia feminista, me faltaba vivir y comprender que el mensaje de la cantante era mucho más profundo y real de lo que yo pensaba.
El arte es libre. El arte no tiene por qué entregarse a una causa, pero también puede ser una plataforma de denuncia, un mecanismo de escape, una manera de hacerse un mundo en el mundo. Para las mujeres este no es un tema menor. A las mujeres nos atraviesan injusticias sociales, económicas y políticas. Tenemos que enfrentar dobles desafíos, porque además nos pueden oprimir y profundamente, nuestras propias casas. Nuestras parejas y familias. Como mujeres y como artistas.
Por eso no es extraño que las obras de muchas mujeres se refieran al cuerpo, como espacio primero de conquista, de reivindicación, de ejercicio necesario de derechos, pero también como territorio expropiado, violentado, humillado.
La maternidad es otro tema frecuente en el arte de varias mujeres, en un contexto social que establece un modelo de mujer-madre, pero sin un fomento real de las condiciones materiales para criar hijas e hijos en igualdad. Es, en el plano simbólico y artístico, fuente de glorificaciones, ensalzamiento e idealización. Pero en la realidad, puede ser detonante de múltiples exclusiones laborales, familiares y sociales y significa más horas de trabajo no remunerado, que se mantiene oculto tras la etiqueta de un sublime amor que todo lo puede.
La violencia que nos lacera, es otro tema que he visto presente en esta muestra. Siete de cada diez mujeres hemos vivido en Cuenca algún tipo de violencia. En lo que va del año, han sido asesinadas más de cuarenta y tres mujeres en el país, víctimas de la violencia feminicida que en los últimos quince días segó la vida de tres cuencanas de historias diversas que sólo tenían en común ser mujeres en una sociedad machista.
En los últimos años, en un proceso que en este momento hago consciente, se cumplió la observación que me hizo la cantante en Azogues aquella vez, de la que yo renegué. Mi arte se volvió (no sé si decir femenino o feminista, porque tal vez no lo es) una representación casi exclusiva de mujeres. Porque lo soy, porque las siento, porque creo que tenemos mucho por decir y tenemos que decirlo nosotras. Porque a través del arte podemos hacer catarsis, expresar lo que sentimos, juntarnos con otras mujeres. Como lo hizo Judy Chicago en la obra The Dinner Party, que ejecutó con más de treinta mujeres y consistía en la recreación de una cena imaginaria para mujeres célebres, como hace en Cuenca el Taller de Bordado, proyecto dirigido por mi amiga Diana Astudillo, con la colaboración de amigas artistas y ciudadanas, que bordan telas gigantes con mensajes en contra de la violencia de género mientras cuentan sus historias; como hizo hace poco Sara Roitman con la obra “Violencia No”, una valla gigante expuesta en un espacio estratégico de la ciudad, para denunciar la violencia de género, como hacen varias obras de esta muestra, poniendo en valor las actividades cotidianas, los desafíos y los perfiles de las mujeres.
Las mujeres no somos iguales. Tenemos profundas diferencias de clase social, orientación sexual, identidad de género, origen, edad, (dis)capacidad, entre otras condiciones personales. Tenemos, eso sí, una historia común de exclusiones y desafíos como mujeres. Y también esperanzas compartidas. La esperanza de tener una voz propia en el mundo del arte y que sea valorada sin ninguna exclusión. La seguridad de que debemos organizarnos para demandar y proponer espacios de reflexión y de exhibición de nuestros trabajos, que son muchas veces ocultados o menos valorados por las reglas masculinas que ordenan el mundo del arte. El placer de pintar lo que nos guste, el derecho de no querer que no encasillen nuestra obra por el hecho de ser mujeres, pero la conciencia sí, de que los talentos de nuestras ancestras no vieron la luz o fueron ocultados por el machismo imperante. El compromiso de rendirles un tributo a través de nuestra capacidad creadora.
Así que si podemos pintar, si podemos escribir, si esculpimos, si dibujamos, es necesario que hagamos un homenaje a todas las mujeres que hicieron posible que ingresemos en las escuelas de bellas artes, que podamos ejercer nuestra actividad artística sin pedir permiso a nuestros padres o maridos, que podamos ser autónomas económicamente gracias a la actividad artística y a las que abrieron camino con el costo del escándalo, la pobreza y el olvido, para que podamos expresarnos nosotras.
El artivismo es, sin duda, una forma pedagógica, amable, estética, de luchar por un mundo de igualdad. Con nuestros cuerpos, con nuestros pinceles, con nuestra forma de ver el mundo. Es arte desnudarse frente a una asamblea legislativa que penaliza el derecho a decidir. Es arte decir que no, que estamos cansadas. Es arte contar historias a través de imágenes. Es arte pintar y dibujar por las que no pueden.

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