Desaparece,
rueda, como gota de agua que nunca va a florecer en mi mano. Tiene el
corazón de una pregunta que no me cuestiona, aunque yo quiera. Y unos ojos que responden
lo que nunca le pregunto. Por timidez o porque no quiero saber o porque creo
que sé más cosas que las que ignora de mí. Y es la certeza que me gusta negar
de saber que jamás la que se deshace en hojas de cuadernos y de árboles que
caen con la arena de reloj sobre el tiempo que transcurre, que pasa. De la gota que rueda en la palma de la mano sin haber florecido. Y cae.
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