Su amor ha hecho volar mi corazón de su sitio,
Y, después de posarse un instante, aún anda
revoloteando.
Ibn Hazm
El Collar de la Paloma es
una delicada joya, cumbre de la literatura islámica
de tema amoroso. Para muchos, es también el
libro más hermoso jamás escrito sobre la naturaleza del amor en sus misteriosos
y universales detalles. Su autor, Abu Muhammad 'Ali Ibn Hazm, fue
filósofo, jurista, teólogo, historiador y poeta andalusí. Nació el 7 de
noviembre del año 994 en Córdoba. Sus primeros años transcurrieron en un medio
de nueva aristocracia, lujo y bienestar. Se educó dentro del harén, donde
conoció prematuramente los entresijos de la vida sexual y erótica. En 1013,
luego de un período de esplendor, Córdoba es destruida y pasa a manos de los
beréberes. Ibn Hazm fiel a la dinastía de los Omeyas huye a Almería, de donde
fue desterrado. Luego del cautiverio sufrido en Aznalcázar, situado entre
Málaga y Murcia, se refugia en Játiva, donde escribe su más famosa obra, El collar de la paloma. Sobre el amor y los
amantes[1].
Octavio Paz señala la deuda de Occidente en cuanto a su
concepción del amor, con el mundo árabe. Para Emilio Tornero, la filosofía
occidental, a lo largo de su historia, no ha hecho objeto de sus análisis la
temática amorosa. En el ámbito literario y religioso comenzará a plantearse el
tema del amor y de su estudio teórico. Fue Stendhal quien reconoció que “el
modelo y la patria del verdadero amor hay que buscarlo bajo la tienda gris del
árabe beduino”. El collar de la paloma
es el libro más conocido de los árabes que versan sobre el amor.[2]
Esta risāla de treinta capítulos es un obsequio del autor, “para retratar con veracidad, sin desmesura ni minucia, la pintura del amor, sus aspectos, causas y accidentes y cuánto en él o por él acaece”[3] a pedido de un amigo, como concesión para complacerle. Por este motivo, el libro inicia con una graciosa justificación:
Por tratarse de un asunto liviano y ser nuestra vida tan corta, que no conviene que la usemos sino en aquello que esperamos ha de hacer más llevadera nuestra existencia futura y más placentera nuestra eterna morada el día de la resurrección. (…) “Dejad que las almas se explayen en alguna niñería, que les sirva de ayuda para alcanzar la verdad”. “Quien no sepa echar alguna vez una cana al aire, no será buen santo”.
Esta risāla de treinta capítulos es un obsequio del autor, “para retratar con veracidad, sin desmesura ni minucia, la pintura del amor, sus aspectos, causas y accidentes y cuánto en él o por él acaece”[3] a pedido de un amigo, como concesión para complacerle. Por este motivo, el libro inicia con una graciosa justificación:
Por tratarse de un asunto liviano y ser nuestra vida tan corta, que no conviene que la usemos sino en aquello que esperamos ha de hacer más llevadera nuestra existencia futura y más placentera nuestra eterna morada el día de la resurrección. (…) “Dejad que las almas se explayen en alguna niñería, que les sirva de ayuda para alcanzar la verdad”. “Quien no sepa echar alguna vez una cana al aire, no será buen santo”.
Así, zanja la preocupación
de entregarse a la frivolidad de la escritura sobre un asunto que tiende hacia
la sensualidad aristocrática y a la descripción poética de las emociones que
despierta la pasión amorosa, no sin una fuerte influencia religiosa y moralizante.
En el libro también se pondrán en evidencia el pecado y las penas que se
imponen a quienes son sorprendidos en falta, así como el valor de la castidad.[4]
El recorrido por la obra
ofrece un profundo deleite a los lectores acerca de la aventura amorosa, sus
delicias, placeres, decepciones y desgracias: esencia y señales del amor, sobre
quien se enamora en sueños, sobre quien se enamora por oír hablar del ser
amado, sobre quien se enamora por una sola mirada, o quien no se enamora sino
por el largo trato, sobre quien habiendo amado una cualidad determinada, no
puede amar ya luego ninguna otra contraria; sobre las alusiones verbales, las
señas hechas con los ojos, la correspondencia, el rol del mensajero, la guarda
del secreto, la divulgación del secreto la sumisión, la contradicción, el que
saca faltas, el amigo favorable, el espía, el calumniador, la unión amorosa, la
ruptura, la lealtad, la traición, la separación, la conformidad, la enfermedad,
el olvido, la muerte, la fealdad del pecado y la excelencia de la castidad, que se
abordan minuciosamente, a lo largo de treinta capítulos.
Para Ibn Hazm, la
naturaleza del amor consiste “en la unión de partes de almas que, en este mundo
creado, andan divididas, en relación a como primero eran en su elevada esencia”[5]
“El amor es, por tanto, algo que radica en la misma esencia del alma”. Aunque
existan diferentes suertes en el amor y varios tipos de él, destaca el “amor
irresistible que no depende de otra causa que la afinidad de las almas”. Todos
los géneros de amor cesan, con excepción del verdadero amor, “basado en la
atracción irresistible, el cual se adueña del alma y no puede desaparecer sino
con la muerte”:
En ninguna de las demás clases de amor
acaecen la preocupación, la turbación, la obsesión, la mudanza de los instintos
innatos y el cambio del espontáneo modo de ser, la extenuación, los suspiros y
las demás pruebas de pesar que acompañan al amor irresistible. Todo esto
confirma la idea de que este auténtico amor es una elección espiritual y una
como fusión de las almas.[6]
El nacimiento del amor es,
en la mayoría de los casos, por la forma bella, pero no solo. De otro modo no
serían amadas criaturas sin belleza. El alma bella suspira por todo lo hermoso
y siente inclinación por las perfectas imágenes. Si tras de esa imagen
distingue algo afín, nace el verdadero amor. De lo contrario se trata de puro
apetito carnal.[7] Es
el amor, en suma, “una dolencia rebelde, cuya medicina está en sí misma, si
sabemos tratarla; pero es una dolencia deliciosa y un mal apetecible, al
extremo de que quien se ve libre de él reniega de su salud y el que lo padece
no quiere sanar".[8]
Sobre esta paradoja conmovedora, escribe en un poema:
¡Oh
esperanza mía! Me deleito en el tormento que por ti sufro.
Mientras
viva, no me apartaré de ti.
Si
alguien me dice: “Ya te olvidarás de su amor”,
no le
contesto más que con la ene y la o”.[9]
Abundan en
el texto las referencias a detalles pintorescos, de una entrañable
sensibilidad, como la descripción de las señales del amor:
(…)
animación excesiva y desmesurada; el estar muy juntos donde hay mucho espacio;
el forcejear por cualquiera cosa que haya cogido uno de los dos; el hacerse
frecuentes guiños furtivos; la tendencia a apretarse el uno contra el otro; el
cogerse intencionadamente la mano mientras hablan; el acariciarse los miembros
visibles, donde sea hacedero, y el beber lo que quedó en el vaso del amado,
escogiendo el lugar mismo donde posó sus labios.[10]
Del mismo modo, “los amantes que se corresponden se
enfadan con frecuencia sin venir a qué; se llevan la contraria, aposta, en
cuanto dicen; se atacan mutuamente por la cosa más pequeña, y cada cual está al
acecho de lo que va a decir el otro para darle un sentido que no tiene; todo lo
cual es prueba de lo pendientes que están del otro”[11].
La afición a la soledad, la preferencia por el retiro y la extenuación del
cuerpo cuando no hay en él fiebre ni dolor que le impida ir de un lado para
otro ni moverse y el modo de andar, son indicios de la languidez latente en el
alma.[12]
El insomnio es otro accidente de los amantes, a quienes califica de
“apacentadores de estrellas”, que se lamentan de lo larga que es la noche. La
extrema susceptibilidad respecto a quien se ama y a cada una de sus palabras es
otra señal propia del amor. El amante que no está seguro de ser correspondido
se vuele circunspecto, se refrena y cuida sus ademanes y miradas. El amante
espía al amado, toma nota de cuanto dice, investiga cuanto hace, no se le
escapa cosa chica ni grande, y le sigue en todos sus movimientos. En esto los
necios se vuelven listos y los incautos, agudos.[13]
El amor ejerce sobre las almas un efectivo e irresistible
poderío. Destruye lo más recio, desata lo más consistente, derriba lo más
sólido, se aposenta en el fondo del corazón y torna lícito lo vedado.[14] Quien
declara su amor a través de alusiones verbales, mientras espera la respuesta se
halla temeroso y suspenso entre la ansiedad y la desesperanza. Cuando los
amantes se entienden mutuamente, nadie más que ellos, comprende cuanto se
dicen, excepto quien está dotado de penetrante intuición, ayudado por la
sagacidad y asistido por la experiencia.[15]
Los ojos son los mensajeros privilegiados, avanzada certera del alma, clarísimo
espejo en que ella conoce las realidades.[16]
El papel de la correspondencia es crucial, si los amantes
siguen en relaciones. Muchos enamorados se dan prisa en romper las cartas, una
vez leídas, diluyen la tinta con agua o borran su escritura para evitar
desgracias. La carta sirve de lengua al amante, cuando éste se encuentra
impedido para hablar o sufre sonrojo o timidez. El arrobo del amante cuando su
carta se ha recibido, es maravilloso. El amado se pone la carta sobre
los ojos o sobre el corazón y la estrecha. Incluso un hombre depravado ponía
sobre su miembro la carta de la amada, ejemplo de fea rijosidad y de excesiva
incontinencia. También están quienes mezclan con tinta sus lágrimas o saliva, o
escriben con sangre de heridas hechas a propósito.[17]
La elección del mensajero es fundamental, suelen ser
criados de poca edad, personas respetables y fuera de sospecha o mujeres de
oficios que suponen trato con las gentes.[18]
Las mujeres tienen un celo especial por guardar y encubrir secretos, las más
viejas ayudan a las más jóvenes en sus empresas amorosas, incluso prestándoles
sus ropas y alhajas a las pobres.[19] A
veces la mensajera es una paloma, que lleva como collar las cartas de los
amantes.
Asimismo, se expresa la diferencia en que mujeres y
hombres viven el amor, desde una perspectiva patriarcal. Las mujeres, para Ibn
Hazm, no siempre son de fiar. Las que están ociosas nada hacen sino desear a
los hombres y sentir deseos de unión sexual, dado que no se ocupan en otra cosa
ni han sido creadas para nada más. Los hombres, ocupados de asuntos importantes
y penosos trabajos, no pueden andar ociosos, distraídos con niñerías.[20]
No quedan fuera del tratado las mezquindades del amor: la
divulgación de su secreto, la traición, los celos, la sumisión, la venganza, la
separación, las calumnias que separan a los amantes, los embustes, las mentiras,
el hastío y la clandestinidad:
La unión clandestina ocupa un lugar
A que no llega la unión posible y
manifiesta.
Es un placer mezclado de precaución
Como el andar por medio de las dunas.[21]
A veces la unión amorosa viene a ser tan dulce y los corazones
se aúnan de tal modo, que los amantes llegan a despreciar el qué dirán, a no
parar mientes en los censores, a no ocultarse de los espías, a no cuidarse de
los chismeros, e incluso entonces las hablillas acrecientan su deseo.[22]
No hay veneración comparable a la que el amante siente por su amado, ni alegría
mayor ni más grande placer que el del amante cuando está seguro de que el
corazón del amado le pertenece y tiene confianza en su inclinación y en la
sinceridad de su amor. No hay situación más humilde que la del amante
apasionado ante el ser que ama cuando éste se halla enojado, presa de la cólera
y dominado por la soberbia.[23]
Sobre la fatalidad de la separación, en confesión
autobiográfica, declara su amor:
Nadie ha estado nunca tan perdido de amores ni ha sentido
mayor pasión que la mía por una esclava que tuve en otros tiempos y que se
llamaba Nu’m. Fui su primer amor y nos correspondíamos en afecto. Cuando murió
no había cumplido yo los veinte años. Luego de perderla, ya no he hallado
placer en la vida. Ni he olvidado su memoria ni he podido después tratar a
otras. Mi amor por ella ha borrado todos los que le precedieron y ha hecho
imposibles los siguientes.[24]
Cuando el amor no es posible, llega la conformidad, de
maneras que rayan en el masoquismo, como el caso del amigo que había sido
herido con un cuchillo por quien amaba y besaba el sitio de la herida,
bañándola en llanto. Otra muestra de conformidad es darse por pagado al poseer
cualquiera de los objetos del amado. Por esta razón jamás hubo dos enamorados
que no cambiasen entre sí mechones de pelo, perfumados con ámbar, rociados con
agua de rosas, unidos por la raíz con goma o con blanda e intacta cera, y
envueltos en trozos de brocado, seda o cosa parecida, para que les sirviesen de
recuerdo durante la separación. Otra muestra de conformidad consiste en darse
por contento con ver en sueños la imagen del amado y saludar su espectro
nocturno. Incluso el amante se puede regocijar con ver y tratar a quien ha
visto a su amado, o a quien viene del país de este.[25]
Existen, como lo opuesto al amor, dos tipos de olvido, el
natural y la resignación. Entre el resignado y el olvidadizo está la diferencia
de que el resignado puede ser duro e injuriar a su amado pero no permite que
nadie lo haga más que él. Los motivos del olvido son la inconstancia, la
cortedad que se interpone entre él y la alusión a sus sentimientos y el trueque
de un amado por otro, que merecen censura. No la merece la resignación, al
preferir la modestia al placer del alma. El carácter del Islam es la modestia. En
el amado, hay cuatro causas de olvido: el continuo desdén, la esquivez, la
crueldad y la traición. Hay una causa que proviene de Dios: la desesperación
por muerte o por separación o por enfermedad incurable y son excusas para quien
se esfuerza por olvidar.[26]
El pecado, el adulterio y la homosexualidad, considerada
una grave falta, son fuertemente castigados por las leyes humanas y divinas.
Por esa razón se ensalzan las excelencias de la castidad, sobre todo para
quienes han resistido a la tentación pudiendo ceder a ella. Para Octavio Paz,
en la erótica árabe el amor más alto es el puro; todos los tratadistas exaltan
la continencia y elogian los amores castos. Se trata de una idea de origen
platónico, aunque modificada por la teoría islámica. Para Ibn Hazm hay una
escala del amor de lo físico a lo espiritual: el culto a la belleza física, las
escalas del amor, el elogio a la castidad –método de purificación del deseo y
no fin en sí misma- y la visión del amor como la revelación de una realidad
transhumana, pero no como una vía para llegar a Dios. El amor es humano,
exclusivamente humano, aunque contenga reflejos de otras realidades. [27]
Así concluyo este breve ensayo, sobre el libro más
hermoso jamás escrito sobre el amor y los amantes, legado de Al-Ándalus a la
sabiduría universal, con estos apasionados versos:
Me gustaría rajar mi corazón con un cuchillo,
meterte dentro de él y luego volver a cerrar mi pecho,
para que estuvieras en él y no habitaras en otro,
hasta el día de la resurrección y del juicio.
[1] Paulina López Pita, “El collar de la paloma. Tratado
sobre el amor y los amantes”, Espacio,
Tiempo y Forma, Serie III, H. Medieval, t. 12, 1999, pp. 65-90.
[2] Emilio Tornero, Teorías
sobre el amor en la cultura árabe medieval, Madrid, Siruela, 2014, pp. 8-9.
[3] Ibn Hazm de Córdoba, El Collar de la Paloma, versión de Emilio García Gómez, Madrid,
Alianza Editorial, 2016, p. 119.
[4]Daniel Álvarez Bermúdez, El collar de la Paloma, el mejor tratado sobre la naturaleza del amor,
disponible en:
https://drive.google.com/file/d/0B7O3K_Xswt6aTUFSajFlWHpyeXc/view
[5] Ibn Hazm, op.
cit., p. 128.
[6] Ibíd., p. 131.
[7] Ibíd., p. 134.
[8] Ibíd., p. 136.
[9] Ibíd., p. 137.
[10] Ibíd., p. 141.
[11] Ibíd, p. 142.
[12] Ibíd., p. 143.
[13] Ibíd., p. 150.
[14] Ibíd., p. 167.
[15] Ibíd., p. 173.
[16] Ibíd, p. 176.
[17] Ibíd., p. 179-181.
[18] Ibíd., p. 182.
[19] Ibíd., p. 108.
[20] Ibíd., p. 209.
[21] Ibíd., p. 238.
[22] Ibíd., p. 240.
[23] Ibíd., p. 249.
[24] Ibíd., p. 286.
[25] Ibíd., 298-302.
[26] Ibíd., p. 329.
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