Tenía siete años cuando gané un concurso infantil de ortografía. Un lunes de acto cívico en la escuela, de manera inesperada, me premiaron. La costumbre consistía en formarnos en el patio para cantar el himno nacional, el himno a Cuenca y alinearnos con la distancia de nuestros cortos brazos, con la mano derecha en el corazón izquierdo, la frente en alto, para las instrucciones de la semana de clases.
Mi mami me había puesto ese día el uniforme y una gorrita blanca de lana con un pompón rosado, guantes y bufanda a juego. De repente en la hora cívica dijeron mi nombre en el micrófono, con el anuncio de mi hazaña. Con indecisión e incredulidad, pasé a recibir el premio, con la mochila puesta. Me regalaron sendos libros de fábulas de Esopo y de Samaniego y un juego de damas chinas, envuelto todo en papel de regalo. Regresé del escenario en el que tímidamente me había subido, hundida en la lana del ajuar que amansaba los fríos de las madrugadas de la hora sixtina. Era 1993.
Recuerdo que los niños y niñas se acercaban a mí, muy pequeña, y trataban de adivinar qué obsequios estarían en esos voluminosos paquetes. Afortunadamente encontré en ese mar de infancia a mi ñaña mayor Gaby, quien espantaba a los curiosos que con sonrisas y cierta ternura me felicitaban. Cuando llegamos a la casa con los regalos, al mediodía, mi mami estuvo muy orgullosa de la premiación sorpresa, pero al mismo tiempo, nostálgica por habérsela perdido. Nos dijo: "debían avisarme, para estar. Gaby, era de que le quites a la guagua el gorro, la bufanda, la mochila y los guantes para que pase adelante bien presentada". Yo leía las instrucciones de las damas chinas, juego de mesa que acompañó a nuestra familia durante un buen tiempo, como las moralejas de Esopo y Samaniego.
Desde ahí, ha sido importante para mí vencer la timidez en los escenarios públicos. Y mi mami ha estado constantemente lista para animarme. "Imagina que en el público están plantas", "respira fuerte", "sostén algo en la mano". Si hubiera sabido de aquella premiación, de seguro me hacía algún peinado especial. Ya de joven, su apoyo fue en aumento: me daba una copita de trago de punta antes de mis apariciones en público. Y así, hasta hoy, ella me anima con su consejo, ante cualquier desafío, para darme valor. Aunque cada vez que hablo en público o que me pongo enfrente, me siento tan envuelta en la bufanda y el gorrito de lana como a los siete años.
Pero respiro y digo "son plantas" y es como si me hubiera tomado un trago.
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