1. Sobre la Tomasa y su estancia libre en el campo
Ayer nos enviaron unas fotos de la Tomasa. En estado salvaje. Su lana, otrora brillante azabache, sedosa, ha dado paso a un pelambre rastoso, de un color inefable. Parece que pasa mucho tiempo al aire libre, nada, come hasta el pasto de sus nuevos amigos, los burritos de la casa museo. Está más gordita. Yo no sé si alegrarme por esa vida plena que estará teniendo y de la que, sola, custodiada y cuidada en nuestra casa, le habíamos, sin querer, privado; o si angustiarme un poco, como madre que ha cuidado a su hija como un tesoro, también a través del control estético y del mimo adorador que peina, lame y acicala con pretensión higienizante. Mi pequeña está salvaje. Ahora entiendo a las madres que se esmeran en bañar, vestir y arreglar a sus hijos, en sacarles de los ojitos las lagañas o de la nariz los mocos, con saliva; en pedirles que saluden, que alcen la cara, que se bañen y cómo reaccionarán cuando les ven encantadoramente descomplicados. Hay que ser muy sabia para defender y amar la libertad ajena, para contemplar sin juzgar. Como madre que dice: "sólo me queda rezar". Mi pequeña está realmente feliz y eso se nota. Está mejor cuidada en libertad que con mi encierro. Es amada y animal. Su plenitud es mi alegría.
2. Una palabra para definir un sentimiento
Debe haber una palabra ya para definir un sentimiento de adoración contemplativa a otro ser humano que no tiene un contenido o connotaciones necesariamente eróticas o románticas. No sé si hablar de las características de estos seres, o, más bien, de las del sentimiento que producen. Hay en la fascinación por ellos la necesidad de prudente distancia, que permita pensarles y disfrutar de la honda emoción que, sin saberlo, regalan. Tal vez una de las fuentes de esa simpatía inquietante es la vergonzante incapacidad de no encariñarse y de no "segregar sentimiento sin parar". Le hablé de eso al Diego en la noche y me dijo que a él no le pasa. Que debo indagar por qué tengo esa sensibilidad. Que tal vez hay personas a las que fetichizo. Que soy, probablemente, voyeur. No lo sé. Tampoco me siento lista ahora para escribir los nombres de las personas por las que siento eso. Tengo que pensarlo más.
3. Hay dos tipos de personas
Hay dos tipos de personas. De las que quiero y necesito escribir y las demás. Todos somos, sin duda, las demás de alguien. También podemos ser personajes y hasta protagonistas de las historias que recuerdan o escriben otros. Lo importante es no forzar esa escritura. El momento en que se pide un dibujo o un poema, muere la chispa creativa. Hay cosas que se dan y no se piden. Pero siempre vamos a poblar los relatos de alguien más. Y a veces los relatos más importantes ni siquiera se escriben. Están, más bien, en la mente, tratando de fijarse como recuerdos. Sin soportes materiales que delaten. O están en el spam, en cartas no entregadas, en diarios o en sueños. "Todo no se puede decir". Todo no se puede escribir. No podemos ser escritos como quisiéramos ni escribir siempre de quién nos gustaría. Tal vez la literatura es eso. Un nom de plume para mentir o para hablar sin contemplaciones morales de lo que no se puede, con el pretexto de la ficción. O para construir un mundo idílico donde lo que no me gusta de alguien no existe y esa persona únicamente tiene cualidades bellas. O para sacar, arbitrariamente, signos de vilezas humanas de un ser o de varios para darle forma a un antihéroe. O para caricaturizar a alguien que tememos y amamos para no amarle, porque no se puede, con el apoyo del relato. La autobiografía también miente, por la selectividad en la experiencia recogida. La verdad es irrepetible. En ese misterio de encontrarla, de sacarla a fuerza de juntar escombros o de hilar signos que apenas sugieren y no muestran, están las construcciones de los relatos sobre las personas de las que queremos escribir, para que las demás piensen, acaso, que también ellas pudieron haber sido retratadas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario