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Yo a los doce años.
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Art. 1.- Ambito de aplicación.- La presente ley reconoce las
particularidades de las y los jóvenes ecuatorianos y la necesidad de
establecer mecanismos complementarios a los ya existentes en el sistema
jurídico, que promuevan el goce y ejercicio efectivo de sus derechos y
garanticen el cumplimiento de los deberes y obligaciones. Para los
efectos de la presente ley se considera joven a todas las personas
comprendidas entre 18 y 29 años de edad.
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Yo a los trece años.
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Amigas y amigos, para
mí ha sido un gusto enorme recibir sus saludos y cariños, desde aquí y
desde otros lugares del mundo donde el corazón mío está. No saben la
alegría que me ha dado recibir sus mensajes por todas las vías y esos
abrazos inconmensurables de afecto. Legalista como me formaron y contra
lo que lucho todos los días, por un derecho por principios y no por
reglas, no creo que este sea mi último año de juventud, pero
lamentablemente, la ley lo quiso así.
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Yo a los catorce años.
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Despidiendo a mis veinte
(siempre se tienen veinte años en un rincón del corazón, como dice el
viejo refrán), reflexiono sobre mi corta vida, que parece reinventarse
cuando me he dado cuenta de que el tiempo no para y que lo que parecía
ser tan parte de ella, puede ser solo un fragmento.
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Yo a los quince años. |
El otro día
escribía una notita relacionada con la irrepetibilidad y la
perdurabilidad del arte que luego descubrí de mucha casualidad, que se
puede resumir en una frase tan chiquita y sabia como la contundencia de
los romanos y su capacidad de síntesis, imposible en nuestros días: “ars
longa, vita brevis”.
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Yo a los dieciocho años. |
La fugacidad de la vita brevis siempre me
ha asustado, sobre todo porque en la palma de mi mano hay una
bifurcación que delata, o un cambio radical de vida, o su final. Para no
sonar tan dramática, simplemente se me ocurre tener nostalgia por el
paso del tiempo y por lo implacable de las arenitas del reloj.
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Yo a los diecinueve años. |
La vida ha sido muy generosa conmigo, soy una privilegiada de la vida.
Desde la comodidad de mi escritorio y de mi condición, a veces no me
siento digna de escribir las cosas que escribo, o de querer representar a
otras personas, pero es lo que puedo dar. Con los años se va ganando
nostalgia, pero prefiero pensar que unx es viejx cuando los recuerdos
pesan más que las esperanzas, y así, sigo escribiendo desde los lugares
comunes que conozco. No sé cuánto más viva, pero creo que en mí tienen
mucho espacio los recuerdos, vivo de rever mi propia vida. Viva la
egolatría, viva yo. Y también tengo sueños e ilusiones, cual quinceañera
enamorada que pone candado en el diario íntimo, para que nadie lo lea,
cuando poco a poco se muere la niña y empieza la aventura de la vida,
como dirían Thalía y Adela Noriega.
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Yo a los veinte años. |
Les agradezco a todas y
todos infinito por haberse manifestado en este hermoso día de
cumpleaños. Siempre digo que agosto es un mes privilegiado, aunque el
cambio climático le ha ido quitando ese encanto de cielo cuencano
azulejo de baño despejado con viento de cometa. He tenido la suerte de
nacer en agosto, con las cometas de plástico con duda y carrizo. Creo
que ya no las hacen así, creo que todo se va sofisticando con el tiempo,
como los mismos registros de la vida. Ya no llevo diarios ni cuadernos,
el feisbuc, cosa lamentable, se ha convertido en algo así como una
bitácora del siglo XXI y un clic es la versión moderna de la uñita que
borra el nombre del ser amado del diario quinceañero.
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Yo a los veinticinco años. |
Juventud divino tesoro, ya te vas para no volver. Cuando quiero llorar, no lloro. Y a veces lloro sin querer.
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