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miércoles, 5 de agosto de 2015

Sobre la ley de la juventud y sus consecuencias:

Yo a los doce años.



Art. 1.- Ambito de aplicación.- La presente ley reconoce las particularidades de las y los jóvenes ecuatorianos y la necesidad de establecer mecanismos complementarios a los ya existentes en el sistema jurídico, que promuevan el goce y ejercicio efectivo de sus derechos y garanticen el cumplimiento de los deberes y obligaciones. Para los efectos de la presente ley se considera joven a todas las personas comprendidas entre 18 y 29 años de edad.


Yo a los trece años.
Amigas y amigos, para mí ha sido un gusto enorme recibir sus saludos y cariños, desde aquí y desde otros lugares del mundo donde el corazón mío está. No saben la alegría que me ha dado recibir sus mensajes por todas las vías y esos abrazos inconmensurables de afecto. Legalista como me formaron y contra lo que lucho todos los días, por un derecho por principios y no por reglas, no creo que este sea mi último año de juventud, pero lamentablemente, la ley lo quiso así.


Yo a los catorce años.
Despidiendo a mis veinte (siempre se tienen veinte años en un rincón del corazón, como dice el viejo refrán), reflexiono sobre mi corta vida, que parece reinventarse cuando me he dado cuenta de que el tiempo no para y que lo que parecía ser tan parte de ella, puede ser solo un fragmento.


Yo a los quince años.

El otro día escribía una notita relacionada con la irrepetibilidad y la perdurabilidad del arte que luego descubrí de mucha casualidad, que se puede resumir en una frase tan chiquita y sabia como la contundencia de los romanos y su capacidad de síntesis, imposible en nuestros días: “ars longa, vita brevis”.

Yo a los dieciocho años.

La fugacidad de la vita brevis siempre me ha asustado, sobre todo porque en la palma de mi mano hay una bifurcación que delata, o un cambio radical de vida, o su final. Para no sonar tan dramática, simplemente se me ocurre tener nostalgia por el paso del tiempo y por lo implacable de las arenitas del reloj.

Yo a los diecinueve años.

La vida ha sido muy generosa conmigo, soy una privilegiada de la vida. Desde la comodidad de mi escritorio y de mi condición, a veces no me siento digna de escribir las cosas que escribo, o de querer representar a otras personas, pero es lo que puedo dar. Con los años se va ganando nostalgia, pero prefiero pensar que unx es viejx cuando los recuerdos pesan más que las esperanzas, y así, sigo escribiendo desde los lugares comunes que conozco. No sé cuánto más viva, pero creo que en mí tienen mucho espacio los recuerdos, vivo de rever mi propia vida. Viva la egolatría, viva yo. Y también tengo sueños e ilusiones, cual quinceañera enamorada que pone candado en el diario íntimo, para que nadie lo lea, cuando poco a poco se muere la niña y empieza la aventura de la vida, como dirían Thalía y Adela Noriega.

Yo a los veinte años.

Les agradezco a todas y todos infinito por haberse manifestado en este hermoso día de cumpleaños. Siempre digo que agosto es un mes privilegiado, aunque el cambio climático le ha ido quitando ese encanto de cielo cuencano azulejo de baño despejado con viento de cometa. He tenido la suerte de nacer en agosto, con las cometas de plástico con duda y carrizo. Creo que ya no las hacen así, creo que todo se va sofisticando con el tiempo, como los mismos registros de la vida. Ya no llevo diarios ni cuadernos, el feisbuc, cosa lamentable, se ha convertido en algo así como una bitácora del siglo XXI y un clic es la versión moderna de la uñita que borra el nombre del ser amado del diario quinceañero.

Yo a los veinticinco años.

Juventud divino tesoro, ya te vas para no volver. Cuando quiero llorar, no lloro. Y a veces lloro sin querer.

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