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miércoles, 15 de julio de 2015

"Dibujar es sacar una línea de paseo" (Paul Klee)



Fui la semana anterior a Chile por motivos de trabajo por primera vez en mi vida y tuve la grata sorpresa de recoger un poco mis pasos a través de la visita a la casa de mi amiga Ana, quien en el año 2011 me compró un cuadro, que yo tenía en la mente, pero fue uno de esos al que nunca tomé fotos, talvez porque no se me ocurría en ese momento la importancia de documentar mi proceso de creación artística. Cuando una vida comienza, parece que el mundo es infinito y que infinitas serán las letras por escribir, los libros por leer, los lugares por conocer, los pasos por andar y las pinturas por dibujar. 

Ayer leía un libro precioso que encontré en mi viaje: “Obra Visual de Violeta Parra” quien además de cantante  y compositora,  era una artista plástica excepcional, que como Frida Kahlo, comenzó a pintar por enfermedad y por la obligación de estar postrada a causa de una hepatitis. El libro recoge las imágenes de arpilleras, óleos y esculturas en papel maché de Violeta Parra, quien tenía un estilo espontáneo e ingenuo, parecido a las imágenes expresionistas europeas de inicios del siglo XX, con toques mágicos y míticos, producto de una vida latinoamericana y andina. 

Como en el caso de Violeta Parra, la pintura no surge siempre desde la emoción profunda o de la reflexión, sino a veces es la compañera inevitable de los momentos más dolorosos. Yo pinto mucho y escribo cuando estoy triste y en estos años de felicidad, quizás no lo he hecho con la misma asiduidad. Es el trabajo también, el cambio de vida, de casa y de espacios, que algunas pinturas se han secado y las obligaciones que aparecen cuando una se casa. Pero no es solo eso, creo más bien que existe un plan por fuera de nuestra determinación, que escribe como si lo hiciera en el acta de nacimiento, el número de pasos que daremos en la vida, las letras que escribiremos, los libros que leeremos, las palabras que pronunciaremos, los besos que repartiremos, y las pinturas que crearemos.
Y el tiempo dosifica como en gotas los momentos precisos en que cada proceso creativo tendrá lugar.

Esta reflexión cobró importancia para mí ahora, porque como decía, en un momento de mi vida pensé que pintar sería infinito. Me sentía prolífica  y sentía que los seres brotaban de mis dedos como respiraciones, o suspiros. Que era tan fácil darles vida y que serían tantos que no era importante fotografiarlos, o conservarlos siquiera. Eran tantos que había que venderlos, regalarlos y mantenerlos en la memoria. Y en verdad, aunque no tenga evidencias fotográficas de todas mis obras, las guardo en la mente y sé de cada una. Y si vuelvo a verlas, luego de largas distancias, cual Johann Sebastian Mastropiero cuando encontró a su gemelo separado al nacer, las reconozco enseguida. 

Ahora me parece una labor demasiado importante ir recogiendo los pasos de mis trabajos. No porque quiera hacer algo para mostrarlo, ni porque quiera darles una relevancia pública, precisamente, sino como un compromiso conmigo misma. Hay dibujos míos en muchos lugares y cuando sentía que el proceso creativo era infinito, aun cuando siempre les di valores, historias y vidas individuales a mis cuadros, no pensé que llegaría a necesitar verlos de nuevo o a considerar que cada uno es una pieza imprescindible de una cadena cerrada. 

En el libro de Violeta Parra leí una frase de Paul Klee, primorosa, que describe dibujar como “sacar una línea de paseo”. Solo en este momento de mi vida comienzo a reflexionar sobre la finitud de los actos humanos y sobre la individualidad y la irrepetibilidad de cada uno. Dibujar, como sacar una línea de paseo, en el día del perdón y del juicio final de cada una de nuestras vidas, podrán ser acciones plenamente identificables y precisas, que tuvieron un espacio y un tiempo determinados de ejecución y que en la historia universal, no llegan a ser ni siquiera datos importantes, porque el mundo es ancho y ajeno y la gente es mala y no merece. 

Posiblemente uno de las mayores virtudes del arte, es proveer de materialidad y de relativa permanencia de expresión a los momentos creativos que siempre tienen algo de emoción y un contexto particular, y que, en el acto de darlos a luz, son temporales y terminan irrefrenablemente. Una cartulina, una servilleta, un disco, un libro, una fotografía son momentos congelados, como la arquitectura, música congelada que resume, no solo una vida o momento creativo particular, sino el espíritu creativo de un lugar, de una época, de una población. 

No sé finalmente cuántos dibujos más me quedan por pintar. Pero sí comienzo a sentir la enorme nostalgia de que nada es para siempre. Buenos o malos mis dibujos, como los dibujos de cualquier persona, a lo sumo pueden crearse en lo que dura una vida –el hecho de que sobrevivan a su autora, en tanto soportes materiales, no les resta su finitud-. Se puede matar al soñador pero no al sueño, decía una frase inserta en una agenda muy bonita que tuve de niña, pero si se mata a la gallina de los huevos de oro, quedan los huevos pero ya no hay más. 

Y cada dibujo viene a vivir una vida particular. Unos jamás se terminan y quedan como obras  non finito, otros se destruyen en momentos de desesperación artística, hay los que quedan ocultos debajo de otros, cuyo soporte se aprovecha por ahorrar material, otros se van del país, otros quedan colgados en paredes de la casa, otros quedan en cuadernos o en cajas que alguna vez fueron guardados y su pronóstico es no ser descubiertos nunca jamás. Algo así como el propio destino humano. Y hay estos otros, que sin pensarlo y en los lugares menos imaginados, se vuelven a ver. 



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