Me acuerdo de una visita con mi mami a la calle Condamine, en El Vado, cuando buscábamos musgos, salvaje, orejitas de burro y otros montes para hacer el nacimiento. Iniciaban los noventa. Todo cambió hace unos veinte años cuando llegaron las gatitas, porque se orinaban en el nacimiento y luego, porque comenzaron las campañas ambientalistas, que recomendaban no comprar montes para salvar los páramos. Hacíamos el nacimiento con mucha ilusión y fuimos reemplazando, progresivamente, la recreación de un Belén orgánico por cartulinas, escarchas y materiales inertes que le dieran forma al establo, al pueblo y a la llegada de nuestro señor.
Recuerdo un año en el que el Tato armaba conmigo el nacimiento, dispersando bolitas de espuma flex para simular la nieve de la navidad gringa y colgando unas guirnaldas en la pared. Ya era Nochebuena y no habíamos arreglado el ambiente navideño. Para completar la decoración no teníamos todos los elementos: “hay que darse modos” decía.
La Navidad es el olor de la comida de mi papi y la música de los Pibes Trujillo. La Nochebuena es la culminación de una Novena y dormir en el mueble junto a los regalos y al árbol encendido de luces que se reflejaban en las ventanas.
Cuenca es especialmente hermosa en Navidad. El Pase del Niño Viajero es un evento importantísimo al que nunca fuimos, acaso porque la abuelita Chocha tuvo toda la vida el negocio de los disfraces y mi mami quedó curada de participar en dicha procesión por el recuerdo de penosos trabajos ligados con ella. Pero la Navidad también significaba buscar en todos lados de la casa dónde habían escondido nuestros regalos o también adivinar, a través del papel de regalo, qué juguetes nos traería el Niñito Dios.
Recuerdo un año en el que nos regaló mi mami las famosas mascotas electrónicas a las que había que mantener con vida y que serían el anuncio de la época de los celulares, aparatos con los que nos sentimos unidxs cuando estamos lejos pero que, estando cerca, a veces sirven de barrera para sumergirse cada unx en su mundo. Y recuerdo cuando me regalaron esa bici con la que andaba en círculos por el patio y a lo sumo por el parque y de los patines de una fila de la Antuca, un par de barbies, el peluche Plumín, la coqueta de la Oliverita, por cuya salud pido a Diositx hoy también.
Desde siempre el Tato y la Rubena nos hablaron del Niño Dios como aquel que trae regalos. Nunca creímos en Papá Noel. Hace poco mis amigos españoles me dijeron que el Niño Dios nunca podría dar regalos, sino eran los Reyes Magos quienes los daban al Niño Dios. Esa colonización de mi Navidad quedó zanjada el momento en el que descubrimos que Papá Noel les quitó a los Reyes y al Niño Dios el monopolio de los regalos de Navidad. Y que daba igual, los padres y las madres compran los juguetes a los niños y eso hay que reconocerlo. Ojalá la vida nos dé la oportunidad de, amorosamente, poder cuidar a nuestros padres cuando se van haciendo viejitos con el mismo amor incondicional que nos ha permitido mantenernos con vida a pesar de los avatares que la existencia plantea en el Ecuador, país neoliberal.
Este día es especial porque regreso brevemente a mi familia nuclear, con la que tuve que hacer un ejercicio de corte del cordón umbilical para asumir mi propia familia. Me gusta estar aquí. Aquí la vida transcurre sencilla, en calma, rodeada de sonidos de pajaritos y de la vitalidad de mi mami, quien tiene su rutina completamente organizada, atendiendo unos horarios, los de las comidas, limpieza, paseo y recogimiento de las gallinitas que con ella viven. Mi mami es el ser más amoroso y especial de la casa, aquel que le da sentido y centro. La casa son los cuidados amorosos que mi mami prodiga al Tato, a sus hijas, sus nietitos y a los animales. Luego de trabajar desde los cinco años, más o menos, es el primer año en que mi mami vive una Navidad dedicada a las labores domésticas y de cuidado. Mi mami y yo somos felices tomando café, paseando por el barrio, haciendo compras de cositas absurdas con dinero que no tenemos, sumergiéndonos en almacenes chinos, mirando vitrinas, haciéndonos de amiguitas en los buses y contándonos nuestras vidas, con lágrimas y risas, como dos viejas comadres.
Hoy, mientras limpiábamos la sala para que ustedes vengan, ella recogía con un pañito a un pobre insecto que estaba prendido del mueble, para reubicarle en el jardín, sin hacerle daño. Esa es mi mami. Mi mami se sacaría, como San Francisco de Asís, las sandalias, para no perjudicar a ningún ser sintiente con pesos innecesarios. Los gatos nuevos, Timotea y Corazón, aún son para mí un poco extraños, pero creo que ya se dieron cuenta de que estoy viviendo aquí, porque no se esconden cuando me ven.
Cada año mi papi nos pide que escribamos sobre la familia. El año anterior, luego de una reflexión política sobre el sentido conservador del término familia, ligado con los activismos provida, llevé la escritura hacia el lugar de veneración que tengo por este hogar. Nos hemos mantenido aquí, unidas por el cariño inmenso a nuestros padres Marco y María, quienes siempre nos dieron material para hacer de nuestras vidas lo que quisiéramos. El Tato, como ahora le dicen sus nietos, siempre dijo que buscaba que seamos autónomas económica y emocionalmente y que él solo esperaba que nuestra pareja fuese trabajadora e inteligente y que él no dormiría con él, así que nunca se metió en nuestras decisiones, solo las acompañó emocional y materialmente.
Mi papi no es de muchas palabras. En Navidad se luce: cocina amorosamente, canta villancicos y también fuma y bebe mientras canta José Luis Perales Navidad es Navidad. Mi papi y mi mami son la Navidad de la casa que llenaron con la fantasía necesaria para ilusionarnos de niñas; que pasó por varios años como una reunión de personas adultas y que volvió en espiral hacia la ilusión nueva cuando llegaron las guaguas. La Manu y el Joaqui. Mis hermanas, Gaby y Tuca, instituciones, prodigan amor a sus bebés con cuidados exquisitos y yo siento muchísimo orgullo por la bondad y la corrección con la que forman buenos ciudadanxs, seres de luz que alegran la casa, caotizan el entorno y nos llenan de enseñanzas y amor.
Cuquito y Estebitan, mis cuñados, se han adaptado con cariño a este hogar que siempre fue un espacio de referencia de familia acogiente, amorosa y reflexiva, en la que todos mis amigxs quisieron vivir por estar llena de comida rica, conversaciones profundas, un jardín caótico, animalitos entrañables, que murieron de ancianos, revistas, libros y cuadros del abuelito y dibujos del Marco y la Pepita.
Esta familia es lo más hermoso e importante que tenemos. A pesar de ausencias que son muy dolorosas (la Panchita, el Diego, la Gabrielita) estamos juntxs aquí para celebrar una vez más no ya el nacimiento del Niño Diosx en nuestros corazones, ni el intercambio de regalos que fue perdiendo importancia con los años. La Nochebuena es un espacio para recordar que el amor más profundo e incondicional es el de las personas a quienes llamamos familia, luego de haber problematizado el término, y, que pueden o no ser de nuestra sangre. En nuestro caso, nos unen varios lazos y tenemos el privilegio de ser amadxs y cuidados en este entorno primoroso y sublime.
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