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martes, 17 de diciembre de 2019

Las mujeres monstruosas de mi infancia

"¡Cualquier maldad, menos la de una mujer!"
Eclesiástico, 25





















En los años noventa, mi niñez, recuerdo la inquietante y aterrorizadora presencia de oscuros personajes en la portada de Vistazo: Juan Fernando Hermosa, el niño del terror, asesino en serie y Camargo, violador, pederasta y asesino en serie. Los monstruos masculinos –excepciones de una nutrida presencia de varones en la revista: políticos, artistas, deportistas e intelectuales- tenían su contrapunto en mujeres que aparecían en portada por ser hermosas: actrices, vedettes, modelos, novias y rara vez alguna periodista o política. Entre los monstruos masculinos y las bellezas femeninas estaba la vida poco retratada de los hombres y mujeres ecuatorianas comunes y corrientes. 

Ese imaginario de los noventa también me trajo íconos que recuerdo con nitidez y sentimientos encontrados: las mujeres monstruos. Las mujeres malas. Las que fueron noticia precisamente por salirse de los moldes. Al contrario de la mayoría de mujeres que aparecieron como chicas Vistazo en las portadas –Silvana Ibarra, Carla Salas, Cristina Morrison-  las mujeres malas no eran bellas. ¿Cómo una mujer fea podría salir en Vistazo? Fueron sus defectos, escándalos o delitos los que las llevaron a ser noticia: la una madre, la otra hermana y la tercera, esposa.


Mama Lucha

Luz María Endara pasó a la historia con la imagen de mujer malísima, que llegó a tener mucho poder en las mafias de los mercados quiteños y en su fase amable fue vista como una mujer aguerrida y pionera, con fuertes vínculos políticos. No es secreto en Ecuador que hay mujeres muy poderosas y airadas que ponen y sacan alcaldes, prefectos y presidentes. Son el poder de la movilización de las masas que comercian en y concurren a los mercados populares. Mama Lucha, sin embargo, también es evocada como una mujer maternal, que ayudaba a la gente más desfavorecida de su entorno; y una madre amante que, abnegada, lo hizo todo por sus hijos. Wikipedia dice respecto de “Doña Luchita”, mote cariñoso, lo siguiente:

En su juventud, por los años cincuenta, en la cantina de su madre, en Imbabura, comprendió que podía influir sutil o brutalmente en las personas, cuando usaba sus contactos con los policías que acudían a la cantina, para por medio de ellos intervenir en la liberación de la cárcel a los borrachos conflictivos que acudían a la cantina. Comenzó a incluir dentro de los juzgados bajo la tutela de abogados. Aprendiendo de leyes consiguió resultados a su favor, ya sea mediante el terror como por medio de regalos. Allí cobraba a los vendedores por ocupar sus puestos en los Mercados de Quito, con el argumento de protegerlos de la delincuencia, revendía puestos por los que el Municipio cobraba trescientos sucres a diez mil sucres, era contratada para cobrar deudas, y todo esto lo realizaba con familiares, conocidos como la banda de Los chicos malos.


Elsita

Elsa Bucaram, entonces alcaldesa, aparece en un vídeo de la navidad del año 1989 lanzando juguetes por el balcón de la Alcaldía de Guayaquil que dice lo siguiente: 

La alegría que reunió a las familias pobres de la ciudad de Guayaquil alrededor del Municipio no solo se empañó con las muertes que ocasionó este estilo de hacer política, sino que las propias fundas llenas de “juguetes” solo contenían como punto clave una leyenda con letras grandes que decía “Abdalá”. Esta frase iba pintada en uno de los juguetes que llenaba la funda, la pelota en color amarillo con letras rojas, los colores del PRE, sin lugar a dudas el cometido de entregar juguetes a cien mil niños se hizo realidad, cuatro cuadras al contorno del municipio se llenaron, una multitud asfixiante que causó las muertes y los destrozos ya mencionados: “Uno viene aquí porque necesita un juguete para sus hijos, si no uno no viniera a encontrar la muerte aquí. Quién le va a dar el voto así a ella. Nadie.”
Historia viva, disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=8ludwFQOEwU

Este es uno de los episodios más nefastos de la vida nacional. Es abrir la vena que abre la ventana del antiguo dolor de la masa en condiciones de miseria que a cambio de una pelota o una muñeca de plástico arriesga la vida para llevar un regalo de navidad para sus guaguas. Ese episodio dejó un saldo imperdonable. Varios muertos y heridos. Elsa Bucaram, como tantas otras mujeres en la historia, obedecía a los dictados de la dinastía patriarcal de su familia. Y no terminó su período como alcaldesa. 

Hay una imagen de Elsita, como cariñosamente le llamó Abdalá, de pie con la montaña de kits navideños detrás. Fundas plásticas llenas de carros, muñecas y pelotas de baja calidad. Juguetes que de seguro no llegarían siquiera al año nuevo. La feminización de la maldad en Elsa tiene esas estampas inquietantes. Era mujer y como tal, pensada para servir a la niñez desde el sillón del Olmedo. Un sillón rodeado de juguetes de plástico que ella, en un gesto que pensaría sensible y acaso maternal, arrojaría por la ventana con mortales resultados.

Elsa Bucaram y Mama Lucha fueron noticia y no eran guapas. Fueron noticia a pesar de no ser modelos, princesas, presentadoras de TV o reinas. Fueron noticia en los años 80-90, en que las mujeres no éramos noticia por ser malas o por ser corruptas, mafiosas y criminales. Algo que han sido los hombres toda la vida y que en ellos queda como viveza criolla y que, en ciertos contextos, se aprecia, se festeja, se envidia. En ellas es monstruosidad y se castiga con el olvido, la crónica roja o la vindicta pública. 

“La castradora de Virginia”

Lorena Bobbit también fue noticia en esa época de mi infancia. Era 1993. Parece que fue la primera vez que el nombre del Ecuador se escuchaba en el plano internacional y no en el de las glorias deportivas o artísticas de Rolando Vera o Guayasamín. Nuestro pequeño país resonó mundialmente por ser la cuna de un monstruo femenino: Lorena Bobbit, quien a su favor contaría que habría sido víctima de una vida de maltratos y un día cercenó el pene de su marido, un norteamericano, en legítima defensa, pues la violó una noche en que llegó borracho. Se convirtió en un ícono de perversidad femenina, de poder oscuro que encarnaba el terror universal a la vagina dentata, con el agravante de su nacionalidad subalterna, de migrante hispana en Estados Unidos. Años después sería reivindicada por el bucaramato, como mujer víctima y defensora de los derechos de las mujeres. Su marido, luego de una cirugía que duró nueve horas, se convirtió en actor porno. Nunca dejó de enviarle tarjetas de San Valentín y soportaría cargos muchas veces más por violencia de género y robos. 

En sendos juicios contra Lorena Bobbit y John Wayne, los cónyuges fueron absueltos. Él por abusos matrimoniales y ella por la castración. Los testimonios confirmaron las crueldades del gringo contra Lorena, quien fue absuelta por un tribunal norteamericano que alegó “enajenación mental transitoria” como eximente.

Lorena comparte su trabajo de agente inmobiliario con el de peluquera en un salón de belleza. Sin embargo, lo que la llena realmente es su trabajo como voluntaria en un refugio para mujeres maltratadas al norte de Virginia. «No soy psicóloga, y no les realizo sesiones de terapia. Simplemente, además de cortarles el cabello, les doy consejos y apoyo moral. Yo pasé por lo mismo que ellas y las puedo entender perfectamente». Como ellas, sufrió un trato brutal de quien menos lo esperaba: su príncipe azul. «Al principio, era como un sueño», recuerda, pero el cortejo de John Bobbit sólo duró 10 meses. «Cuando me empezó a maltratar, pensaba que no era la misma persona. Una vez estuvimos casados, sacó a relucir su cara oculta».
“La nueva vida de Lorena Bobbit, peluquera contra el maltrato” Ricard González, El Mundo

En los años noventa, de manera incipiente, las mujeres más que irrumpir, aparecieron paulatinamente en espacios públicos. Ya como políticas (Nina Pacari, Gloria Gallardo, Susana González, Alexandra Vela, Cecilia Calderón, Rosalía Arteaga) como artistas (Patricia González, Silvana Ibarra, Hilda Murillo, una pequeña Pamela Cortés) como presentadoras de programas populares (Sonnia Villar, Luzmila Nicolalde) como presentadoras de noticias (María Isabel Crespo, Teresa Arboleda, Tania Tinoco, Maricarmen Rodríguez) como empresarias (Isabel Noboa, Joyce de Ginatta) en la industria del chisme rosa y el espectáculo (Carla Salas, Marián Sabaté, Mariela Viteri). 

Las mujeres ecuatorianas, mientras tanto, sobrevivían en medio de la pobreza, la desigualdad y la violencia. Grupos feministas de clase media, urbanos, inspirados en las consignas de Beijing luchaban por poner en valor a las mujeres, denunciar las violencias y la desigualdad económica y sexual, a través de la incidencia internacional para marcar las agendas legislativas y de política pública de los estados, para el adelanto de las mujeres. En el ámbito político electoral fueron tiempos de escasa participación de “damas de hierro” quienes, aliadas a los grupos feministas, consiguieron la aprobación de las leyes de maternidad gratuita, de erradicación de la violencia y de cuotas. En 1996, además, cuando Rosalía Arteaga fue presidenta por horas e ilegalmente destituida, llegó la esmeraldeña Mónica Chalá a ser coronada como Miss Ecuador. Dos hechos sin precedentes que marcarían el ascenso, sin pausa, pero sin prisa, con traspiés, pero sin retorno, de las mujeres a la arena pública. 

En adelante, se diversificarían los personajes femeninos del teatro patrio, con avances y límites. Esta es una semblanza superficial y mínima sobre figuras de significaciones infinitas. Queda pendiente reinterpretar las maldades de Luz María, Elsita y Lorena a la luz de los postulados feministas y del derecho a ser malas, en palabras de Amelia Valcárcel, que significa que las mujeres no debemos ser juzgadas más duramente por esa maldad de lo que serían juzgados los hombres por sus maldades. 

Ojalá que las niñas que fuimos hubieran tenido referentes más amplios en los que proyectarse. No solo reinas o mujeres monstruosas. En el caso de las últimas, algo de conmovedor tienen ellas que mi corazón sabe, pero mi mente aún no.

1 comentario:

Unknown dijo...

Me encantó el texto pero sólo una pequeña corrección, Mónica Chalá no es esmeraldeña, ella viene de ascendencia del Valle del Chota.