Detalle de la exposición de pinturas de Pepita Machado, en el Hotel de las Culturas, julio 2016. |
(Escritas con motivo de la inauguración de mi exposición de pintura, el 1 de julio de 2016. No me animé a leerlas, pero las comparto ahora con todas y todos).
Comencé a pintar de niña, cuando mi
papá nos regalaba hojas de papel bond y nos daba esferos, pinturas y lápices
para que trabajáramos en ellos. Sin ningún tema en particular. Él siempre
sonreía con aprobación ante nuestros garabatos y les guardaba en una carpeta de
cartulina, con nuestros nombres. En el colegio, me gustaba dibujar mientras
atendía clases. Hacía dibujos en cuadernos y en hojas, siempre de seres imaginarios. Vendí el primero por algo así como veinticinco centavos. En la universidad,
mezclé mis clases formales de derecho, muy alejadas del arte, con visitas tres
veces por semana al taller de mi abuelito don Víctor
Arévalo, con quien aprendí sobre luces, sombras, colores, técnicas varias y
también a hacer muñecos de papel maché y calidoscopios.
Crecí en un medio con artistas como mi
abuelito y mi papá, gran dibujante y caricaturista y por esta razón, no pensaba
que el arte sería también parte de mi vida. Ya en la universidad, seguía
robando tiempo de mis clases de derecho (o al revés, mis clases me robaban tiempo) para dibujar y pintar espontáneamente y
me tomaba el espacio del estudio de la casa de mis padres para centro de
operaciones. Desde el año 2008 comencé a pintar con más asiduidad, acrílicos y
óleos en madera y lienzo, brea sobre cartulina y dibujos a tres lápices. Hice
algunas exposiciones en espacios cálidos y pequeños, donde comencé a compartir
con el público mis creaciones.
Cuando una vida comienza, parece que infinitas serán las creaciones. En un
momento pensé que pintar sería infinito. Me sentía prolífica y sentía que los seres brotaban de mis dedos
como respiraciones, o suspiros. Que era tan fácil darles vida y que serían
tantos que no era importante fotografiarlos, o conservarlos siquiera. Ahora pienso más bien, en la finitud de los actos
humanos y sobre la individualidad y la irrepetibilidad de cada uno. Dibujar,
como sacar una línea de paseo, también deja las obras que tiene que dejar.
Posiblemente una de las mayores virtudes del arte visual, es proveer de
materialidad y de relativa permanencia de expresión a los momentos creativos
que siempre tienen algo de emoción y un contexto particular, y que, en el acto
de darlos a luz, son temporales y terminan.
En esta muestra se recogen algunas obras recientes, pero también otras
de años pasados. Últimamente he estado trabajando sobre soportes de cartón y
armando collages con materiales reciclados. El último que hice, ya no tiene ni
una gota de pintura. Me gustan mucho estos trabajos porque me
ahorran tiempo y puedo reutilizar dibujos, objetos y papelitos que estaban
botados. Es un proceso de recoger pasos, incesantemente*. Y también de guardar
en cajas de cristal cosas importantes, para que el tiempo no haga de las suyas.
Este encierro de vitrina no está exento de un dilema ético sobre su
conveniencia (desde el punto de vista de los objetos encerrados) por supuesto.
Me gusta escribir y describir las cosas con detalle.
Pero cuando se trata de hablar de mi arte, me extravío. Me cuesta muchísimo
cada palabra. Porque creo que es mejor dibujar y pintar que explicarlo. Cuando me
preguntan qué significa cada obra, me quedo en blanco, generalmente. Alguna vez pensé que nada en particular y
llegué a decirlo en una entrevista televisiva que nunca, por eso mismo, salió
al aire. Tenía como veinte años, pensé que era la juventud, pero aún ahora, casi diez años después, tampoco podría explicarlo con precisión. Más allá de eso, de la incapacidad para explicar y explicarme ciertas
cosas, la pintura y el dibujo ocupan siempre un lugar central en mi vida. El
lugar de decir las cosas de otra forma.
*Este texto, de hecho, es un collage, a su modo. Tomo pasajes de escritos previos, copiándome a mí misma, en un ejercicio no moral de la autorreferencia.
3 comentarios:
No hay nada más hermoso y reconocible que la autenticidad. Una escultura "sin cera" no contenía ni esa ni ninguna otra materia que se aplicara para disfrazar las imperfecciones -visuales o no- de la obra resultante. La sinceridad carece de remiendos y de ocultaciones. Tus expresiones son genuinas y sinceras. Gracias por expresarlas.
Papá
Me encanta tu pluma tan sincera, tan diáfana, tan cálida. Soy tu fan número 1.
María
Gracias papi y mami, les amo demasiado. Me han hecho llorar de alegría con sus expresiones de afecto. Nunca pensé encontrarme con una cosa tan linda, soy muy feliz.
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