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lunes, 30 de diciembre de 2019

Acerca de una tormenta de bullying

 Post de Facebook publicado en la cuenta de Pepita Machado, el 4 de diciembre de 2019.



“Esos gringos que están blanqueando las paredes en Cuenca, no conformes con haber neocolonizado y gentrificado parte de la ciudad quieren enrostrarnos lo que seguramente ven como barbarie. Pues por mí que sigan haciéndolo gratis, aunque me caiga mal. Igual lo volveremos a ensuciar”.

Pepita Machado, publicado en Twitter el 3 de diciembre de 2019


Escribí este tuit impopular y he sufrido una ola de insultos, más que aquellos que recibí cuando peleé con la Mofle. Que no tengo cerebro, que mi mamá debió haberme abortado, que cómo pude haber sido el espermatozoide más listo, que fumo crack, que soy una acomplejada, resentida social, que cómo puede escribir alguien esto, si parecía inteligente, que soy una atrasapueblos mal agradecida, feminazi, vándala, dañina, desaseada, fea, entre otras cosas. La verdad he tenido cuestiones vitales mucho más importantes que atender hoy y me reduje en el día a hacer scroll para ver que la avalancha de insultos no terminaba y no termina. 

Desde el otro día me debo a mí misma un post explicando por qué me molesta tanto esta tendencia de los “guardianes del patrimonio” a evadir los profundos problemas sociales y la desigualdad, la violencia de estado y el derecho a la resistencia, con la división entre buenos y malos ciudadanos. Los buenos, aquellos que cuando los vándalos ensucian, limpian. Los que aman a la ciudad, los que quieren verla bonita, los que acogen al extranjero y tienen espíritu cívico. 

Del otro lado están, por supuesto, con la etiqueta de “vándalos” los jóvenes marginalizados que utilizan el grafiti para expresarse. El grafiti es, por definición, ilegal. Los intentos de encauzarlo, borrarlo, desaparecerlo, solo lo empeoran. Quienes creen que con una minga de blanqueamiento contribuyen a la ciudad, aunque tengan las mejores intenciones, deben comprender que el amor a la ciudad va mucho más allá de querer verla “bonita”. Y la ciudad es parte de un país y está afectada por unas políticas de estado. No es una burbuja que se pueda aislar del latido de la conmoción generalizada.

En el Paro de octubre, por ejemplo, el alcalde en lugar de dirigir políticamente la crisis usó él mismo una escoba para limpiar y ponerse del lado de los buenos. Las feministas que grafitean contra el patriarcado son abyectas. No lo es la violencia. Yo misma sería incapaz de “vandalizar” la ciudad. No me da la valentía para eso. Pero tampoco soy tan corta de miras como para hacer un análisis “estético” que obvie el aspecto ético detrás de los ataques a la ciudad y de la facilidad que tienen sus habitantes más privilegiados para ocultar el vandalismo organizado, de estado, tapar el sol con un dedo, ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, en sus cristianos términos. 

Yo sé que nada tengo que aclarar. Quienes me conocen saben que a ratos tengo menos filtro para escribir pero si doy una opinión lo hago con argumentos. Acá es un espacio más amable y quienes están entre mis contactos son mis amigos o me conocen. Pero sí debo decir que amo la ciudad como nadie, amo el patrimonio. No es mi especialidad el mundo de la cultura pero entiendo que el patrimonio es vivo e inescindible de las vidas que le dan sentido. Que además hay un fenómeno no sé si global pero sí latinoamericano, en que el descontento con la política, la economía y la desigualdad social se han podido expresar en las calles y que los actos leídos como vandálicos del movimiento feminista y de las resistencias populares e indígenas –que habrá algunos orquestados por la misma policía para boicotear la lucha, también puede ser- crean más rechazo que la desigualdad, la injusticia y la violencia.

En México las mujeres mancharon los monumentos emblemáticos porque saben que con un adecuado procedimiento vuelven a la normalidad, pero que las muertas no regresan. Pidieron que no se restauren hasta erradicar la violencia. Las autoridades prefirieron “limpiar” sin técnica restaurativa en perjuicio de los propios monumentos para acallar las voces indignadas. En Chile los pacos se creen con permiso para matar para mantener el orden. Cientos de globos oculares perdidos y un poco de gente blanqueando las paredes para salvar a la ciudad. Las prioridades de la derecha conservadora están claras. Hay que esconder la basura bajo la alfombra porque el turismo, porque el ornato, porque los buenos somos más.

No tengo nada personal contra los extranjeros norteamericanos que han sido, creo yo, bien acogidos en nuestra ciudad. De hecho siempre he creído que la especulación con los precios de salud y vivienda que se han disparado tiene más que ver con la falta de escrúpulos de los cuencanos y cuencanas y su aprovechamiento de la percibida economía fuerte de estas personas en desmedro de la realidad del costo de vida local. Pero no es menos cierto que quienes dicen “fuera venezolanos” son los mismos que me piden agradecer al gringo que pinta la pared.

Es ese coloniaje del pensamiento que no superamos, pero es un problema más nuestro que el de ellos. En cuanto a ellos, en ese gesto de pintar quizás hay todo de bondad y altruismo, quizás una comprensión nula o reducida del contexto político y mucho tiempo libre. Pero también es cierto que puede existir una necesidad de blanquear, enrostrar la barbarie y mostrarnos la civilidad de la que carecemos como pueblo, a su juicio. Lo chistoso es que si se van a cualquier ciudad del mundo, sobre todo si es grande –Berlín, Nueva York, París- van a encontrar arte mural y bastante grafiti "vandálico". Solo que allá, como dice un amigo, se tomarán la selfie con el street art y acá agarrarán sus cubetas para pintar las paredes y ocultar los mensajes de hartazgo de los jóvenes. Vándalos. 

Por otra parte, hoy bajé la Benigno Malo. Llegando al Centenario vi las maravillosas “intervenciones” de los extranjeros. Me parece una falta de respeto total. No cuida la cromática ni la técnica de un trabajo de esa naturaleza. Es literalmente, esconder la basura ¿de quiénes? Me recuerda a una anécdota de mi papá que trabajaba en una casona vieja del centro, contaba que un amigo de su trabajo se reía cada vez que la pintaban las paredes porque veía a las cucarachas y moscos con las pestañas doradas. Más o menos así son estas manos de gato, llenas de buenas intenciones pero bastante pobres. Si ustedes tienen una propiedad en el centro histórico, vayan a ver si el mismo Municipio les da fácilmente permiso si la quieren pintar. Hay unas exigencias bien estrictas y unas paletas de colores para respetar el tramo y los valores ambiental o patrimonial de cada inmueble. Yo misma he participado en infinidad de mingas de siembra de plantas, limpieza de orillas de ríos y cuando fui scout, de adecentamiento de la ciudad. Lo hacíamos, por supuesto, con un sentido solidario. En ese momento en que yo desconocía la política y creía más en las acciones horizontales. 

Si me preguntan yo celebro las iniciativas ciudadanas siempre que sean respetuosas y entiendan el contexto. Yo les pediría a los extranjeros que vayan al Arenal alto, a la Jaime Roldós o algún sector deprimido de la ciudad que de veras necesite una mano amiga, ahí donde la política no llega.
En fin. Hoy bajaba la Benigno Malo y cuando llegué a las gradas del Centenario tuve mi momento Joker. Me sentí como en la película. Me deprimió pensar en el momento escandaloso que vivimos en el mundo. En este estadío infame del capitalismo que ha logrado hartarnos, comprometer la inversión social de los estados y reemplazar la política por las acciones individuales que privatizan el bienestar en desmedro de grandes mayorías despojadas de todo. Eres pobre porque quieres. Vas a ser un emprendedor. Limpiemos la ciudad de vándalos. Los buenos somos más. Si te quedas desempleado, es tu culpa por reclamar. No tenemos para pagar tu salud mental. Si vandalizas vas preso. Atrasapueblos. 

Pero del otro lado, siempre se tejen resistencias. Afortunadamente sí.

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